Varios mitos rodaron este domingo 2 de diciembre con la no tan sorpresiva ni sorprendente derrota de Hugo Chávez y su propuesta de reforma constitucional.
El primero se refiere a la presunta invencibilidad de un líder con todos los atributos y recursos a su disposición: identificación con las masas, un discurso reivindicador inexpugnable electoralmente, una clara estrategia política, un liderazgo indiscutible entre los suyos, la ambición desmedida pero dosificada de poder, el control de las instituciones y todo el dinero del mundo para hacer realidad el más delirante de los sueños. Todo eso frente a una oposición fragmentada y desorganizada que, sin embargo, con la razón de su lado, logró vencerlo en su terreno y sin nada de lo que a él le sobraba.
El segundo tiene que ver con la pretendida inutilidad del voto como herramienta de cambio político. De manera que si estamos ante un autoritarismo que controla los poderes, incluyendo el electoral, carece de todo sentido participar en unas elecciones amañadas. Y aquí entremos en el tercer mito: el fraude.
Según esa tesis Chávez no ganó limpiamente ninguno de los procesos electorales y sus victorias eran producto de la manipulación de los dispositivos electrónicos. Ergo (y aquí pasamos al quinto mito) era una mayoría la que se oponía a sus designios, a su proyecto y a él mismo. Sólo que según las encuestas Chávez no perdió sino la elección de la CTV, el apoyo popular sobre el cual se montaba para consolidar su poder era abrumador y el único fraude consistía en la utilización ilegal de los recursos para hacer populismo y sacar ventaja.
Partiendo de esa falsa premisa, (Chávez es minoría) se elaboraba una estrategia según la cual la única manera de combatirlo era la abstención militante para deslegitimarlo a él y a las instancias que dominaba. Se suponía que así se iría debilitando su base de apoyo, la gente saldría a la calle para protestarlo y eso provocaría (el último mito) la intervención militar.
Los "experimentos" que se hicieron para aplicar tal estrategia son harto conocidos y más allá de su cuestionable estrategia desde el punto de vista ético (el rescate de la democracia acudiendo a la fuerza) y de su ineficacia a la hora de producir resultados, sumergieron a la oposición en tal desprestigio y confusión que le tomó años recuperar el tino político y las posturas moralmente correctas.
La disidencia de un partido (Podemos), la emergencia de un movimiento (el estudiantil) y la decisión de un militar (Baduel), amén de la pérdida del sentido de la realidad por un gobernante que se sentía imbatible, sacudieron la conciencia de los electores, la tentativa totalitaria en puertas fue derrotada in extremis y con Chávez rodaron los mitos que contribuyeron a convertirlo en uno de ellos.
Roberto Giusti
Periodista
rgiusti@eluniversal.com
*Artículo tomado del Diario El Universal de Venezuela