Aunque en los últimos tiempos le encontraba con frecuencia al mediodía, las más de las veces solitario como este humilde observador, aquí al lado de Diariocrítico, en el gusto compartido por la excelente comida marroquí de un restaurante vecino de esta calle Recoletos, la verdad es que apenas cruzábamos un saludo de viejo afecto y pocas palabras. Ahora me doy cuenta de que, probablemente, el gran Valerio Lazarov, todo un nombre para la mejor historia de la televisión en España, estaba ya yéndose y con reducidas ganas de presente. Demasiado próximas en el tiempo, aunque en muy diferentes circunstancias, estas últimas semanas me dejan dos despedidas, la de Valerio y la de mi entrañable amigo y compañero Julián Lago, muy especialmente sentidas y una creciente sensación de que vamos quedando cada vez menos de los que vivimos el gozo y la intensidad de los años maravillosos de la transición.
Poco se puede añadir sobre el gran Valerio Lazarov a lo que ha escrito aquí al lado, desde la autenticidad de lo sentido, el recuerdo de la colaboración profesional y el calor de la amistad, el editor de este grupo Diariocrítico, Fernando Jáuregui. Me quedo con esa afirmación, que tan ajustadamente cuadraba a Valerio Lazarov, de que era “un hombre libre que fomentaba la libertad”. Recuerdo que otro especialmente querido amigo, también ya desaparecido y que fue mi patrón, Antonio Asensio, me dijo que no había mejor orientación ni modelo para hacer una televisión como la que los telespectadores tenían derecho a recibir, que seguir las pautas, que calificaba de geniales, de Valerio Lazarov.
Lazarov no es que fuera un gran creativo y técnico de la televisión. Es que aquí, en España, en cierto modo, Lazarov “era” la televisión, en la medida en que contribuyó tan poderosamente a establecerla entre nosotros como el gran fenómeno y espectáculo de masas. No es cosa ni momento de hacer repaso de su labor creativa, que necesitaría páginas y páginas para su simple relación, sino de despedir al gran comunicador que estaba dotado de un espacial instinto para conocer lo que los telespectadores querían y cómo lo querían.
Fueron hermosos aquellos años en que todos soñamos la plenitud de las libertades recuperadas y en los que la comunicación, lo mismo la escrita que la audiovisual, de la mano de talentos como Lazarov, supo comunicar brillantemente con la ciudadanía del cambio. En los tiempos opacos y desorientados que ahora vivimos en la prensa y en la televisión, quizá convenga un poco volver la vista atrás, hacia aquellos faros de luz.