Uno de los efectos de la raíz financiera de la actual crisis económica global ha sido, junto a las numerosas expresiones de cierta desconfianza de los consumidores respecto a los métodos y prácticas de las entidades financieras, la aparición de un amplio movimiento de rechazo a los llamados “paraísos fiscales”. Al fin y al cabo, por ejemplo, en España ¿quién desconoce que la mayoría de las trapisondas de Marbella, la costa del sol y otras áreas de Andalucía hubieran sido menos fáciles sin la letal proximidad de Gibraltar? Y eso que Gibraltar es casi una nadería en el tremendo mapa de los paraísos fiscales o, como los denomina
Segismundo Álvarez en un muy brillante artículo de reciente publicación, los “parásitos fiscales”.
Casi el 50% del comercio mundial pasa por paraísos fiscales y ¡casi un tercio! de los activos mundiales están allí residenciados. Es de sentido común que las Haciendas de los diferentes países, necesitadas de recaudar, tendrán que obtener de las pequeñas y medianas empresas y de las profesionales o clases medias, todo lo que eludan los grandes usuarios de los paraísos fiscales, de modo que la lucha contra los paraísos fiscales no tiene nada que ver con las ideologías, sino que es una cuestión moral, de mínimos sociales éticos. Así que
.png)
podemos hacer nuestra la conocida expresión del senador norteamericano
Carl Levin:
“Los paraísos fiscales han declarado la guerra a los contribuyentes honestos”.
Es reciente el caso de las fortunas españolas instaladas en Liechtenstein, pero hemos vivido o padecido bastantes más durante las últimas cuatro décadas, con los paraísos fiscales del Caribe acogiendo grandes fortunas españolas. No se trata de fijar una actividad económica en otro país porque tiene unos impuestos más bajos, sino de sacar la riqueza creada en unos países para no pagar impuestos, o pagarlos mucho menores, en otros. El paraíso fiscal permite sustraer el impuesto del país donde debió haberse pagado y saca a cambio una pequeña cantidad, pero lo importante es que en ese paraíso fiscal no se desarrolla actividad alguna. Sencillamente, se trata de que esos territorios, y sobre todo sus usuarios, extraen ingresos que corresponden a otros países. De ahí la propuesta denominación de
“parásitos”.
A los evasores ya ni les hace falta cambiar el domicilio, porque acuden a complejas estructuras societarias en las que colocan sus activos y desde la opacidad de las mismas vuelven a invertir en su país. Álvarez explica una fórmula bien sencilla: se pueden entregar stock-options en un paraíso fiscal y ponerse a nombre de una entidad; se ejercitan después, y el
trust o la sociedad, en teoría desvinculada del nacional, le hace después un préstamo, o le permite utilizar su tarjeta de crédito. Han sido especialmente utilizadas para el reingreso entidades como los
Hedge Funds o las entidades de capital riesgo, que están menos reguladas que los bancos. Pero la mayor utilización de los paraísos fiscales no se hace por las personas físicas sino por las grandes multinacionales. El dato que sigue es bien elocuente: las ganancias de empresas de EEUU en paraísos fiscales pasaron de 88 mil millones a 149 mil millones de dólares solo entre 1999 y 2002.
Aún más grave es que el efecto de los paraísos fiscales, o del parasitismo fiscal, no termina en lo estrictamente económico, porque es inevitable que las prácticas de opacidad y secretismo terminen por favorecer la corrupción y el delito. ¿Acaso no se utilizan los paraísos fiscales como privilegiados lugares donde ocultar el dinero del crimen organizado, el terrorismo, los políticos corruptos, para su posterior
“blanqueo” a través de testaferros y sociedades interpuestas? Hay otra consecuencia letal y es que las prácticas inherentes a la utilización de paraísos fiscales favorecen la corrupción en las propias empresas que los utilizan. ¿Acaso no aparecieron decenas y decenas de sociedades situadas en paraísos fiscales en quiebras llamativas como las de Enron, Tyco y Parmalat, sociedades que sirvieron para su descapitalización fraudulenta? Cualquier persona razonable puede compartir la conclusión del artículo citado de que “la lucha contra esta situación no es una cruzada ideológica, sino una obligación moral necesaria para seguir viviendo en una sociedad ética”.
Una investigación del Senado de EE.UU. ha comprobado como las grandes auditoras y los grandes despachos de abogados tienen un papel activo en la promoción de la utilización de los paraísos fiscales, diseñan en ellos las estrategias de evasión, se ofrecen a los clientes y cobran astronómicas minutas, a veces en función de la cantidad evadida. Al fin y al cabo ya dijo
Keynes que
“la evasión fiscal es la única preocupación intelectual bien remunerada”. Pero es posible y deseable cambiar esta situación, y para ello debemos tener en cuenta que los paraísos fiscales necesitan no sólo opacidad, sino relación con las economías reales.
Por su opacidad y descontrol, los paraísos fiscales son casi un ejemplo paradigmático de las causas de la terrible crisis financiera que nos ha precipitado a los abismos de la crisis económica global. En las actuales circunstancias, acabar con el sistema parasitario de los llamados “paraísos fiscales” debiera ser una prioridad internacional compartida. Y en el caso español, procedería entrar a fondo en cualesquiera relaciones, nunca inocentes, con ese mecanismo corrompido.
Sería un buen recuerdo de estos años de padecimiento que, en el futuro, pudiera decirse que la primera gran crisis económica del siglo XXI tuvo la virtud de acabar con los paraísos fiscales y todo su letal acompañamiento de corrupción pública y privada, blanqueo de capitales ilícitos y crimen organizado. Conviene, para ello, promover una gran marea de opinión pública que exija imperativamente a los Gobiernos terminar con este cáncer. Incluso el terrorismo se alimenta de las prácticas de los paraísos fiscales. Acabar con ellos es probablemente una gran prioridad global.