lunes 11 de abril de 2011, 08:19h
No sé si me repugna más el grimoso Sostres, un genio en comercializar sus taras emocionales, o el aquelarre posterior. No sé si me molesta más que un buen periódico publique sus deyecciones o que sus deyecciones sirvan para que un montón de ofendidos no tengan que explicar, gracias a él, los excesos inconstitucionales que sostienen al calor de causas tan nobles como la igualdad.
No sé mi me asquea más que El Mundo le dejara escribir o que le retire un artículo por presiones externas. No sé si me horroriza más que nadie se leyera ese engendro antes de publicarlo o que tantos lo juzguen luego sin haberlo siquiera leído. No sé si me escandaliza más la persecución a Nacho Vigalondo por su patochada sobre el Holocausto o que se disculpe rápido a un periódico y nunca al otro.
No sé si me inquieta más que un eurodiputado sólo tenga vergüenza cuando su desvergüenza se hace pública o que cualquier mendrugo con una cuenta en Twitter o una careta de Vendetta consiga pasar por la quintaesencia del pueblo libre.
No sé si me aterra más que Sostres exista o que algunos no puedan existir sin un Sostres enfrente. Y no sé si me sugiere más la certeza del evidente hastío social o me asusta que estalle de mala manera por la galopante ausencia de referentes, valores y principios incuestionables; diluidos todos en un guateque eterno de debates sostresados.
Pero sí creo saber algo: cuando todas las polémicas son tan ligeras; cuando todas las trincheras son tan previsibles; cuando todas las voces y sus ecos reverberan eternamente; cuando se pregunta siempre la identidad del delincuente para decidir la importancia del delito; es que estamos muy perdidos.
Nadie sabe ya dónde mirar.
(Puedes seguirme en Facebook, en Twitter, y en este blog)
- Más artículos de Antonio R. Naranjo en: