www.diariocritico.com

Los adolescentes

martes 07 de abril de 2020, 14:47h

Para los adolescentes no salir supone inicialmente una privación grave de libertad. Pensamos en los adolescentes como esos personajes que habiendo dejado de ser niños no alcanzan a ser adultos, que tienen dificultades para expresar sus sentimientos y también problemas de relación con sus progenitores.

Este confinamiento obligado nos va a mostrar su sensibilidad, su aceptación y su comprensión.

Es verdad que los adolescentes requieren, precisan, necesitan de su espacio, y también de su intimidad. Ellos precisan de estar conectados con su grupo de iguales, con su grupo de referencia, y no solo con el de pertenencia.

Esta situación sorprendente les obliga a redecorar su existencia, a plantear: ¿Quién soy?, ¿dónde estoy?, ¿con quién me relaciono?

Hoy, en los hogares del mundo hijos y padres comparten ansiedades, frustraciones, impotencias, angustias, anhelos y esperanzas.

A los adolescentes, que en una sociedad sobreprotectora no les son común los límites y las prohibiciones les ha dejado perplejos, y quizás al inicio cariacontecidos, un momento de prohibiciones extremas que no han sido impuestas por sus padres, sino por los distintos Estados. Ante ello a los adolescentes no les va a ser fácil expresar con palabras lo que sienten, lo que elaboran, pero repito: van a sorprender positiva y mayoritariamente van a reconvertir el egoísmo en solidaridad, en generosidad.

Los adolescentes son tiernos, son emocionales, y cuando vean a sus padres derrotados ante la debacle económica serán ellos quien poniéndose en su lugar los apoyen.

Hemos de dar a los adolescentes la posibilidad de ayudar, de comprometerse, de mostrarse responsables, de mostrar lo mejor de ellos mismos, de compartir. Usemos el sentido del humor, a los adolescentes les encanta, se ríen a veces de todo, también de nosotros mismos. Es verdad que en otros momentos están picajosos y parecieran distintos, o diferentes, o distantes. No lo están. Y es que a los padres nos gusta decir que adoramos a nuestros hijos, que daríamos la vida por nuestros hijos, y por contra, los hijos no lo dicen, pero también lo sienten.

Hemos de ser con los adolescentes flexibles en los tiempos que precisan para su conexión social con los iguales, con los amigos, con los colegas, con los compañeros. Para ellos, las redes sociales aquí y ahora son como verdaderos nutrientes.

Los progenitores hemos de estar operativos para cuando los adolescentes emitan señales, y recuerden que muchas veces estas son indirectas.

Hemos de apoyar junto a nuestros adolescentes el mantenimiento de la salud física, la psicohigiene, la correcta alimentación. Eso sí, en una situación como esta, que es extraordinaria, permitamos y permitámonos algo extraordinario, algo que sea fuera de la norma.

Insisto en que hay que transmitir a los adolescentes confianza, supervisada, pero confianza en el reparto de las horas del día. Para la higiene, para estudiar, para participar en actividades domésticas, en juegos grupales, etc.

Eso sí, tendremos que estar atentos a algunos riesgos. A algunos riesgos de consumos, por ejemplo, los que puedan conducir a la ludopatía, o el consumo también de una pornografía vejatoria que atenta contra la dignidad.

Por otro lado, los adolescentes van a observar, van a supervisar nuestras conductas de adultos, y lo van a hacer de cerca. Ellos también nos van a conocer más.

Son los adolescentes, sí, los adolescentes quien junto a los científicos están clamando contra el cambio climático, nos están pidiendo respeto por las generaciones futuras. Precisamos un Defensor. Yo lo fui, el primero, del menor, ahora, no se dude, se precisa un Defensor, un Defensor del futuro.

Estamos en un momento de debate público. Este no es momento de «caza de brujas», este es un tiempo para controlar los instintos.

No, no se trata de señalar chivos expiatorios, pero sí de trabajar con nuestros adolescentes en el entendimiento, en el entendimiento más allá de las fronteras, en el espíritu solidario.

Hablemos, hablemos con nuestros adolescentes, pensemos en las generaciones futuras. Comentemos sobre la globalización, que naturalmente puede ser repensada, pero no sin agradecerle sus múltiples virtudes.

Las pandemias pasadas, y las que no nos engañemos, llegarán, amenazan nuestras sociedades, las de hoy, las que serán de nuestros adolescentes.

En estos días que se confunden, estamos viendo la épica ciudadana. Este es un tiempo para pensar, y hacerlo como no con nuestros adolescentes. Para repensar, todo un reto.

Rodeados de una sensación de irrealidad ante algo que es bien real. Este no es tiempo para el «Yo», sino para el «Nosotros», un «Nosotros» que es inclusivo de la humanidad.

Adolescentes, que se caracterizan por un alto grado de imaginación, de fantasía, de creatividad.

Adolescentes, a los que se les ha de permitir estar tristes. Es a ellos a quienes debemos de plantear dilemas tan vitales como el de dejar morir a los más mayores. Y la pregunta a ellos es: ¿también a tus abuelos?

Tengo la penosa impresión de que el Gobierno, a los ciudadanos, a los adultos, nos trata como a niños pequeños, que no alcanzamos a ser ni adolescentes. Nos prorroga el confinamiento por fascículos, nos amenazan con multarnos si salimos a la calle, es, o pareciera que es que no se fían de nuestra madurez cívica.

Por contra, nosotros sí hemos de confiar en nuestros adolescentes, hemos de debatir con ellos.

Por ejemplo, preguntémonos: tras la pandemia, ¿de verdad que cambiará el mundo, o por contra, la gente se olvidará del coronavirus? Planteemos si las prioridades de la política y las doctrinas de la economía de verdad cambiarán.

Otra pregunta: la ciencia, las aportaciones sanitarias, ¿pasarán a valorarse más?

Y otra: ¿quién asumirá los daños económicos?

Para ir terminando con… ¿desaparecerá la desigualdad intolerable?

Compartamos con nuestros adolescentes que hay que construir el futuro mirando a largo plazo. Que como dijo Nietzsche: «Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar cualquier cómo».

Sí, ilusionémonos con el futuro, si bien por ahora con objetivos concretos, a los que no pondremos fecha.

Los adolescentes, como nosotros mismos, sufren de lucha interior. Enseñémosles a no alimentar las propias dudas.

En un momento en que el pensamiento colectivo tiende a un pronunciado riesgo de muerte.

Hoy, y hablémoslo, todos somos iguales. No hay famosos, no hay referencias, el aburrimiento se agolpa ante todos como un verdadero peligro.

En este tiempo de espera, el teléfono móvil quizás sea uno de los mejores compañeros, del cual ni adolescentes ni adultos nos atrevemos a prescindir, pues nos acucia el miedo a extraviarnos en la nada, en el vacío existencial, en el «Yo».

Son tiempos en que los adolescentes, como todos, vamos a comprender la importancia de la entereza de ánimo, del sentido del deber, de la camaradería, del servicio público de todos y para todos.

Estamos en un mundo contra un virus, y ahí con la percepción en los hogares de desmovilización hemos de preservar al máximo las libertades civiles y conducirnos desde el imperativo ético.

Los adolescentes y como siempre no son escuchados por los medios de comunicación, no se les formulan preguntas, no sabemos qué piensan.

Pero los adolescentes están en comunicación con otros adolescentes del mundo, que no son amigos pero sí componen la misma familia, la de la especie humana.

Y son los adolescentes los que se preguntan qué va a pasar con los países de África o del Salvador o de Haití. Algunos países que no tienen estructura sanitaria ni estructura social, que no son casi un Estado como es el caso de Haití.

Si el coronavirus nos golpea a todos, ¿qué ocurre con los mendigos de las ciudades?, ¿qué ocurre con los más desfavorecidos?, ¿qué ocurre con los miles de millones de personas que por su situación no están ni confinados?

Estas son las preguntas de los adolescentes.

¿Qué se preguntan? Como no, por las Administraciones, por la capacidad que tendrán en el futuro para recoger, para procesar, para difundir información estadística, que se ha demostrado en esta crisis como una importante herramienta contra una epidemia, pues son la base para detectar focos, medir su profundidad, seguir su ritmo, actuar deprisa.

Y es que los adolescentes son el presente, pero son ya un inmediato futuro.

A los adolescentes el confinamiento les permite también, aunque sea desde la red, el contacto con los amigos. Y un encuentro muy gustoso a veces con los propios hermanos.

Es más, a muchos de ellos les relaja porque son más caseros de lo que se atreven a decir a sus amigos. Y están aprovechando también para escribir, para dibujar. Esta es una novedad. Y a los adolescentes y durante un tiempo les gusta el reto.

Es seguro que aprenderán que la lucha contra las pandemias se apoya en el altruismo de todas las personas, sin diferencia por ideologías, nacionalidades, género o edades.

Afrontar este problema nos da fuerza. Y a padres y a hijos nos permite compartir emociones.

Todos estamos buscando y aportando acompañamiento emocional. También los adolescentes percibirán que las personas, ellos también, tenemos una gran capacidad para adaptarnos y para superar las adversidades.

De una situación tan inesperada, tan trágica, tan dolorosa, se puede sacar algún aspecto positivo. Por ejemplo que también los adolescentes están sorprendiéndose al reconocerse herramientas de afrontamiento, tales son la autoayuda y la ayuda para tolerar la incertidumbre. Y desde luego, la paciencia, la sobriedad, la austeridad.

La verdad es que en general, en general, vivimos en un bienestar que nos aleja del estar bien. Es ahora cuando nos damos realmente cuenta de que soy un ser en el mundo, con los demás y por los demás.

También apreciamos cómo hemos de mantener el vínculo con la vida.

Y dado que tenemos un destino común, habremos de darnos unos derechos como especie. Porque no olvidemos, no olvidemos, que el virus participa de la globalidad. Un virus que es la muerte en la vida.

Muchos adolescentes están aprendiendo a una cierta regulación emocional, un manejo del estrés, desde luego una aceptación de la realidad tal y como es.

Y muchos adolescentes en sus hogares y en la red están compartiendo noticias positivas, están ampliando la gratitud, están planificando actividades placenteras, evocando ya recuerdos positivos, anticipando actividades que se llevarán a efecto de manera agradable en el futuro. Algunos, además, están escribiendo un diario.

Y cuando hay un fallecimiento, a los hijos hay que explicárselo lo antes posible, de forma clara, honesta, permitiéndoles también participar en los ritos que podamos llevar a efecto y en el duelo.

Esta situación de confinamiento, cuando no de pérdida de seres muy queridos, nos va a permitir a los adolescentes y a quienes no lo somos a darnos cuenta de cuando somos felices. También de la utilidad, casi terapéutica del sentido del humor.

Nuestros adolescentes están teniendo que estructurar por ellos mismos sus horarios.

Los adolescentes que han salido a la calle en tiempos no tan pasados, nos han señalado que estamos devorando el planeta, y ahora este nos golpea de manera hostil. Esta situación nos enseña también que no es tan cierto que el mundo lo controlemos los humanos.

Muchos adolescentes tienen la ocasión de preguntarse si el enemigo somos nosotros, si generaremos más y más pandemias, con un capitalismo, con una forma de conducirnos absolutamente desbordada, devastadora e injusta.

Sí, nuestros adolescentes hace tiempo que han llegado a la conclusión de que el crecimiento infinito no es posible en un planeta que es finito, un planeta agredido climatológicamente, dañado en sus bosques, en sus aguas, que posiblemente nos mostrará que no para todo hay antídotos ni vacunas.

Pareciera que esta generación va a transmitir a la siguiente que hemos descubierto que hay un mundo más allá del nuestro.

Que extinguimos a otras especies, y no nos damos cuenta de que nos autoextinguimos.

En esta etapa de la Historia sobreconectada, y ahora que nos planteamos que estamos ante un génesis o un apocalipsis, nos cabe reinventar el futuro como sociedad, pero desde luego no podemos seguir agotando los llamados recursos naturales.

Partimos de algo esencial. En estos días, en estas semanas, en estos meses, estamos en un gran acercamiento social, aunque haya un aislamiento físico.

Los adolescentes también están socializando y mucho, y captando e interiorizando que los otros, más allá del propio grupo, existen, y somos todos parte de ese macrogrupo planetario.

En estos tiempos en que la realidad se halla más allá de la ficción, en que no podemos cambiar la situación, estamos todos aprendiendo que quizás en algo hemos de cambiar nosotros.

Ahora estamos en tiempos vertiginosos, aunque estemos hibernando.

Posiblemente los niños, los adolescentes, los jóvenes, se estén dando cuenta y aprecien en el futuro que esta parada biológica para todas las especies es agradecida por estas, y por el propio planeta.

En muchos hogares los adolescentes demuestran con la práctica del deporte que este reduce los síntomas de ansiedad y depresión, si bien no todos los adolescentes son muy deportistas.

Por otro lado, estaremos observando a los menores que no consumen tabaco ni alcohol ni otras drogas. Y en cambio, sí lo hacen cuando están en la calle. Por lo tanto, ¿es un problema de adicción o es un problema de presión social?

Ellos y nosotros tendremos que hablar de la asertividad para saber decir que no a lo que no nos conviene.

Otro tema en relación con los adolescentes es el de los cronotipos del sueño. Estamos acostumbrados a que entre semana se acuesten a buena hora aunque muchas veces están despiertos, comunicándose con los amigos. Pero los fines de semana en España, en el Mediterráneo, se utilizan unos horarios absolutamente anormales, que es salir a divertirse a las 00:00 de la noche para regresar a las 4, las 5 o las 6 de la mañana.

Sin embargo ahora, en el hogar, han de mantener, y esperemos que así sea la regularidad y la diferenciación lógica y natural entre el día y la noche.

En algunos medios de comunicación, en televisiones en las que he participado estas fechas se escucha «los niños, los adolescentes están sorprendiendo positivamente». A mí, sinceramente no, porque los conozco bien.

En estas fechas han dedicado también tiempo a su propia intimidad, tiempo de soledad, de silencio, de compartir pero también de oxigenarse individualmente.

Creo que los adolescentes perciben que la sociedad debe ser la sociedad del cuidado. Una sociedad más femenina, menos bélica. Hablamos de enfermeras, de psicólogas, de médicas, claro que también hay hombres, que no solo ayudan, sino que cuidan.

Sí, lo he dicho en el Congreso de los Diputados, como experto, en el Pacto de Estado contra la violencia de género.

Hay que feminizar la sociedad por mujeres y hombres.

Miren, los adolescentes aprenden y dan lecciones. Sabemos ya todos que hay que hacer cosas que las interpretemos como importantes.

Que hay muchas circunstancias a resolver. Que hay que agradecer y valorar lo que tenemos. Que hay que ser la mejor persona que podamos ser. Que la actitud lo es casi todo, y la actitud, con «C», se elige.

Estas fechas nos han enseñado a reivindicar la pausa, y a percatarnos de que damos muchas cosas por hechas.

Los adolescentes han aprendido que no podemos cambiar las circunstancias, pero sí las actitudes.

Gracias adolescentes, por ser como sois.

Javier Urra

Primer Defensor del Menor

Javier Urra fue el primer Defensor del Menor. Es doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud. Es Académico de Número de la Academia de Psicología de España y Director clínico de Recurra Ginso. Además, es experto Psicólogo Forense y trabajó para el Tribunal Superior de Justicia de Madrid

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios