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Crónica aproximada del homenaje a Jardiel Poncela (porque tampoco era cosa de hacerla muy precisa)

por Enrique Gallud Jardiel

miércoles 27 de junio de 2018, 09:39h

El domingo, 24 del corriente, a las 12:00 horas por el meridiano de Castellón de la Plana (que es el que también pasa por Greenwich), tuvo lugar un homenaje a Enrique Jardiel Poncela, en la Sacramental de Santa María (ya saben: subiendo la cuesta).

Nos atrevemos a decir que fue un hito histórico, sólo comparable en trascendencia a la invención de la rueda o del cruzado mágico.

A este entrañable acto, celebrado bajo el título de «Ven a reír al cementerio», acudieron más de doscientas personas y tres periodistas. No estamos hablando de «abigarradas multitudes» pero la asistencia tampoco fue como para echarse a llorar, como sucede en otros actos culturales que se celebran en la capital. Hay que añadir que todos los asistentes se portaron bien y muy pocos comieron pipas de girasol durante el acto.

Una buena noticia: teniendo en cuenta la cantidad de asistentes, se robó un número muy reducido de carteras, para lo que suele ser habitual en este tipo de actos.

Se trataba de una rancia tradición, aunque acabada de inventar: la ofrenda votiva y anual de un imperdible al humorista, que aseguró en vida bajo palabra de honor y ante notario que sin imperdibles era del todo imposible hacer teatro de ninguna clase.

La idea del homenaje partió de Pepe Viyuela, que debe tener en la actualidad mucho tiempo libre, cuando lo malgasta de esta forma, dedicándose a poner en marcha iniciativas de esta índole.

Como Jardiel nació el 16 de octubre, su homenaje se celebró el 24 de junio, porque él era un hombre muy poco convencional.

Para el homenaje se había pensado en primer lugar en ofrecerle a Jardiel un banquete. Pero se desechó la idea debido a la posibilidad de que no asistiese a él por estar muerto o porque no le gustaban los banquetes, probablemente por lo segundo.

También se consideró la posibilidad de acabar el acto con una canción. Pero a Jardiel lo que le gustaba eran las zarzuelas, sobre todo las del maestro Alonso. Se preguntó a los asistentes si alguno se animaba a cantarle el pasodoble de los chisperos de La calesera, por ejemplo, pero desgraciadamente no hubo voluntarios.

El acto tuvo lugar cerca de la lápida de Jardiel, que reza: «si queréis los máximos elogios, moríos». Jardiel ya había cumplido con su parte muriéndose y ya sólo les quedaba a los asistentes el cumplir la suya y hacer los elogios.

Añadiremos el detalle pintoresco de que sobre el nicho de Jardiel se encuentra el de una marquesa viuda, pero no queremos hacer chistes fáciles al respecto.

Diversas personalidades del mundo de la cultura se emperraron en hablar en el acto y no hubo forma de decirles que no. Aprovecharon la ocasión para soltar sus discursos de encomio, ésos que sirven para cualquier ocasión con tan sólo variar el nombre de la persona elogiada. Ha de añadirse que aunque todos los participantes habían firmado un documento comprometiéndose solemnemente a no hablar más de cinco minutos, ninguno cumplió lo pactado. El comité organizador está ahora considerando la posibilidad de emprender acciones legales.

Afortunadamente no hubo que lamentar muertes a causa de excesivas dosis de oratoria, pues las autoridades de la Sacramental nos advirtieron que estaban llenos y que la lista de espera era muy larga, por lo que no nos podrían ceder ni un rinconcito, en caso de que se produjese un obitum tediae (muerte por aburrimiento, para los que no dominen la lengua del Lacio). En cuanto a los casos menos graves, los dispositivos del SAMUR tranquilizaron a los presentes, informándoles de que los accidentados por escuchar discursos soporíferos se curan solos al cabo de dos o tres días.

Varios intelectuales de pro leyeron fragmentos de obras de Jardiel, no sin alguna dificultad. Se conoce que a estos intelectuales eso de leer les pillaba un poco desentrenados.

Al acto no asistieron políticos de ninguna clase. A Jardiel no le habría gustado, habida cuenta de que son la especie animal con menos sentido del humor, aunque paradójicamente nos hagan reír muchas veces.

Jardiel no respondió a los numerosos discursos elogiosos que se le dedicaron. La razón que estaba demasiado conmovido y emocionado para hablar.

Los intervinientes se colocaron estratégicamente bajo una arcada que cerraba completamente el camino de salida, para asegurarse que el público no pudiera escapar a hurtadillas durante el acto. Había allí un andamio decorativo, como esos que se ponen como decorado en las obras de teatro experimental checoeslovaco y que salen tan baratos.

El público se sentó (¿o es ‘sentuvo’?: no estamos muy seguros de cómo se conjuga este verbo) encima de las tumbas que había por allí, con una desfachatez de campeonato.

Detallemos ahora en orden cronológico-progresivo los nombres de los oradores que abusaron reiteradamente de la paciencia de los asistentes.

En primer lugar, Enrique Gallud Jardiel, nieto del finado, hizo algunos anuncios. Se excusó por la falta de megafonía, que ya estaba convencido de que no haría falta, pues sólo iban a acudir cuatro gatos. Pidió que nadie apagara su móvil, sobre todo si tenían un tono de llamada divertido, para que se animara así el cotarro en medio de los tediosos discursos. Solicitó de los presentes que hicieran fotos y las difundieran, para que, si el homenaje no era un éxito, al menos lo pareciera.

A continuación, dio las gracias a las personalidades culturales que asistieron, recalcando que hubo otras muchas personalidades culturales que no se dignaron contestar a la invitación. Recalcó que la idea del todo aquel cotarro había sido de Pepe Viyuela, para que en el caso de que el homenaje resultara un desastre, fuera Viyuela quien cargara con la culpa.

Aprovechándose de su rol de maestro de ceremonias, Gallud Jardiel, con toda su caradura, se cedió a sí mismo la palabra el primero. Intentó emocionar a los allí reunidos con una Oda lacrimógena a Jardiel, que compuso expresamente para el acto. Pero al pelmazo de Gallud Jardiel le salió el tiro por la culata, porque cuanto más intentaba conmover, más se reía el público y cuanto más tristes eran sus cuartetas, mayor era la juerga generalizada con que los oyentes las recibían.

El actor Jacobo Dicenta recitó lo mejor que supo el monólogo de Germán de la comedia Angelina o el honor de un brigadier, que es una apología del cigarrillo. Consiguió finalizar su políticamente incorrecta parrafada sin recibir ninguna pedrada y tener que lamentar heridas de mayor consideración.

La comisión organizadora del acto —de la que es presidente D. Pepe Viyuela y en la que Enrique Gallud Jardiel ostenta el cargo de absolutamente todos los vocales— permitió, como medida de excepción, la intervención en el acto de un crítico teatral, José-Miguel Vila. A Jardiel la cercanía a un crítico siempre le producía urticaria, pero en esta ocasión no tuvo más remedio que chincharse, por causa de fuerza mayor. Vila dijo muchas cosas interesantísimas que no repetimos aquí para darles envidia a los que no vinieron al homenaje.

A continuación, se trasladó a los presentes un mensaje de la gran actriz de carácter (¡y qué carácter!) Paloma Paso, nieta asimismo del finado susodicho. El contenido del mensaje era que le hubiera gustado mucho haber podido asistir al acto, pero que le gustaba más quedarse en la playa. Su hijo, Ramón Paso, fue el encargado de la desagradable labor de transmitir estas palabras lapidarias (y, por serlo, especialmente adecuadas al lugar y momento).

Ramón Paso tuvo a su cargo asimismo la pausa publicitaria, en la que nos habló de un montón de montajes teatrales que había hecho y cosas por el estilo.

El gran actor Juan Carlos Talavera, ayudado en su caracterización por un sombrero que le había regalado algún enemigo suyo, leyó varios textos, entre ellos La sencillez de Juana de Arco, un Verso a Felisa en el cementerio y probablemente alguna otra cosa más, de la que, lamentablemente, no nos acordamos en el momento de escribir esta crónica.

Jacobo Dicenta volvió al estrado (lo del estrado es un decir: estaban todos en el suelo mondo y lirondo, encima de la grava) para transmitir un mensaje del director Manuel Canseco, cosa que hizo sin beber agua ni una sola vez. El mensaje se titulaba originalmente Palabras ante la tumba de Jardiel, pero se leyó como Palabras a doscientos cincuenta metros de la tumba de Jardiel, porque delante de la tumba directamente no se cabía.

Pepe Viyuela nos leyó entonces el cuento ¡Mátese usted y vivirá feliz!. Muy consciente de que la narración era larga y de que el público a aquellas alturas ya empezaba a arrepentirse de haberse levantado de la cama ese día, Viyuela metió la directa y leyó a una velocidad de bólido. Creemos que se trataba de un experimento para medir la velocidad mental de los oyentes, observando quién se reía al final y quién no.

Acto seguido intervinieron el director y más cosas Juan Carlos Pérez de la Fuente y José María Torrijos, gran experto en el 27 (en la generación del 27, no en el artículo 27). Leyeron al alimón el cuento La Universidad de Herby o los encantos de la democracia, pronunciando absolutamente todas las letras, algo bastante raro en los actores de hoy en día, a los que no se les suele entender la mitad de lo que dicen.

Un momento emotivo de la mañana fue la lectura de unas bellísimas palabras de Luis Alberto de Cuenca —miembro honorífico de la familia Jardiel y poseedor de un certificado que así lo demuestra—, que no pudo acudir porque estaría presentando algún libro en algún sitio o escribiendo algún prólogo para alguna obra, como es lo habitual en él. Fue un mensaje muy sentido (lo sentimos todos).

Eloy Arenas, el famoso... el famoso... (bueno: será famoso por algo, creemos) despistó a la organización. Estaba previsto que leyera Los dieciséis consejos de Lord Brummel pero salió por la tangente con un remix de aforismos de Jardiel que provocaron la hilaridad de los asistentes que todavía no habían abandonado el lugar saltando por la tapia del fondo (ya que, como hemos dicho, no había otra forma de salir de aquella encerrona).

Llegó desde el Japón otro mensaje de Fernando Sánchez Dragó y, muy a pesar de los organizadores, no tuvieron más remedio que leerlo, procurando no balbucear demasiado. Advirtieron al público de que, para ahorrar tiempo, era mejor no aplaudirlo al final. Y añadieron que ya le comunicarían al Sr. Dragó que sus palabras habían gustado mucho y que la ovación se había escuchado desde Murcia.

Pedro Víllora, dramadiógrafo y cometurgo (comediógrafo y dramaturgo, queremos decir: ha sido una metátesis originada por la velocidad adquirida) escarbó en la vida priva de Jardiel y puso en evidencia su pasión más intensa: el amor por su coche. Leyó el verso Ford V8, haciendo las pausas en su sitio (algo todavía más raro e insólito que lo de pronunciar bien a lo que nos referíamos antes).

Se leyó un mensaje de Paco Mir, antiguo miembro de Tricicle, que empezó a hablar del imperdible y se metió en un jardín, como suele decirse. Tampoco se le aplaudió, por el aquel de acabar cuanto antes, ya que a medida que el sol cambiaba de posición y la sombra se reducía, los asistentes se iban pegando más y más unos a otros con una desvergonzada promiscuidad sólo justificable por los 38º Celsius de los que se disfrutó durante la mañana.

Tuvo lugar entonces la participación de José Mota, que dijo estar contentísimo de que para honrar a Jardiel se hubiera reunido allí tanta gente. Contando con que en el área metropolitana de Madrid hay unos cuatro millones largos de individuos, creemos que Mota es un optimista patológico al que, además, no se le dan nada bien las matemáticas. Sus palabras en defensa del humor fueron loabilísimas y suscribimos encantados todas y cada una de ellas (salvo algún exabrupto que no viene al caso).

Como número fuerte del programa, ese actorazo que es Manuel Galiana deleitó a todos con la lectura del verso Cuentos y chismes del oficio, donde Jardiel explica los efectos del veneno del teatro y de cómo resulta tan adictivo, pese a lo mucho que se sufre en él.

Durante el acto y en diversos momentos se lanzaron hirientes puyas al comité organizador, por la ausencia de mujeres en la tribuna de oradores. Luego nos hemos enterado de que sí se invitó a varias féminas a participar, pero lamentablemente fueron de las que dieron la callada por respuesta. Otro año será.

La actriz Maribel Vitar leyó un inspiradísimo Padrenuestro jardieliano, fruto de la tinta de la pluma de Pepe Viyuela, que quedó así estupendamente.

El mismo Viyuela clausuró el acto, porque ya tenía muchas ganas de irse a tomar el aperitivo. Lo hizo con las inmortales palabras que Dante insertó al final de la Divina comedia y que dicen así: «Esto se ha acabado, señoras y señores».

Entonces, todos los participantes se aplaudieron unos a otros y varios de ellos se aplaudieron a sí mismos, porque sabemos que la modestia no es precisamente una de las virtudes más destacadas de la profesión.

Tras finalizar el acto, los presentes peregrinaron hasta la lápida número 153 y depositaron allí cuidadosamente los imperdibles jardielescos en cantidades industriales, para que Jardiel hiciera con ellos lo que mejor le pareciera. Estamos seguros de que algún chatarrero se los llevará cualquier día para venderlos al peso, por lo que el año que viene tendrá que repetirse el homenaje para llevarle más imperdibles al maestro.

A los pocos minutos de finalizado el acto, la Asociación Española para la Defensa de la Seriedad, la Moral Tradicional, los Valores Eternos y los Usos Alternativos del Papel de Fumar hizo público un comunicado censurando el hecho de que alguien utilizase un cementerio para reírse. Dicho comunicado expresaba la convicción de que el humor debía ser únicamente un entretenimiento para los hijos de los ricos y los poderosos, y de ningún modo un arma de crítica o de transgresión.

Pero, afortunadamente, cada vez hay más gente en este país que ya no se afilia a este tipo de organizaciones.

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