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Habitantes de la extrañeza

martes 12 de mayo de 2020, 17:52h

Nos estamos adaptando a la incertidumbre, a convivir con el distanciamiento físico, las mascarillas, los guantes, preparándonos desde lo que fue, para un futuro borroso en lo personal, grupal, social, planetario.

El ser humano, siempre se sorprende del ser humano, y sin embargo es previsible desde las conductas en el desconfinamiento, a que pondrá el foco en los que incumplen, también pueden anticiparse los efectos psicológicos del confinamiento y de otros importantísimos factores traídos por la pandemia.

Lo que de verdad resulta muy sorprendente, es la realidad, atisbamos en el fondo, el azar, el caos, lo impredecible que rodea nuestras vidas. Este es un momento único, quizás irrepetible para estudiar el alma colectiva.

Seguiremos ejercitando la libertad individual, analizando nuestro mundo interior, buscando llegar a ser, lo que se desea alcanzar a ser, pero quebrando la patológica desatención a los otros propia de una existencia excesivamente agitada.

Muchos han utilizado el hogar como refugio, y han acabado descubriendo que la sencilla vida en el hogar es placentera, ajenos a la vorágine exterior, a la presión social que obliga a salir hasta altas horas de la noche. Algunos no se atreverán a decir que le han cogido el gusto al confinamiento, aunque han calculado hasta los gastos superfluos que se han ahorrado.

Hemos comprendido y puesto en marcha la solidaridad, hemos comprobado las bondades de la austeridad, y es que con menos, se vive mejor, y atisbado el necesario equilibrio entre la vida hacia dentro, y hacia el exterior.

Sí, mayoritariamente elegimos una vida más modesta y menos exigente. Claro que luego está la presión del grupo y el que dirán.

Hemos confirmado para algunos trabajos una puerta abierta a la conciliación, el teletrabajo. Con la vida en suspenso hemos apreciado que mucho más allá de lo deseable, está lo esencial, que el mundo es crónicamente inestable, y que somos más resilientes de lo que suponíamos. La plasticidad de la sociedad humana ha sido confirmada.

Desde el reconocimiento del trabajo desempeñado por quienes no están en la élite, nos gustaría valorar la utilidad social del trabajo, aproximando los ingresos económicos al prestigio y relevancia social.

Somos muy conscientes de que precisamos una política del bien común, una renovación cívica, un irrenunciable pacto intergeneracional.

Precisamos de la creación, la innovación colectiva, hemos de buscar soluciones sostenibles, desde luego las tecnologías digitales serán de mucha ayuda.

La verdad es que se esperaba (quizás) más de las Organizaciones Internacionales, pese a ello parece adecuado propugnar que la soberanía de los Estados-Nación vaya dando paso a favor de la soberanía global. Siempre deberemos optimizar recursos y eludir el riesgo de criminalizar la emigración.

Al fin, la movilidad de las personas, exige una gestión cooperativa internacional. No se olvide también, que serán las potencias internacionales quienes desarrollarán la bioquímica y la producción de vacuna. Pese a las evidencias y razonamientos, percepciones y observaciones, los nacionalismos seguirán inquebrantables a su fe, no se sienten cuestionados ni por una pandemia global.

Habremos de preservar la intimidad, la privacidad, el anonimato también, pero ocasionalmente dejar paso a un monitoreo universal, con innegables beneficios para todos.

Lo verdaderamente grande pertenece a la Humanidad entera, y los problemas de toda la humanidad solo se pueden resolver por toda la humanidad, sin olvidar, que la única lección de la Historia, es que no aprendemos casi nada del pasado.

Y aquí entra la psicología, pues son los procesos psíquicos, los que cumplen un papel de filtro entre el «yo» y el mundo. Vemos todo desde nuestras lentes, y no siempre somos conscientes, es tan difícil como importante apreciar nuestras lentes sin confundirlas con lo que vemos a su través.

Somos una especie con capacidad única de dirigir su atención hacia su propio interior, sabiéndolo en nexo y acción con lo que le rodea y constituye. Hagamos uso de la capacidad reflexiva y de intimidad, analicemos la distinta vivencia que ha supuesto para la ciudadanía convivir con el miedo y también estudiemos su forma de afrontarlo.

Volvemos no a la normalidad, sino a la realidad, pero en algo distinta a la que dejamos al confinarnos. Y nosotros ¿somos iguales, o solo parecidos? Porque la capacidad de adaptación, la resiliencia, la tolerancia, la asunción de la frustración son características específicamente humanas.

Dejamos atrás planes de futuro postpuestos o definitivamente arrumbados, incertidumbre laboral, rupturas de pareja imprevistas. Para reconstruir el futuro, precisamos analizar con inteligencia el presente y perspectiva el pasado, y desde luego adaptación, tan necesaria, como agotadora para el cerebro. El ser humano es muy adaptable, no hemos llegado hasta aquí como especie por ser los más fuertes, sino los más adaptables. Pensemos en las muchos mecanismos defensivos utilizados.

Pero más allá de bacterias, de virus, pensemos en la comunidad científica global, que ha organizado el mayor proyecto científico de la historia de la humanidad. Cada día, se comparten más de 200 (doscientos) nuevos artículos científicos sobre el Covid-19. Hablamos de ciencia abierta, todos los investigadores de todos los lugares del mundo, comparten sus datos, añádase la mal denominada “inteligencia artificial”. Sí, equipos de investigación interdisciplinares, colaborativos, con herramientas de trabajo en grupo pese a la distancia. La lucha contra la pandemia tendrá un vencedor, la comunidad científica internacional, esperemos que no se olvide en la dotación económica de los presupuestos planetarios.

Ante tantos esfuerzos y tropiezos de la voluntad humana, recordemos El Quijote: «podrán quitarnos la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible».

Es hora de empezar a comprender y ordenar los cambios acontecidos y el posible mundo que se avecina. Ojalá este no sea un aperitivo de la letal y silenciosa crisis ecológica.

Son muchos los pensadores palpitando con la actualidad y no menos los intereses que nos anclan al abismo. ¿Dónde queda el individuo? Un futuro más sostenible, requiere de la labor multidisciplinar, incluyendo a expertos en humanidades.

Necesitamos ideas nuevas, generar iniciativas, pensar de forma global. Precisamos reunir las individuales subjetividades contradictorias, en una objetividad común y compartida, (un afán realmente complejo).

Debiéramos priorizar la ciencia, y en especial la que promueve la prevención, pues habrá más pandemias. Y desarrollar conocimientos como el de la medicina genómica. Mientras, el futuro seguirá dando cabida a descabelladas teorías conspirativas, y es que tenemos demasiados profetas, y escasos forenses.

El ser humano evoluciona, pero no cambia. Volveremos a contaminar el mundo y eso que la inmensa mayoría somos conscientes de que estamos matando al planeta, o mejor dicho a la especie humana y a otras especies de este planeta. La cuarentena, la pandemia, lo olvidaremos, tardaremos un tiempo, pero lo olvidaremos, lo envolveremos en bruma.

Nos hemos protegido, ¿pero hemos comprendido las causas?, ¿las vamos a prevenir? Precisamos confianza en la ciencia, para salvar el planeta y legarlo a siguientes generaciones.

La humanidad resiste y se reorganiza, busca transformar las desgracias en experiencias, quizás la pareja, la familia, el hogar, salgan reforzados, ojalá también el cambio sea de raíz ecológica.

La vida demanda ajustarse a cambios permanentes, ahora habremos de conquistar la nueva realidad, conviviendo con la incertidumbre, aceptando la situación que es la forma de iniciar el cambio, ocupándonos más que preocupándonos.

Es buen momento para hacer inventario de lo esencial de nuestra existencia y desde ya reseñar lo significativo para lo que nos quede por vivir.

Naturaleza humana, aprendemos cuando entendemos, a través del conocimiento. Quizás la humanidad saldrá algo mejor, más cohesionada, pero no se apreciará a simple vista. Esperar más, es puro pensamiento mágico.

Javier Urra

Primer Defensor del Menor

Javier Urra fue el primer Defensor del Menor. Es doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud. Es Académico de Número de la Academia de Psicología de España y Director clínico de Recurra Ginso. Además, es experto Psicólogo Forense y trabajó para el Tribunal Superior de Justicia de Madrid

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