Creer que por ser un empresario ‘exitoso’ se puede gobernar un país con esperanzas de salir de la pobreza es una ilusión propia, que también puede ser vendida a los electores.
La propaganda política puede hacerle creer cualquier cosa a un incauto que lucha a diario por un trozo de pan.
El candidato de la oposición Ricardo Martinelli tiene ya todo en su haber, menos el poder político, que sería el trofeo que satisfaría su ego empresarial. Solo que el país no es una empresa, y menos Panamá, que se apresta a saltar de la periferia al centro, tras haber estructurado serios planes de desarrollo social y humano.
En su cadena de supermercados Martinelli ha cometido -según datos de la justicia- todos los desmanes: alteración de precios, alteración de etiquetas de caducidad de productos, peso correcto y otros, todos con sus respectivas condenas. Pero en la propaganda política se le vende como un hombre que ha salido de la pobreza a punta de esfuerzo, sin preguntarle a los proveedores de sus almacenes cuánto deben esperar a que les cancele las facturas de compra de los productos que revende en su cadena de supermercados. Comprar a crédito para vender al contado no es una práctica desconocida, ni un delito; comprar a crédito y pagar ‘cuando le dé la gana’ sí, porque el lapso de espera puede afectar seriamente la salud económica de los productores.
Pero ‘el panameño no come cuento’. Es cuestión de tiempo, para que los electores descubran que detrás de las cuñas de televisión, que falsean la realidad y venden un cambio sin que se explique el qué y el cómo, hay tantos engaños como los ha habido en las etiquetas de los productos del Súper 99 y en la manera en que Martinelli ha hecho una fortuna comprando a crédito hoy, vendiendo al contado mañana, y pagando al productor hasta seis meses después.