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Los dichosos nacionalismos

Los dichosos nacionalismos

sábado 19 de junio de 2010, 15:52h

La verdad es un incordio. No dejan avanzar los proyectos y, ahora, en tiempos de aguda crisis económica se les ve su cara más fea. La que impide avanzar. Me refiero al nacionalismo español y al nacionalismo de los estados europeos. Son una lata.

En 1977, casi nadie hablaba de Europa. Nosotros sí. A las primeras elecciones legislativas de 1977 fuimos con nuestros planteamientos europeos que fueron tildados de utopías y de estar fuera de la realidad. Pero teníamos la experiencia de lo que se veía desde el exilio. Una Europa que apostó porque el carbón y el acero no fueran motivos de guerra, mientras veíamos que el chauvinismo francés se cargaba la Europa de la Defensa. Pero el horizonte era el europeo. Horizonte de libertad, de derechos humanos, de mercado único, de espacio judicial y policial, de espacio sin fronteras y, con una moneda, un parlamento y hasta un senado para las regiones europeas, con un tribunal de derechos humanos, en un continente libre para la circulación de las personas, las mercancías y los capitales, con los controles debidos y con una televisión que hablara de Europa, incluso con una historia común.

Todo eso lo planteamos allá por los años setenta. Veíamos incluso que lo vasco, bien encajado, tendría allí su solución. Francisco Javier de Landaburu había escrito aquel maravilloso libro “La Causa del Pueblo Vasco” en 1956 donde hablaba de todas estas cosas. Pero vino Paco con la rebaja.

Se reunió en el Congreso la Cosac que es la reunión de las comisiones europeas de los 23 parlamentos de la Unión. Y el ombligo madrileño, ese que no quiere que se hable en la Villa y Corte más que el castellano de Castilla, tuvo que preparar 23 cabinas para los 23 idiomas oficiales de la UE. Desde el maltés hasta el letón, pasando por el alemán y el polaco. ¡Como ironicé sobre este hecho ante mis compañeros de delegación con los auriculares puestos sabiendo casi todos el inglés!. "Por un idioma, europeo sí, pero por el catalán, el euskera y el gallego no", me decían y yo les replicaba que tan europeos eran unos idiomas como otros.

El caso es que mi percepción de la reunión de la Cosac en este semestre en el que se han dado los primeros pasos para poner en marcha el tratado de Lisboa ante el fracaso de aquella Constitución europea que asustaba por su federalismo y su simbología, es que la clase política europea está, por una parte perpleja y asustada, por otra escarmentada y por la de más allá con la convicción de que o se pone las pilas o solo nos visitarán los chinos cuando hagan turismo.

Con una crisis espantosa, con una economía interdependiente que hace que lo que le ocurre a Grecia le hace perder las elecciones a Merkel en Holstein, con unos presupuestos inflados, con la picaresca a flor de piel, con una moneda, el euro, que va viento en popa en época de bonanza, pero que muestra sus carencias en momentos de crisis, pero por sobre todo con una China tocando la puerta, y unos Estados Unidos que quieren seguir imponiendo el patrón y la visión del dólar o ésta Europa de nuestros amores hace una apuesta en serio por una gobernaza económica a fondo, o no tiene nada que hacer. La globalización salvaje es así.

Generalmente en estos foros, cuando llega el presidente o el primer ministro del gobierno anfitrión diserta sobre cómo va la presidencia semestral y luego contesta las preguntas que le hacen los diputados y senadores de casi todos los parlamentos. Pero en esta oportunidad no ocurrió lo mismo. Zapatero llegó, saludó, sonrió, nos leyó el cuento de Alicia, agradeció los aplausos y se fue. No quiso contestar preguntas y eso que yo tenía "una pregunta para usted". Cometió un error porque no hay preguntas impertinentes sino políticos que saben torearlas con respuestas inteligentes.

Yo había elegido una pregunta en referencia a la crisis pero con vertiente europea.

“¿Necesita España gastar más de 700 millones de euros al año para enviar soldados a Afganistán o Líbano? ¿Es imprescindible invertir miles de millones en fragatas de última generación y aviones de combate que, por cada hora de vuelo, cuestan hasta 20.000 dólares a las arcas públicas?”. Preguntas como éstas surgen sobre todo en tiempos de crisis. Los expertos coinciden en que España debe hacer frente a sus compromisos militares si aspira a ser un país de peso en el mundo y encarar las amenazas de seguridad, pero advierten de que las Fuerzas Armadas deben acometer cambios para salir de los números rojos.

E iba a completar la pregunta. ¿A Europa le hacen falta 27 ejércitos carísimos? ¿No sería mejor tener uno bueno y europeo? Seguramente Zapatero me hubiera dado la razón pero me habría dicho que los ejércitos son consustanciales con la soberanía nacional. Es decir. Los nacionalismos de los 27 estados europeos hacen que entre tener una serie de carros de combate almacenados para nada o congelar las pensiones y bajar el sueldo a los funcionarios, siempre se elegirá apostar por rascar el bolsillo de los más débiles.

Menos mal que gracias a lo mal que están las cosas ha salido el presidente del Banco Central Europeo, y ha propuesto la creación de una “federación presupuestaria”. Esta idea supone ir más allá de la propuesta de la Comisión Europea de controlar las cuentas de los países antes de ser aprobadas por sus Parlamentos, que ya ha sido objeto de una seria polémica porque muchos países, como Alemania, lo consideran una cesión de soberanía intolerable. ¡Dichosos nacionalismos!

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