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>> Diario de campaña:Carod como símbolo

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jueves 11 de noviembre de 2010, 20:17h
Aunque los orígenes de la catalanofobia se hunden en la noche de los tiempos –y no es una licencia literaria, Dante escribió sobre “l’avara povertà di Catalogna” en el siglo XIV-, es difícil encontrar en la historia reciente a un catalán tan masivamente odiado en el resto de España como Josep Lluís Carod-Rovira. Es verdad que Heribert Barrera, su correligionario de Esquerra y presidente del parlamento catalán en la primera legislatura de Jordi Pujol, fue asimismo objeto de no poca inquina; de hecho, algunos medios de comunicación de ámbito estatal parecían deleitarse preguntándole cuál era su verdadera patria, como si no supieran de antemano cuál iba a ser la respuesta del viejo republicano. (Como Enrique Tierno Galván, que era tres años más joven, Barrera siempre aparentó mucha más edad de la que figuraba en su carnet de identidad.).
También Jordi Pujol aguantó sus correspondientes dosis de hiel, como cuando Alfonso Guerra lo comparó con Quasimodo, pero es evidente que nadie acumula tanto rechazo como Carod. Su impopularidad se ha extendido incluso hasta el propio Principado, hasta el punto de que le cupo el dudoso honor de ser el político más abucheado en el exterior de la Sagrada Familia con motivo de la reciente visita del Papa. Tampoco nadie ha desmentido el comentario que se le atribuye a su sustituto y verdugo, Joan Puigcercós, cuando supuestamente afirmó en privado que, cada vez que Carod hablaba, Esquerra perdía votos.

No siempre fue así. Con Carod de cabeza de lista, Esquerra alcanzó en las elecciones generales de 2004 sus mejores resultados desde la restauración de la democracia, pasando de uno a ocho escaños en el Congreso de los Diputados. En las autonómicas del 2003, sus resultados habían sido asimismo espectaculares, casi doblando sus diputados –de 12 a 23- y convirtiéndose en la tercera fuerza política de Cataluña. Con la ventaja de la perspectiva, parece evidente que tales éxitos tenían un corresponsable con nombre y apellidos, que no fue otro que el José María Aznar López. Para muchos catalanes, el voto a Esquerra fue la forma de enviarle el mensaje más hiriente posible al PP y el presidente del Gobierno. En realidad, de la oposición al PP surge propiamente el tripartito.

Pero eso no acaba de justificar la aversión por Carod. ¿Fue por su malhadado viaje a Perpiñán de enero de 2004 a la búsqueda, según sus críticos, de una “paz separada” para Cataluña por parte de ETA? De eso hace ya muchos años. ¿Es por su independentismo radical? Al lado de Laporta y Carretero, Carod es un  moderado. ¿Es por su bigote felpudo y por sus melenas al viento, impropias de un hombre cercano a los 60 años? No parece plausible, el aspecto físico nunca ha sido un hándicap para ningún político, ni en España ni en Cataluña. La cierto es que, en las distancias cortas, Carod es un hombre extraordinariamente tímido, como atestiguarán todos los que han compartido con él veladas sociales, no políticas. Lejos de la actitud habitual de los políticos en este tipo de eventos, Carod ha solido refugiarse todos estos años en un rincón, relacionándose con muy poca gente y con la única compañía de su esposa, por otra parte encantadora.

Aún a riesgo de incurrir en especulaciones freudianas, da en efecto la sensación de que Carod nunca ha conseguido afrontar su biografía, objeto por otra parte de tantas especulaciones. Que su padre fuera carabinero y no nacido en Cataluña debería representar un motivo de orgullo para todo un vicepresidente de la Generalitat, aunque hasta la legitimidad de ese cargo se ha puesto en entredicho. Cuesta creer que el 28-N represente el punto final de tan azarosa trayectoria.

(*) Ramiro Desvalls es un colectivo de periodistas y escritores catalanes, tanto de origen como de adopción
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