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Caminar hacia el Rocío (1)

Historia y leyendas de la Virgen

Historia y leyendas de la Virgen

jueves 24 de mayo de 2007, 16:06h
Ya han salido a los caminos caballistas y carretas para caminar unidos, siguiendo una misma senda que les lleve hasta su virgen, la que llaman del Rocío, la que en las Marismas reina, la que colma a sus romeros de gracias y de promesas.
De Ella se dicen mil cosas y se cuentan mil milagros. El primero, que Ella misma se fue del cielo bajando para aparecerse a alguien en el hueco de un gran árbol.
      
Y hasta los hay con maldad, las devociones negando, que dicen que fue la idea de un señor con gran Ducado que la puso en aquel soto y que envió a sus mandados, para que al hallarla en él, creyéndose ante un milagro, le entregaran su fervor... y ya su amor conquistado no volvieran a negarse a ir allí con el ganado.
      
Pero también dice, un libro, que fue Alfonso X el Sabio quien, corriendo el siglo XIII, hasta aquel lugar la trajo, cuando conquistó Sevilla su padre Fernando el Santo.
      
Y en una pequeña iglesia, que apenas era capilla, la puso sobre el altar y la llamó de Rocinas. Y como tal le rezaron, a sus plantas, de rodillas, prendidos de su belleza, aquellas gentes sencillas que se iban a cazar, que trabajaban la tierra o carbones encendían por los sotos y quebradas de aque¬llas anchas marismas, sin temer a los infieles que en tierra de Niebla había.
 
Le llamaron el Rey Sabio. Y vaya si el rey sabía cómo alegrarle las almas a aquellos que le se¬guían, a los que eran sus vasallos y ver felices quería; a los que con tanto ardor sus dominios defendían y protegió con el manto de María de las Rocinas.
      
Desde Niebla, el sarraceno, mil incursiones hacía; benimerines salvajes, granadinos que venían desde su lejano reino en sangrientas correrías; sangre noble derramada, campo de mieses que ardía, gente con miedo en los ojos, temblando de noche y día; y la Virgen en su iglesia, y alrededor la estampida, que los infieles son muchos y hay que dejar las marismas...
 
Mas como la quieres hoy, también la querían aquellos y no pudieron dejarla, cuando del lugar se fueron, expuesta a los mil peligros que venían del sarraceno.
 
Bendita sea aquella alma que, pese al peligro cierto, la tomara entre sus brazos con mil estremecimientos, para buscar para Ella el lugar más en secreto.
 
¡Y bendito el acebuche, que en el soto más espeso, nos la guardó del peligro mientras que pasaba el tiempo!
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