Los obispos dan fe de su poca fe en los menesterosos
lunes 02 de abril de 2007, 13:47h
Los necesitados, lo que carecen de una o de muchas cosas, son los que define el diccionario como menesterosos. Durante años y años, los pobres de solemnidad, los toxicómanos sin techo, los ex presidiarios y, en definitiva, cualquier marginado sin ayuda de nadie y sin sitio donde cobijarse podía acudir siempre que lo necesitara a la parroquia de San Carlos Borromeo, en Entrevías. Nada se les preguntaba, ni se les recriminaba sus actos ni su ‘anormalidad’ de vida a los que allí acudían. Los curas Javier Baeza, Pepe Díaz y Enrique de Castro se movían como pez en el agua en esta su iglesia de puertas abiertas enseñando el Evangelio del Cristo de los excluidos hasta que los patronos de la Iglesia oficial, la de Roma, dijesen basta alegando que, aunque su atención a los pobres es perfecta, la catequesis que dan no está homologada y la liturgia de sus actos no es católica.
¿Qué más da de quién ha venido la orden de despido de estos sacerdotes, por vivir su fe de esta manera tan unida a la religión de Cristo, y de desalojo de una sede de los vallecanos con fe en unas personas que siguen el ejemplo de Jesús, el que echaba a los mercaderes del templo y acogía entre sus brazos a las rameras? Los que tenían fe en estos curas que no se ponen traje de romano y que celebran la eucaristía con dulces y turrón, quizá para no llevarse más hostias en la vida aunque sean sagradas, serán desalojados de un local que lleva siendo de todos desde hace décadas.¿Qué más da si el que ha dado la orden de expulsión es el cardenal Antonio Rouco Varela o el obispo auxiliar de Madrid, Fidel Herráez, o el santo padre de Roma?
Seguro que quien ha decidido este atropello ha perdido la fe en los que más necesitan el aliento de los demás: los pobres, los menesterosos, la putas sin casa, los yonkis sin familia, los expulsados de su hogar, los ex presidiarios, las madres de los drogadictos o cualquiera que esté perdido y sin rumbo.
El cura obrero Enrique de Castro, al que siempre se podía recurrir cuando nadie te daba cita y el que siempre consideró que lo correcto políticamente es un recurso de los políticos y ahora de los que mandan en una iglesia que tiene poca fe en los que menos tienen y más necesitan de los demás, ha sido el ‘alma mater’ de proyectos como Madres contra la Droga, Traperos de Emaus o la Coordinadora de Barrios. Las cúpulas de los partidos políticos, que nunca han congeniado con este sacerdote que un día dejó su cómoda vida para vivir con los menesterosos, ahora tienen una buena oportunidad para mostrar su solidaridad con Entrevías, barriada vallecana que cuando nada tenía podía presumir de parroquia abierta a todos. Hace muchos años, cuando también estaba entre nosotros el padre Llanos, para pasar de la Avenida San Diego a esta zona había que cruzar la vía de los trenes, bastante insegura, por cierto, por ausencia de vallas y protecciones, y lo único que se encontraba era la comisaría del barrio a la izquierda y a la derecha el ya desaparecido poblado marginal y supermercado de la droga conocido por Píes Negros. Mandase quien mandase, Enrique de Castro daba el pollo a los gobernantes de turno por el trato que se daba en las cárceles a los jóvenes del distrito y siempre se ofrecía a dialogar para sacar adelante a los suyos, a sus parroquianos.
Te encontrabas con él en las batallas por la justicia social y también de cañas como otro vecino más. Los que cantan la gallina a los responsables de que la marginación sea la compañera necesaria de nuestra realidad siempre se llevan las hostias que ellos cambian por rosquillas a la hora de comulgar. Los demás, los que no comulgan y los que lo hacen con pan ácimo, no podemos quedar quietos ante esta injusticia, decretada por unos jefes de la iglesia de la fe que demuestran poca fe en aquellos que creen en el Dios de los menesterosos que los obispos desean ocultar.
Lucha y resistencia, como hace años, para parar esta ignominia en forma de despido procedente para la Iglesia e improcedente para cualquier persona con sentido común.