No hay dos Españas, ni hay que encarrilar las cosas. España sí se ha fortalecido desde que recuperó la libertad, porque, visto desde cualquier ángulo, la España de hoy es realmente mejor que la España de hace 32 años. Y es el producto de la alternabilidad en el poder, del trabajo del PSOE y del PP, y de la pujanza de una sociedad civil que ha sabido defender su nueva forma de hacer país: la democracia.
Visto desde Latinoamérica, o desde cualquier país amigo de España, es bueno saber que un líder del mundo actual reconoce la importancia de la solidaridad internacional, y no se anda a estas alturas con posturas xenófobas. El mundo ya no tiene fronteras, o si no, hay que ver la presencia multirracial de los deportistas españoles en los juegos de Valencia. La España de la derecha, en todo caso, no es una España bien vista, porque hace rememorar su pasado imperialista. Ni tampoco es bien visto que un líder español hable de un país sin unidad, cuando todavía la historia del franquismo pesa sobre parte del territorio español. España es, en todo caso, una muestra rotunda de convivencia de gentes con disímiles formas de vida, creencias, costumbres y orígenes, a quienes hay que darles un nuevo espacio para sus respectivas autonomías, todas bajo el enfoque de que un país es la suma de las libertades de sus gentes, y no una suma de conductas obedeciendo reglas dictatoriales.
El debate mostró alternativamente a un gobernante que blandió estadísticas contundentes, que hablan de una España bien posicionada nacional e internacionalmente, y un aspirante que atacó con furia y acusaciones, en lugar de centrarse en exponer un programa de gobierno. Pareció olvidar que es más fácil para el opositor desarticular a quien gobierna, por aquello de que no hay gobierno que goce de un 100% de aceptación después de casi 4 años de estar en el poder.
Los electores no recordarán las tantas acusaciones, ni defensas con gráficos o citas estadísticas. Los electores leen el talante del político, el lenguaje de las emociones, la mirada sincera, el seño que denota autenticidad y la actitud honesta. Es una fortaleza de todos los seres humanos y el mejor consejero a la hora de decidir por quién votar. Y durante el debate se vio a un Rajoy furioso, insultante, aparentemente seguro de sí mismo porque se lo imponía la palabra altanera, y a un Zapatero que bien podría estar haciendo honor a ser parte de una experiencia nacional proponente, que quiérase o no, tendrá que continuar el PSOE o el PP, porque a los españoles les importa más el país que quien lo dirija.
Rajoy deberá demostrar por qué acusó a ZP de agresión contra las víctimas del terrorismo. Por qué descalifica el método del diálogo con ETA, cuando las víctimas del terrorismo son escasas hoy, en comparación con las que hubo durante otros gobiernos que persiguieron a ese enemigo casi imposible de reducir. Y seguirá pesando sobre su cabeza la presencia española en la guerra de Irak, y la acusación que su partido hizo a ETA aquel 11 de marzo, 3 días antes de las elecciones.
Para el mundo de los pobres la derecha no es una opción. La defensa del statu quo, las migajas del cambio entregado a regañadientes, la conculcación de la libertad de culto, de asociación, ya no son opciones en un mundo donde el individuo trata de pensar en lo gregario, mientras los partidos creen que el individuo debe servir a sus intereses. Para el ser humano de hoy no hay sustituto a su libertad, a pesar de que a muchos les pesa, porque no han sabido jerarquizarla socialmente. El gobernante que libere a su pueblo de creencias superables, y ponga en ese sitio conocimientos, gozará del reconocimiento mayor, no el que se recibe en las urnas, sino el que perdura en la sociedad como una ganancia insuperable para su desarrollo humano y social.
¿Ganador? ¿Es que importa acaso quién ganó? Ningún apasionado aceptará que su favorito perdió; todo apasionado pensará que su favorito ganó. Pero, visto desde la realidad política de otros países, principalmente de Latinoamérica, la gran ganadora es España, pensando que quizás los aspirantes ya hayan aprendido una lección invaluable para ser buenos políticos: importa la sociedad, no los partidos; importa el país, no el lapso en el gobierno.