Las cosas como son. El 11 de septiembre de 1973 fue para Chile, más que todo, y antes que todo, la expresión de un gran fracaso, ideológico, político, militar y social, personal en muchos casos, y colectivo.
La sangrienta fractura histórica provocada por el Golpe de Estado, y sus crímenes, fueron en primer lugar la consecuencia de la incapacidad de la clase política chilena, de sus elites –gobernante, empresarial, sindical, religiosa, militar y social- de encontrar caminos de salida al conflicto creciente, de avanzar por el camino del diálogo, de tener la generosidad de reconocer al otro y no cerrarse a sus razones
En lugar de ello y a pesar de algunas voces que clamaron, alertando del peligro, todos los actores se dirigieron avanzando “sin transar”, en ambas trincheras, “dueños de la verdad”, o asumiendo el “mandato divino, da exactamente lo mismo, hacia el enfrentamiento fratricida,
El camino del infierno, claro, está empedrado de buenas intenciones.
La batalla de Chile, además, era una fase de una confrontación mundial, una experiencia más en la contienda por el dominio mundial, cuyo final no fue posible vislumbrar en su inminente y decepcionante desenlace: el desmoronamiento del “socialismo real” y, el fin del mundo bipolar.
Algunos pensaron que la revolución estaba a la vuelta de la esquina, otros apuntaron sus fusiles al corazón del otro en nombre de la Dios y la Patria, en una comedia siniestra de conspiraciones, chantajes políticos y “preparación combativa” por ambas partes, miedos exacerbados por una prensa ruin , embarcados en una Guerra Fría, títeres en manos de quienes movían los hilos desde fuera de las fronteras, presos en una suma de equívocos, falsas consignas, invocaciones hipócritas a la Democracia.
En definitiva Chile vivió, puso la sangre y las vidas de muchos de sus hijos, un nuevo ensayo sociopolítico histórico:
Primero, la construcción del socialismo por la vía electoral, “con sabor a empanadas y vino tinto” como decía con convicción, con ilusión tanto como con ingenuidad, el Presidente Mártir, el doctor Salvador Allende, figura trágica, noble y digna de esta historia.
Segundo, la instauración mediante la sedición, el golpe, la guerra sucia, de una dictadura de la Seguridad Nacional, elaborada en las escuelas del Pentágono, destinada a frustrar en la cuna al intento de construir, por la vía de la legitimidad electoral, un socialismo con rostro humano, y ser capaces de construirlos.
En la perspectiva del tiempo y de la historia, ambos proyectos político sociales fracasaron, y la gran derrotada fue la democracia, esa sin apellido.
Ni la Democracia Socialista ni la Democracia Autoritaria, (algunos dirán y no sin razón, de que se trataba de dos versiones de la dictadura), y sus partidarios que aún los hay, acérrimos y recalcitrantes, inmunes ante las lecciones de la historia, pueden pretender que triunfaron, en esa encrucijada histórica de Chile.
En realidad, todos perdimos. Y muchos, perdieron la vida, pero demasiados perdieron sus ilusiones, sus proyectos y esperanzas, además de sus libertades.
La tragedia de Chile es, sin duda, que los “derrotados” de la época 1973-1990, parecen no haber aprendido la lección, y hoy se repiten el desprecio de por la convivencia nacional, el irrespeto por los valores democráticos, la prédica del odio, la calumnia, la guerra sucia.
Y hay quiénes, en la derecha, ni siquiera han hecho el necesario examen de conciencia y se niegan a reconocer sus responsabilidades y culpas en la barbarie de la dictadura.
Pinochet tenía claro su cometido. Era un soldado del Imperio, porque actuó subordinado a su estrategia en una de las últimas batallas de la confrontación Este-Oeste, época sangrienta de la humanidad, época al borde del holocausto nuclear, de lucha siniestra por el control del mundo, tras el dilema entre capitalismo y socialismo.
Chile era una experiencia notable de construcción del socialismo por una vía claramente democrática, por decisión de la mayoría electoral de sus ciudadanos. Sin embargo, quienes debían fortalecer su coalición, la Unidad Popular, sabotearon su unidad y capacidad de realización desde su interior.
Para qué hablar del campo enemigo, donde desde la Democracia Cristiana hasta la Derecha fascista, alimentaron la hiena golpista, sin ver más allá de la pequeña coyuntura de intereses políticos y electorales.
Estos pretenden hoy aparecer como santones de la democracia.
¡Y que decir de los así autodefinidos como “revolucionarios” de la época? De quienes repetían, sonoramente, pero sin sustancia: “fusil, fusil, fusil”, y cuando llegó el momento de la verdad, no supieron asumir su responsabilidad.
Estos pretenden ser depositarios del “honor revolucionario”.
Y unos y otros buscan eludir sus responsabilidades en el desastre de 1973.
Por ello, unos y otros se distancian del examen crítico, histórico.
Quizás los únicos que merecen un homenaje hoy, 34 años después, son los miembros de la guardia presidencial de Allende, esos verdaderos soldados de la democracia, que ofrecieron su vida en un combate brutalmente desproporcionado, que sabían era su holocausto, y ese otro grupo que sostuvo su honor, con las armas, en una fábrica de Santiago.
Ellos fueron los únicos que en esa circunstancia trágica, dejaron una tradición de dignidad, de valor político y militar. Pagaron con sus vidas, también, el fracaso a que los condujeron sus dirigentes políticos, que no supieron hacer exitoso al Gobierno Popular, no supieron construir la unidad, no tuvieron altura de miras para entender el valor de la democracia, y no supieron defenderla.
De manera que el análisis, en profundidad y con prescindencia de intereses de ayer y de hoy, de ese momento histórico de Chile, en que se destruyó la convivencia nacional y en que fue derrotada de manera tan brutal como irresponsable la democracia, aún está pendiente.
Hay razones de naturaleza histórica para dejar a las nuevas generaciones, el testimonio de un momento tan crucial en la historia del país, en que hicieron crisis las instituciones, las ideas, las políticas, los intereses de todos los actores sociales del país.
Se lo debemos a los muertos y a los que vienen a protagonizar los futuros episodios de la vida del país.
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Marcel Garcés
Periodista. Chile