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Las trampas, las reglas y la cultura política

Las trampas, las reglas y la cultura política

viernes 16 de octubre de 2009, 01:05h

Tal el vértigo argentino, pocos se acuerdan en esta primavera de las candidaturas testimoniales, escándalo invernal. Pero quizás no haya habido en los últimos tiempos otro ejemplo tan claro, tan acabado, de tergiversación institucional, modelo que se replica en los campos más diversos. ¿Fueron las candidaturas testimoniales una práctica ilegal? La Justicia dijo que no. ¿Se trató de un engaño flagrante a los votantes?

Tampoco, en la medida en que fue fácil descifrar el burdo cinismo con el que los candidatos se manifestaban ambiguos respecto de si ocuparían o no sus bancas. Podría hablarse, más bien, de una simulación, apenas un deslizamiento hacia un mundo de medias verdades. ¿Entonces cuál fue el problema?

El problema fue que ese procedimiento legitimó la desvergüenza para forzar las reglas, como si la vida republicana fuera un partido de truco. En el truco, la falta de cartas se suple con astucia. La picardía está enaltecida: es el alma del juego. Pero en la democracia, la pureza funcional es lo que garantiza la igualdad de oportunidades, de modo que se contradice la esencia del sistema cuando se burlan los procedimientos razonables.

El modelo de las candidaturas testimoniales consiste en violentar un poco las reglas allí donde hay un vacío legal o donde, simplemente, había parecido innecesario prohibir algo que el mero sentido común contraindicaba. Así se expandieron las listas espejo, las colectoras y otros engendros, en tanto un parche legal dispuso elecciones adelantadas, lo que es impropio de un sistema presidencialista, como lo prueba el hecho de que no se pudo adelantar, también, el recambio legislativo.

Ningún remiendo de esos alcanza, por sí mismo, a ser apocalíptico, pero su concatenación corroe la representatividad, lo que ahora mismo, por ejemplo, permite que mayorías parlamentarias desacopladas de la voluntad del electorado estén aprobando leyes estructurales impuestas de apuro.

¿Para solucionar estas desviaciones en serie harán falta nuevas leyes, cosa de impedir que se cuelen trampas y trampitas bajo el paraguas de que la política es así? Sería ideal que el reglamentarismo curara todas las patologías, pero sabemos que no lo hace.

Hay una cuestión cultural en el caldo de cultivo. Y eso, que ya no es un asunto de dirigentes sino de toda la sociedad, involucra la participación, el fortalecimiento de los partidos y la instauración de modelos nobles de competencia: lo contrario del vale todo.

Pablo Mendelevich
Vocal
Consejo de Administración
Poder Ciudadano

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