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El aplauso de los mansos

lunes 20 de abril de 2020, 10:40h

En la hipótesis de que el Tribunal Constitucional dijera, si es que lo dice cuando llegue el momento, que el estado de alarma decretado por el Gobierno no permitía el confinamiento a que estamos siendo sometidos, no seríamos pocos los que nos preguntaríamos si hemos estado secuestrados durante todo este periodo de tiempo. Si no era posible haber conjugado mejor el derecho fundamental a la libertad de circulación con las necesarias medidas sanitarias.

En cualquier caso, ésta sería una más de la serie interminable de afrentas que estamos recibiendo en estos días, que no son pocas: los perros son mejor tratados que los niños y las niñas; los mayores se defienden como buenamente pueden, en la soledad de sus casas, o en las residencias que se han convertido en casas de los horrores, sin poder ser visitados; nuestros familiares y amigos mueren sin poder despedirse en muchos casos de sus seres queridos y sin que éstos puedan reunirse para sobrellevar la pérdida en compañía; los “generales” envían a los sanitarios a la batalla contra el bicho usando, como en las guerras antañas, poco más que palos, picos y azadones; los datos de infectados sabemos que son irreales, como lo son el número de fallecidos a consecuencia del virus; mascarillas que se pierden en el camino, engaños nada más y nada menos que a los Gobiernos, los test tampoco llegan…

En fin, en este teatro surrealista, lo que me más me llama la atención es la mansedumbre, la inmensa mansedumbre de todos nosotros.

¿La pandemia ha servido para poner de manifestó que, en realidad, somos unos mansos, adocenados al pienso compuesto que nos proporciona el bienestar occidental? ¿Tan dispuestos estamos a aceptar cualquier cosa, por absurda o injusta que sea? ¿Tan ansiosos, o necesitados, de doma estábamos?

En la tauromaquia, el manso es el toro castrado, el que no es bravo. Los mansos, también llamados cabestros, están entrenados para mantener la manada hermanada, conocen los recorridos indicados por los guías y, en definitiva, conducen a los bravos a los corrales. Cuando un toro de lidia muestra su falta de nobleza, allá que van los mansos a recogerlo y llevarlo al matadero. El manso es, por tanto, un instrumento útil a manos de otros; su poder reside en que pasa desapercibido ante los suyos, que creen que es uno más. Es un “tapado”. La fuerza del manso reside en que él sobrevivirá al bravío, porque es dócil y gusta de la vara en el lomo.

«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad» (Mateo 5,5), es una de las Bienaventuranzas cristianas. Sin embargo, Jesús, que se calificó de manso, fue un revolucionario de su época, se enfrentó al poder establecido y ello le costó su buscada muerte redentora.

En el Diccionario de la lengua española, manso es el de condición benigna y suave. Coloquialmente, el manso es un blandengue, un “plastilino”, un “cobardón”. Los sabios refranes castellanos ya decían “A caballo manso, le ponen la montura”, o “A toro manso, mayor castigo”. El manso exacerba el celo del amo en darle caña.

Reformulo la pregunta de antes: en este estado de nuestra vida y de nuestra Historia, con el coronavirus como tapa de la casa, ¿somos mansos o sencillamente somos gilipollas? (advierto al lector que es calificativo incluido en el citado Diccionario). ¿Se nos va toda la fuerza en el aplauso verbenero de las ocho de la tarde? Más allá de los bravos que lo demuestran cotidianamente, y que todos reconocemos porque arriesgan sus vidas, ¿ese entrenado y amanerado aplauso de foca es lo único que estamos dispuestos a dar?

Prefiero pensar que, más que mansos lo que somos es prudentes. Necesito creerlo así, para ser más exacto. Me gustaría no equivocarme…

Los necios tienden a confundir la prudencia con la mansedumbre, y son cosas distintas, como el “dormido” y el “durmiendo” del genial Cela.

Quiero suponer que estamos aceptando sin rechistar todos estos agravios, contrarios al sentido común y al derecho natural, porque, como buenos mansos en el mejor sentido de la palabra, y prudentes de libro, estamos rumiando la respuesta que habremos de dar en su momento. Una especie de “paso corto, vista larga y mala leche”.

Volviendo a los dichos castellanos, “el asno, aunque sea manso, el demonio tiene sobre el rabo”. Ahí lo dejo. No desdeñen a los mansos.
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