Cada año que pasa me resulta más complicado cerciorarme de que realmente vivo en mi país, en esta España de la reconciliación que labramos quienes votamos la Constitución de 1978. Día sí, día también el gobierno se pasa por el arco del triunfo la Carta Magna haciendo interpretaciones casi freudianas de ella que buscan confirmar a cada momento que el pueblo es idiota, que no se entera de nada o que todo le importa un pito. Díganme,si no, cómo es posible que llevemos ya tres años sin Presupuestos Generales del Estado (PGE), un mandato explícito de la Constitución que este gobierno se salta por pura conveniencia y sin pensar ni de lejos disolver las cámaras para recomponer nuevas mayorías a través de la convocatoria de nuevas elecciones.
Pero no es ese el único caso que transita por esos derroteros. Tenemos un ministro de Justicia (y todo lo demás), que en lugar de velar por la independencia del Poder Judicial persigue exactamente todo lo contrario, es decir, aplicar una fórmula nueva que lo relegue a ser un apéndice más del gobierno Sánchez al modo que ya viene aplicando con la Fiscalía General del Estado en la persona de Álvaro García Ortiz, aferrado a la silla aunque esté a punto de sentarse en el banquillo de los investigados del Tribunal Supremo.
A la ministra de Vivienda parece preocuparle mucho más que se mantenga el status quo que alienta la ocupación de viviendas que la defensa de los derechos sobre ella de sus legítimos propietarios. La preocupación en la adopción de medidas que amortigüen los precios del alquiler o compra de una vivienda (por las nubes ya en las grandes ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Sevilla, aunque las demás siguen también en carrera desbocada hacia el colapso del sector), no parecen ser objeto de preocupación para ese ministerio.
En pleno auge del descubrimiento público de algo que ya intuíamos , el inflado de currículums por parte de políticos de todo signo,a la propia ministra de Universidades le importan un rábano los títulos universitarios que ella debiera ser la primera en defender y dignificar. A su compañero de filas en el PSPV, José María Ángel Batalla, excomisionado de Sánchez para la dana, lo defiende a capa y espada a pesar de que se ha visto obligado a dimitir tras haberse sabido que falsificó cutremente un título universitario en una fecha anterior a su entrada en vigor. Para ella, al parecer, cuentan más los servicios al partido de ese viejo militante que su fraude de ley. Imagino cómo habrá sentado esta postura a los centenares de miles de estudiantes universitarios de toda España que, de pronto, han descubierto que es mucho más eficaz para su futuro económico afiliarse jovencitos a un partido y medrar en él sin apenas esfuerzos, que esforzarse durante años en obtener una titulación que la propia ministra del ramo minimiza y hasta desprecia.
La lista puede inflarse casi ministerio a ministerio (comenzando por el de Interior y siguiendo por el de Transportes, Educación, Política Territorial y Memoria Democrática , Cultura, Igualdad o Juventud….), hasta dibujar este confuso panorama que a uno le impide reconocer a su propio país a través de prácticas de políticos que encajan mejor en la mafia napolitana que en la Administración del Estado. Incluso, poco después de que Sánchez haya decidido refugiarse este mes de agosto en Lanzarote para huir de críticas políticas de la oposición, y hasta de ciertos sectores de su propio partido, sabemos ahora que hasta el Consejo de Europa lo acusa de incumplir durante seis años sus recomendaciones contra la corrupción. Y eso que el señor presidente enarboló la bandera de la regeneración democrática y la lucha contra la corrupción cuando accedió al gobierno en 2018 a través de una moción de censura contra el entonces presidente del gobierno Mariano Rajoy.
Lo único que queda manifiestamente demostrado a lo largo de estos años es que se ha recurrido permanentemente a la mentira como forma de acción política de un gobierno, el socialista ( o más bien sanchista…), , que busca más la construcción del relato que la misma verdad. Tenemos muestras casi diarias de ello y , una vez más, desembocamos en un fin de curso político verdaderamente desalentador.