lunes 19 de enero de 2015, 10:59h
Ahora
hay muchos izquierdistas empeñados en convencernos de que existen muchas
culturas, que todas son buenas y que deben acomodarse como tales dentro de eso
que llaman multiculturalismo. Es por ello un momento oportuno para citar a un
pensador que fue considerado "nueva izquierda", Herbet Marcuse, que definió la
cultura como: "Un proceso de humanización que se caracteriza por el esfuerzo
colectivo para proteger la vida humana, mitigar la lucha por la existencia, encuadrándola
dentro de unos límites soportables, estabilizar una organización productiva de
la sociedad, desarrollar las facultades intelectuales del hombre y reducir o
purificar las agresiones, la violencia y la miseria". Dentro de este proceso se
pueden ir integrando distintas tradiciones, lenguas, costumbres, folclores y
creencias. No hay unas culturas étnicas superiores ni inferiores, porque solo
hay una cultura como proceso progresivo de la especie humana, contra la cual se
resisten factores regresivos de carácter anticultural. Hay formas de vida
colectiva compartimentadas, como islas incomunicadas en el proceso general de
culturización de nuestra especie, cuya pluralidad puede ser respetada o
influida civilizadamente como un deber que nos impone el humanismo, pero otra
cosa es considerarlas con mentalidad relativista como si fuesen iguales y combinarlas
como modelos intercambiables y homologables según las circunstancias o las
conveniencias del momento.
Quizá nadie
dude en tachar de anticulturas aquellas agrupaciones colectivas cuyos métodos
proponen la muerte de quienes no comulgan con sus doctrinas, que prohíben la
libertad de expresión o reprimen absolutamente cualquier forma pública de
discrepancia. Son como manchas de aceite incompatibles con la transparencia del
agua. Pero estos radicalismos exacerbados no son los únicos círculos
contraculturales que flotan sobre la superficie fluida de una humanidad libre.
Existen caldos de cultivo de donde emanan los radicalismos que, con apariencias
menos agresivas, son el trasfondo reaccionario del que se desprenden los
fluidos aberrantes de la intolerancia. Allí donde la mujer es considerada como
un ser desigual, donde se pueden imponer determinadas indumentarias o infringir
determinados castigos, está la raíz de la contracultura y no se trata de
singularidades o diferencias propias del mosaico multicultural. Allí donde la
creación artística debe seguir unos cánones predeterminados y la figura humana
no puede desnudarse ni el espíritu encarnarse en formas físicas, no puede
considerarse que se trate de un estilo sino de un contraestilo. Allí donde la
gastronomía no está inspirada por la dietética sino por preceptos caprichosos no
se alimenta otra cultura, ni donde la vestimenta oculta la imagen tampoco puede
hablarse de otra moda. Allí donde la medicina tropieza con estorbos para su
práctica por prejuicios religiosos y no se trata a las personas de acuerdo con
el libre ejercicio de las facultades de la ciencia no se puede hablar de una
cultura de la salud. Allí donde la espiritualidad no puede desenvolver
públicamente sus diferentes propuestas para buscar la trascendencia divina de
lo humano no existe otra cultura sino un clima de opresión, donde la religión y
el Estado se confunden y amalgaman.
Cuando
lamentamos aberraciones contraculturales violentas que aterrorizan la
sensibilidad de las gentes civilizadas, no tenernos que pensar solo en los
horrores de la sangre sino en el error que supone relativizar el concepto de
cultura. El error de renunciar a la expansión del humanismo, a la extensión de
la libertad y a la ruptura de las murallas físicas o morales que mantienen
cerrados los guetos sociales o los sistemas políticos. La mas falsa de las
opiniones es cegarse con la venda del multiculturalismo y autoengañarnos con
que todo vale, todo es bueno, y todas las costumbres y los vicios son asumibles
por el simple hecho de que se practican por poblaciones numerosas y que, frente
a ello, el único apostolado legítimo es la complacencia desde la distancia.
Allá cada cual con sus manías o sus fanatismos, mientras no traspasen la puerta
de nuestra casa. No son cultura los dogmatismos aislacionistas impuestos por
una presión social acrítica y un fanatismo religioso excluyente. Los cotos
cerrados por la pasión liberticida y las propuestas irracionales no pueden
estimarse como variedades culturales sino como opresiones de la mente humana.
La desorbitada proliferación del fundamentalismo es la demostración del fracaso
del multiculturalismo relativista. El mundo islámico no acaba de integrarse en
el mundo de la libertad porque nadie se lo demanda ni se lo aconseja. Ese es el
error suicida del multiculturalismo. Dejar que el mundo abandone su proceso
global de culturalización y dormir el sueño egoísta de la indolencia, del que nos
despiertan, de cuando en cuando, los batidores de la contracultura con el
estruendo de una explosión o de unos disparos de kaláshnikov.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
|
elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
|