Las posiciones de izquierda están regresando con fuerza al debate político, aunque sin detenerse ante la necesidad de otorgar a las discusiones una necesaria dirección. La izquierda en América Latina dejó de ser un solo movimiento con orientaciones ideológicas definidas, pues su reingreso a la política con posibilidades de alcanzar el poder expresa una serie de tendencias fragmentadas, muchas de las cuales no tienen nada que ver con las concepciones de izquierda legendarias, ni con las doctrinas marxistas que caracterizaron toda lucha política desde la Revolución Bolchevique de 1917. Esto es positivo y negativo simultáneamente porque al dejar las viejas posturas tradicionales, se justifica todo tipo de decisiones que están en abierta contradicción con las convicciones más genuinas de la izquierda.
En América Latina, las fuerzas de izquierda contemporánea presentan cuatro tendencias: la primera es aquella plenamente adaptada a la economía de mercado y cuyos predicamentos por un orden social justo se llevan muy bien con las estrategias de campaña millonarias, como el caso de la izquierda chilena junto a la Concertación, el personalismo de Rafael Correa en Ecuador, el Frente Amplio de José Mujica en Uruguay, así como el Partido de los Trabajadores (PT) liderado por Ignacio Lula Da Silva en Brasil. Estas izquierdas de mercado apostaron por el acceso al poder de manera democrática, mientras puedan destruirse por completo las visiones utópico-políticas de la revolución para concertar la conquista del poder, tratando de lograr una aquiescencia de las élites empresariales, militares y el intento por caer bien al capital transnacional de las multinacionales en una convivencia funcional a la economía de mercado.
La segunda tendencia es aquella izquierda que juega con las reglas democráticas para ganar elecciones pero, al mismo tiempo, duda en romper con el orden democrático o instrumentalizarlo para el beneficio de contra-élites, cuyo discurso es altamente desafiante como la izquierda indigenista del Movimiento Al Socialismo (MAS) de Evo Morales en Bolivia, el caudillismo de Hugo Chávez en Venezuela, y el sandinismo en Nicaragua con Daniel Ortega a la cabeza. Estas izquierdas están dispuestas a mantener una posición anti-imperialista, sobre todo para cuestionar la hegemonía de los Estados Unidos en Latinoamérica, considerando que la identidad ideológica debe seguir siendo anti-oligárquica, anti-neoliberal y anti-transnacionales.
Si bien estas izquierdas tienen una actividad legal como partidos políticos, tensionan los sistemas políticos democráticos para tratar de eliminar toda oposición, forzar la reelección de sus candidatos de manera indefinida, y aceptar pragmáticamente la preponderancia del capital monopólico en materia de inversión extranjera directa. El problema principal radica en que esta tendencia también perdió de vista las utopías políticas sobre la viabilidad del comunismo, o el horizonte revolucionario como una campaña militar para combatir al capitalismo como sistema-mundo.
Estas izquierdas en el poder afirman que mientras haya pobres y ricos en el continente, la lucha de clases continúa y es una correcta interpretación de la realidad. Por lo tanto, rescatan a Marx y Lenin pero olvidando totalmente las tesis proféticas en cuanto a la inexorable llegada del socialismo, como consecuencia de contradicciones estructurales que llevarían al capitalismo a su hundimiento definitivo.
El programa económico de las izquierdas en Venezuela y Bolivia busca nacionalizar los sectores estratégicos de la economía, protegiendo en todo caso al capitalismo doméstico de sus países para incubar supuestas burguesías nacionales, junto a cosmovisiones andinas y aspiraciones bolivarianas de integración continental. Sin embargo, se destierran las posibilidades de romper con las estructuras capitalistas de la modernidad, ensalzándose la necesidad de llevar a las masas hacia un beneficio democrático de los productos materiales de la modernización: consumo de tecnología, mercancías baratas para la oferta de una vida cómoda, educación cosmopolita y acceso a puestos burocráticos en la administración estatal.
La tercera tendencia izquierdista es el régimen cubano donde prácticamente se ha terminado cualquier ilusión de socialismo, debido a la galopante crisis económica. La revolución cubana se convirtió en una nomenclatura de arcaicos líderes que se resisten a modernizar el Estado y dar una oportunidad más justa a las nuevas generaciones. El socialismo forzado y víctima del bloqueo económico, hizo que Cuba sea un país injustamente atormentado, tanto por las crudas condiciones de la globalización contemporánea, como por las élites políticas cuyo amor propio e incapacidad para renovarse ideológicamente hizo que la izquierda revolucionaria cayera en la prostitución por desesperación, la hipocresía para engañar a los turistas y una esquizofrenia donde el cubano medio no sabe cómo enfrentar las exigencias para construir una oposición política.
Los cubanos tampoco pueden madurar una consciencia democrática que aprecie el valor de la pluralidad y múltiples alternativas de cambio. Cuba es un encierro triste y ofuscado donde la izquierda socialista dio la espalda al mundo por decisión de una pequeña élite de viejos cansados. Si bien estas características son exactamente las mismas que derribaron a los regímenes socialistas de Europa del Este en la década de los años noventa, la principal diferencia aparece cuando se evalúan los humillantes resultados del “bloqueo económico” ejecutado por los Estados Unidos; esto hizo que Fidel Castro y la cúpula ortodoxa, ahora manejada por su hermano Raúl, extorsionen sentimentalmente a los cubanos y vendan la imagen de un imperialismo despreciable que sembró efectivas solidaridades en toda América Latina las cuales, sin embargo, solamente fortalecieron al Partido Comunista al precio de liquidar cualquier opción democrática de renovación.
La cuarta tendencia de izquierda está mucho más dispersa pues son todas aquellas aspiraciones ideológicas por un mundo más justo y económicamente fraterno que recogen los planteamientos del marxismo, del humanismo cristiano, del nacionalismo, del indianismo y las críticas ecológicas al sistema capitalista. Estas posiciones se encuentran sumamente desarticuladas llegando a convertirse en un verdadero collage ideológico que pugna por obtener algún puesto parlamentario o municipal a partir de distintos partidos políticos.
Varias derrotas electorales sufridas por las izquierdas a lo largo de la década de los años noventa y comienzos del siglo XXI, marcaron un aprendizaje substantivo, dando como resultado una nueva estrategia: la inviabilidad de aquel tipo de izquierda vinculada a la revolución armada y al trauma de destrozar el sistema por medio de la violencia. Las múltiples izquierdas de hoy día han desterrado cualquier movilización armada para repensar un nuevo proyecto: ganar elecciones y jugar con el sistema con el fin de explotar sus intereses en función de la conquista y mantención del poder.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), no pueden ser consideradas como una clara posición de izquierda latinoamericana porque, sencillamente, están vinculadas a las mafias organizadas del narcotráfico y el delito sistemático para conseguir dinero por medio de secuestros.
Las nuevas izquierdas en América Latina intentan redefinir sus significados y su propia viabilidad, reinterpretando las relaciones entre el Estado, sociedad y economía. Se distancian del neoliberalismo dogmático que pone por encima al mercado e ignora la sociedad. Las diferentes versiones de izquierda buscan poner al Estado por encima de la sociedad para domesticar al mercado internacional y a los mercados domésticos. Las nuevas izquierdas olvidaron sus utopías revolucionarias en función del fortalecimiento de la sociedad civil, el Estado protector con políticas sociales y la negociación con el mercado global.
Para muchos, el propósito último sería recuperar la capacidad autogestionaria de la sociedad en medio de condiciones democráticas. Pero es precisamente aquí donde las izquierdas perdieron una parte esencial de su identidad: dejaron de imaginar una estructura social y económica alternativa por medio de la construcción de una utopía política como posibilidad de futuro, para el cual vale la pena luchar en el escenario político.
Las izquierdas de hoy en América Latina tienen de todo, especialmente ambiciones para quedarse en el poder aunque perdieron casi por entero el imaginario de sus utopías. Esto produce un efecto inmediato: un conjunto de acciones políticas más banales que, poco a poco, muestran un panorama donde da lo mismo estar a la izquierda o la derecha de las opciones ideológicas.
Franco Gamboa Rocabado, sociólogo político, miembro de Yale World Fellows Program, franco.gamboa@aya.yale.edu