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El espacio más joven

viernes 09 de noviembre de 2007, 18:35h
Hay vida más allá de los clásicos talleres de pintura y tai-chi. En Madrid se pueden pintar grafitis sin miedo a las multas, aprender inglés practicando teatro cómico o dominar un instrumento tan exótico como el didjeriboo. Incluso existe un lugar al que ir para, literalmente, no hacer nada. Y, además, es gratis.
En el barrio de Entrevías, un espacio experimental ofrece todo tipo de opciones pensadas para aquellos a quienes no les gusta que les digan lo que tienen que hacer. El Centro 14-30, dependiente de la Dirección General de Juventud, lleva desde 2003 ofreciendo propuestas innovadoras a todos los jóvenes de la región.

En principio, se parece a un centro juvenil como cualquier otro: dispone de un 'ciberespacio' donde los usuarios pueden navegar y de una completa oficina de información juvenil, ambos gestionados por la Asociación Trama; también imparte talleres y cursos. Guadalupe Bragado, directora general de Juventud, explica que en el centro "los jóvenes pueden disfrutar de actividades que son un complemento muy atractivo para su formación". Pero la filosofía del proyecto va mucho más allá. "A los jóvenes se les bombardea constantemente con mil cosas que hacer", explica la directora del centro, Lola Ballesteros. "Nuestro objetivo no es que aprendan mucho, sino que decidan ellos qué quieren aprender y se acerquen a la formación sin ansiedad". Eso explica uno de los rincones más curiosos del edificio, como la Sala de No Hacer Nada. "Un joven tiene todo el derecho del mundo a sentarse a mirar por la ventana o, simplemente, a pensar y, por supuesto, a decidir lo que quiere hacer en su tiempo libre", sostiene Ballesteros.

Para los indecisos, el centro ofrece actividades gratuitas tan insólitas como un taller que enseña a construir un palo de lluvia, danzas polinesias y africanas, inglés mediante teatro cómico, repostería y antípodas creativas, una fórmula que mezcla música y danza. "Pretendemos que los jóvenes se lancen a experimentar", apunta Ballesteros.

Cada año, los 'grafiteros' madrileños dan rienda suelta a su creatividad en un concurso celebrado en el centro a ritmo de 'hip hop' o del que marque algún 'DJ'. Los aficionados al séptimo arte pueden disfrutar de un 'cine a la carta' con sus amigos o aprender a escribir un guión del mismísimo Miguel Losada, y los escritores vocacionales pueden tener al literato Basilio Rodríguez como maestro. "Buscamos a profesionales prestigiosos para impartir los talleres; a pesar de que pueden cobrar más en otro sitio, después de que les explicáramos el proyecto y visitaran el centro, hasta ahora todos han dicho que sí", cuenta Lola.

Pero más allá de los talleres, el centro abre una ventana al mundo con su viajeteca, que cada mes dedica sus actividades a un país. Este noviembre, toca Egipto; en diciembre, Burkina Fasso. En cada ocasión vendrá algún viajero, que no turista, a explicar su visión del país, más allá de los itinerarios preestablecidos por las agencias. Ese afán por salir de lo preestablecido también se aprecia en las jornadas de debate. Los jóvenes y la muerte; juventud e inmigración; los jóvenes y la soledad... "A priori, nadie relacionaría la soledad con una persona joven, pero un día nos paramos a reflexionar y nos dimos cuenta de que hay muchas individualidades, pero poca comunicación entre ellas. Así organizamos esa jornada", explica Ballesteros.

Y la reflexión, a veces, cristaliza en iniciativas como la de la Asociación Vagalume, un colectivo dedicado a la educación ambiental que nació en el Centro 14-30. "Nos enteramos de que allí cedían espacio a las asociaciones o a los grupos que quisieran formar una asociación, lo pedimos y estuvimos trabajando allí durante nueve meses", explica Cristina García, miembro de Vagalume. Y el fenómeno se repite: "A raíz de nuestra experiencia, un conocido nuestro que también quería formar una asociación se apuntó al Vivero de Asociaciones", nombre con el que se ha bautizado el servicio.

Aquí, el término "jóvenes" no termina en los veinteañeros: vale hasta los 35. Esa es la edad máxima para inscribirse en los cursos y talleres del Centro 14-30, aunque el resto de las actividades está abierta a público de cualquier edad. Cuando se creó en 2003, como indica su nombre, el espacio estaba dirigido a personas de hasta 30 años, pero más tarde se decidió ampliar la franja de edad.

"El centro ya era conocido con ese nombre y no valía la pena cambiarlo", reflexiona Lola. Hasta ahora, la mejor arma de promoción ha sido el boca-oreja, un fenómeno que, unido al 'enganche' de las actividades —la mayoría de quienes han pasado por el centro repiten—, contribuyó a que en 2006 el centro alcanzara los 20.000 usuarios procedentes de todos los rincones de la región. Aquí encuentran un espacio que se reinventa cada día. Por algo es un espacio joven.
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