La volatilidad se ha intensificado en los mercados financieros en un entorno dominado por la incertidumbre económica y las tensiones comerciales, impulsando la demanda de activos refugio como el oro, el franco suizo y el yen. Esta dinámica refleja un trasfondo de cautela, respaldado por indicadores económicos de EE.UU. que refuerzan la percepción de un deterioro en el crecimiento global. Uno de los datos más relevantes ha sido la publicación del índice manufacturero de la Reserva Federal de Dallas, que se desplomó en abril a -35,8 puntos, muy por debajo del -17,0 esperado. Se trata del peor registro desde los primeros meses de la pandemia de Covid-19, reflejando un deterioro acelerado en el sector industrial del sur de Estados Unidos. Este dato no solo confirma la tendencia negativa observada en otros índices regionales —como Empire State, Richmond y Philadelphia—, sino que también pone en duda la solidez del crecimiento económico de EE. UU. en el corto plazo.
A este escenario de creciente fragilidad se suma la cautela de China, que ha optado por mantener la compostura frente a la escalada arancelaria, retrasando nuevos estímulos fiscales mientras intensifica el apoyo crediticio a su mercado interno. Pekín busca preservar su margen de maniobra ante un posible deterioro más profundo. En el plano global, la probabilidad de recesión ha aumentado notablemente. La reducción de las previsiones de crecimiento mundial, del 3,0 % al 2,7 % para 2025, refleja el impacto de la incertidumbre comercial y el deterioro de la confianza empresarial, mientras crecen las advertencias sobre un posible escenario de estanflación, caracterizado por bajo crecimiento y alta inflación.
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