Los agoreros que hablaban de “fracaso inevitable” y quienes no quieren que se produzca aquí acuerdo alguno (los hay), quienes no desean que ETA quede barrida del mapa (también los hay, conste, porque qué harían ellos sin esgrimir esta cuestión, abandonados por los escoltas y por la razón. Son pocos afortunadamente), bueno, pues todos esos se habrán quedado, supongo, con un palmo de narices al ver el rostro de Mariano Rajoy a la salida de La Moncloa. Y hasta el gesto severo de María Teresa Fernández de la Vega se ablandaba al constatar que “ha habido avances importantes en la reunión” de este lunes en el palacio presidencial.
Escribo tras escuchar a ambas partes una vez concluído el encuentro, y cuando, lo reconozco, aún nos faltan muchos datos concretos. Pero había satisfacción, pienso, tanto en el Gobierno como en la oposición. En el primero, porque ya no podía seguir su marcha sin un cierto consenso en materia de lucha contra el terror: ha encontrado apoyo para cambiar el rumbo sin demasiados traumas. En la segunda, porque, abandonando el ‘no a todo’, se ha quedado con una cierta sensación de deber cumplido, y por bastantes más cosas; por ejemplo, la constatación de que sus recetas, contrarias a la negociación con ETA y a la ‘mano blanda’ con el mundo filoetarra, ahora sí se toman en serio.
Que hay un cambio de clima es patente. Quién sabe cuánto durará, pero, entretanto, es seguro que, en sus covachas, los etarras se habrán llevado un disgusto este lunes. Toda disensión entre las fuerzas democráticas por causa de la banda es, qué duda cabe, un triunfo para los verdugos. Todo reproche mutuo entre socialistas y populares acerca de la manera de enfrentarse al terror es celebrado con júbilo por los pistoleros y sus admiradores y sicarios.
Yo creo que hay motivos para alegrarse de lo que intuímos que ha salido de este encuentro, una vez que la vía de la mano tendida a la banda, en la que muchos creíamos que debería adentrarse el Gobierno, sin abandonar vías policiales ni ceder en lo fundamental, parece haber sufrido un revés gracias la intransigencia y a la ceguera de ETA; porque ETA es la culpable de todo, incluyendo lo que ahora se le viene encima.
No faltará en estas circunstancias alguno de esos agoreros, de esos encantados de que, cuanto peor vayan las cosas, mejor, nos venga diciendo que Zapatero ha engañado de nuevo a Rajoy, que el líder del PP se ha dejado convencer muy fácilmente por las artimañas del presidente…De momento, no hay ninguna prueba de que ello haya ocurrido y sí, en cambio, de que existe una voluntad bilateral de entendimiento. Ya digo que hay quienes, y no en el mundo de ETA precisamente, abominan de los pactos y acuerdos en las grandes cosas entre el Gobierno y la oposición: se han instalado perfectamente en el desacuerdo.
No me encuentro, desde luego, entre estos. Todo lo contrario. Me ha gustado el lenguaje de Rajoy: ni reproches ni condiciones al Gobierno (que es quien tiene que llevar el liderazgo en la lucha antiterrorista). Zapatero, con sus últimas medidas, ha rectificado una línea, sin duda ambigua y que provocaba la repulsa de muchos españoles; pero Rajoy también ha modificado, inteligentemente, su actitud. Ambos han hecho dejación, da la impresión, de sus programas de máximos –nada de ‘adhesiones incondicionales’, nada de ‘dime de qué se trata, que me opongo’--y se van instalando en el realismo, conscientes de que los ciudadanos, contribuyentes y votantes al fin, les piden que, en esto, se entiendan. Al menos, en esto sí. Qué le vamos a hacer, señor agorero, si esta vez la crónica nos sale optimista. Que dure.