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El modo misterioso del recuerdo

lunes 17 de marzo de 2025, 08:23h

'Confesiones de papel', autobiografía de Mariano RawiczEn su libro Confesionario de papel, el gran ilustrador y diseñador gráfico Mariano Rawicz escribe: “El recuerdo se comporta de un modo misterioso. Todos conocemos esa sensación de asombro y de enojo ante la insistencia de algún recuerdo nimio y el inexplicable olvido de cosas que deberían permanecer indeleblemente en nuestra memoria”. Pues en esos mismos estados de pasmo y rabia vivo desde hace años, y nunca he conseguido expresarlo de forma tan sintética, brillante y clara. Me faltan genes.

Hasta hace poco, lo poco que sabía de Mariano, más allá de la autoría de un impactante cartel de apoyo a la República Española, difuminado en mi memoria entre los muchos soberbios de su compatriota Mauricio Amster, del valenciano Josep Renau, del barcelonés Martí Bas o del madrileño José Bardasano. Fue el sensacional libro Presentes del periodista y escritor Paco Cerdá el que me metió la curiosidad en el magín, tras la lectura del capítulo en el que incluye al polaco dentro de un coro de vidas paralelas durante el traslado de los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera, a finales de 1939. Narra Cerdá los momentos más duros del ilustrador en la prisión valenciana de San Miguel de los Reyes, pero sobre eso volveremos tras situar al personaje en su cronología, que conviene empezar las cosas por el principio.

Mariano Rawicz Majerowicz nació en 1908 en Lvov o Leópolis, entonces Imperio Austrohúngaro, después Polonia y ahora Ucrania, donde inició sus estudios en Bellas Artes, para completarlos en Cracovia y después en la Academia de Artes Visuales de Leipzig, que en aquella época era una explosión de abstracción geométrica, constructivismo, grafismo vanguardista fotomontaje y tipografía funcional. Con esa formación, y en 1929, llegó a una España anclada en el pasado y paralizada en un bucle que iba del anacronismo borbónico de Alfonso XIII, a la dictadura sandunguera de su valido el general Miguel Primo de Rivera, para desembocar en una diarrea histórica final con la “dictablanda” del general Dámaso Berenguer y del almirante Juan Bautista Aznar.

Con el advenimiento de la República, en 1931, un vendaval de aire fresco entró por las ventanas de la cultura española y las editoriales se apresuraron a cambiar sus diseños, lo que no tardó en convertir a Rawicz en el máximo protagonista, junto a su compatriota Amster, de la revolución radical en el diseño editorial.

Así, trabajó para sellos como Dédalo, Ulises, Hoy o Cénit, y también para empresas dedicadas a otras expresiones artísticas, como es el caso de las azulejerías que poblaban las carreteras y poblachones españoles hasta los años setenta del pasado siglo anunciando Nitrato de Chile, un popular fertilizante orgánico que con el tiempo fue cayendo en desuso. Aunque el cartel original de 1929 lo diseñó Adolfo López-Durán Lozano, entonces estudiante de arquitectura, fue Rawicz quien lo adaptó para cerámica y el que incluyó un juego trampantojo entre el jinete y el caballo que se acerca o se aleja dependiendo del ángulo desde el que se contemple.

Cartel de Mariano Rawicz Durante la Guerra Civil trabajó para el Ministerio de Propaganda de la República y en ese contexto creó el famosísimo cartel que con el título ¿Qué haces tú para evitar esto?, concluye reclamando ayuda para los refugiados en zonas de guerra. Se trata de un fotomontaje con dos imágenes bien distintas. La primera, un edificio en ruinas tras un bombardeo sobre el barrio madrileño de Argüelles, parte de una foto del reportero Vicente López Videa publicada en la revista Mundo Gráfico y posteriormente en el poemario Viento del Pueblo, de Miguel Hernández, mientras que la segunda fue tomada por un autor anónimo durante el multitudinario entierro en Barcelona del dirigente anarquista Buenaventura Durruti. Curiosamente, Rawicz saca de contexto a una mujer que llora desconsolada, portando en brazos a un niño que alza su puñito inocentemente proletario, y los introduce en otro bien distinto de víctimas de un bombardeo.

Terminada la contienda, es detenido en Barcelona. Juzgado sumariamente, es condenado a muerte. Se la conmutan por cadena perpetua o treinta años de cárcel, que debía cumplir en San Miguel de los Reyes, Valencia, un imponente edificio, hoy sede de la Academia Valenciana de la Lengua, aunque primero fue alquería islámica, después hogar de la orden cisterciense y más tarde un sórdido penal franquista, que llegó a albergar cuatro mil presos. Y justamente ahí es donde recupera su memoria el ya citado Paco Cerdá, introduciéndonos a un lugar donde: “… un preso rojo vale menos que la cuarta parte de una mierda”. Allí se entera Rawicz de que su mujer Angélica se ha tomado un frasco entero de Luminal, barbitúrico antiepiléptico, hipnótico, sedante y somnífero, para dormir por los siglos de los siglos; allí canta cuatro veces al día tres himnos: el Cara al Sol, el Oriamendi y la Marcha Real; allí duerme cada noche en un espacio de entre cincuenta y sesenta centímetros; allí pasea intentando tranquilizar a su compatriota Simón Królikowski, majareta perdido a base de brutales palizas. Pero se acaba el capítulo y Cerdá no cuenta que también allí conoce a Lolita Pellicer, la hermana de dos anarquistas valencianos recluidos, que le dicen que de vez en cuando venga a ver al amigo polaco que anda mustio y afligido. De aquellas charletas penitenciarias irá surgiendo el enamoramiento y el compromiso entre el diseñador y la chica del barrio del Cabanyal.

Y cayendo por ese agujero negro de la memoria de Cerdá y a través de la manguera de la que nos habló Stephen Hawking, llegamos al recuerdo investigador del cineasta valenciano Sergi Pitarch Garrido, director de El último abrazo, que fue nominado al Goya como mejor cortometraje documental en 2015. A raíz de la compra por compromiso de un bolso viejo en una subasta de amiguetes, Sergi encuentra dos cartas cerradas y con su correspondiente sello postal, en las que Rawicz, tras salir de la cárcel en 1946, refugiado en un garaje y conminado por la barbarie franquista a abandonar el país de inmediato, decide seguir los pasos de su ex esposa y se trasiega un frasco de Luminal, no sin antes escribir a sus dos únicos amigos comunicándoles la decisión suicida y rogándoles que ayuden a Lolita a pasar el trago. Pero héteme aquí que la susodicha le descubre exánime y, tras varios días de urgencias hospitalarias, el polaco vuelve a la vida. Y, final feliz donde los haya, la pareja consigue exiliarse en Chile, Rawicz es nombrado profesor en la Escuela de Diseño de la Universidad Católica, y se convierte en una ciudadano admirado y respetado hasta su muerte en 1974.

El equipo de producción de Pitarch se trasladó a Chile para entregarle las dos cartas a una madura, bella y dulce Virginia Rawicz, la hija de Mariano y Lolita. Mientras ella las leía con lágrimas en los ojos, algunos miembros del equipo de producción del emocionante documental charlaban de sus cosas en valenciano. Virginia levantó la mirada acuosa del papel y les dijo: “Hacía mucho tiempo que no escuchaba esa lengua en la que mi madre nos regañaba cuando hacíamos alguna trastada”. Y es que, como decía su padre: “…el recuerdo se comporta de un modo misterioso.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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