Entre lo positivo de Unasur en Bariloche fue el que, a pesar de los excesos de retórica de algunos mandatarios, cumpliera su función como un espacio de diálogo político. Se disiparon los vientos de guerra anunciados por el coronel Hugo Chávez en la reunión de Quito.
A pesar del llamado de atención del presidente Lula al presidente Correa sobre la conducción de la reunión, esta transcurrió en un ambiente más tranquilo del que se presagiaba.
La declaración final, que condenó el terrorismo y la delincuencia internacionales, proclamó el respeto a la soberanía de los países miembros, una forma indirecta de renuncia a la peligrosa teoría de la extraterritorialidad de la que echó mano el ex ministro de Defensa de Colombia Juan Manuel Santos.
En el plano político quedan dos tareas pendientes para el bloque regional sudamericano: la reunión sugerida inicialmente por el mandatario brasileño con el presidente Obama. Esta podría ser un histórico punto de partida para poner nuevas bases en las relaciones entre América del Sur y los Estados Unidos. Y el papel que pueda desempeñar el Consejo de Defensa Sudamericano no solo en mantener vigilancia de las siete bases colombianas en las que habrá presencia estadounidense, sino en transparentar el gasto militar de los países sudamericano, poner límites a ese gasto y evitar la insensatez de una carrera armamentista.
La potencialidad de la Unasur es muy grande no solo como foro político, sino sobre todo en el ámbito económico: la población de cerca de 400 millones de personas debería ser un incentivo para vencer las dificultades crónicas que han enfrentado la CAN y el Mercosur.
En lo inmediato, debería superarse el callejón sin salida en que, con la candidatura del ex presidente Kirchner, ha quedado por falta de consenso la elección de secretario general de la Unasur.
La organización sudamericana tiene aún un largo camino por recorrer para conseguir toda vitalidad.