Las cuentas de la felicidad
lunes 01 de noviembre de 2010, 22:23h
Los últimos meses del año son propicios para las malas noticias. Las instituciones aprueban sus presupuestos y cuando los presentan en sociedad parece que lanzan una pedrada a ese público que los espera con indisimulada ansiedad. Aquí están unos presupuestos austeros, en consonancia con la crisis que asola el país, nos alertan. Uno escucha un mensaje tan catastrofista que le dan ganas de rascarse el bolsillo para que el político de turno nos hable con mejor cara, pero resulta que en realidad estamos hablando de los presupuestos que administran con nuestro dinero.
El ciudadano de la calle, que todavía no se explica por qué de la noche a la mañana estamos en crisis, ha pasado en poco tiempo de vivir bien a vivir con dificultades. Es como si alguien, con un superior criterio, hubiera decidido que desde ahora, hasta no se sabe cuándo, todo va a ir peor. Y los presupuestos no podían ser menos. Estamos en la época de los recortes. Menos mal que la elaboración de los presupuestos, con nuestro dinero, sirve al menos para que los políticos puedan ejercitar sus maniobras otoñales para salvar los muebles, que no es otra cosa que mantenerse en el poder cueste lo que cueste, pero con criterios y cauces parlamentarios.
En el esplendor del estado del bienestar, yo había creído siempre que los presupuestos tenían el objetivo de hacer feliz al ciudadano. Ahora veo que se trata de otra cosa, una de ellas es mantener a algunos políticos en permanente cartel electoral todo el año con visitas a obras e instalaciones, a primeras piedras, a otras visitas a instalaciones ya otras primeras piedras. Y foto, al canto.
Pero las fotos me salen caras porque mejorar la sanidad, la educación o las carreteras es un objetivo tan palmario en cualquier partido que no debería ni figurar en los programas electorales. Sólo caben subrayar las apuestas claras de inovación y aquellas cuestiones que me van a hacer más feliz. Pagar por hacer carreteras me parece normal, pagar por contribuir a sostener televisiones privadas, ya no tanto, y pagar para que los políticos se hagan fotos a mi costa ya no me hace ninguna gracia.
Me han convencido de que en los presupuestos de 2011 no hay ninguna partida para hacerme feliz. Más bien, al contrario. Carreteras que yo pensaba que ya estaban hechas, no se van a construir. Los trenes que antes venían a toda velocidad, ahora van a pisar menos el acelerador. Esta vez lo voy a pasar por alto, pero ahora mismo tampoco recuerdo que otros años y con otros presupuestos, ningún político me ha transmitido su esfuerzo para hacerme feliz. Y eso que le votado.
Carlos Roldán. Periodista.