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Nuevos lobos esteparios

Nuevos lobos esteparios

martes 11 de agosto de 2009, 17:02h

Para muchos que forman parte de la generación a la que pertenezco, El lobo estepario de Hermann Hesse fue su libro de iluminación permanente a esa edad en que se entrecruzan múltiples voces y se abren mágicamente varios senderos en los que se mezclan la ilusión, la soberbia, el desamparo, la fragilidad, la sensualidad, la nostalgia del paraíso perdido de la infancia y la embriaguez de los nuevos por descubrir o por crear.

La adolescencia y la juventud requieren guías para las múltiples elecciones que hay que hacer y para compensar las secretas soledades -límites del "yo no entiendo"- con el vértigo de las revelaciones que los cuerpos, los rostros, las palabras, develan.

Aunque, personalmente, mi libro guía fue La montaña mágica de Thomas Mann, no es posible dejar de lado, sobre todo en estos tiempos de nacionalismo y exclusión, pese a todo lo que se diga en contrario en el campo de la cultura, esa herencia espiritual del lobo estepario para la formación intelectual y para los quehaceres de la cultura.

El libro de Hesse es una especie de himno laudatorio a la fidelidad a la soledad. Leído en la clave de aquella época, podía entenderse como la consagración de la ruptura con la sociedad burguesa y el compromiso de una búsqueda de sentido exclusivamente individual gracias precisamente a que la división entre realidad y juego era rota por la elección de ser lobo estepario. La vida, entendida desde los parámetros burgueses, expulsaba en nombre de la razón instrumental toda dimensión lúdica y religiosa y volvía al individuo un ser exclusivamente destinado a integrarse a la cultura de la sociedad. El lobo estepario y quienes lo leían buscaban una soledad de creadores y rechazaban todos los convencionalismos de tener una referencia común, obligatoria y excluyente.

El problema, para quienes leyeron y se inspiraron en el libro de Hesse, es que hay que seguir haciendo ejercicios de soledad pero en una época diferente, en la que el nacionalismo, las mediocridades de la sociedad burguesa (los conmilitones que solo premian a los suyos propios) que ha cambiado de nombre y que se identifica con las causas revolucionarias que a los lobos juveniles atraían pero no terminaban de convencer por profundas razones.

Las generaciones posteriores no han tenido como maestro ni al libro de Hesse ni al de Thomas Mann.

Pero continúan teniendo los mismos azares que sus antecesores.

Hoy, la soledad se da, ya no como mítica ruptura con una sociedad burguesa, sino contra una nueva y extraña alianza en algunos de nuestros países entre la cultura oficial y las exigencias de integrar lo que podríamos llamar una red de identidades compuesta por las publicaciones, asistencias a congresos y seminarios, becas y viajes y, por supuesto, para experimentar lo que es el poder, cargos burocráticos.

Tampoco existe para estos nuevos lobos esteparios la ilusión de que, con la ruptura de esa alianza, aparezcan esos paraísos que extasiaban a sus antecesores. Se trata simplemente de hacer arte. La cultura oficial nunca fue recomendable para ello.


alandazu@hoy.com.ec

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