En estas que estaba escuchando yo la grabación de ayer de José María Aznar, en la que reconocía que “quizá, vaya usted a saber, en Iraq, como que no había armas de destrucción masiva”, cuando me ha telefoneado, desde Sevilla, tío Manolo, cuñado cortijero de mamá. Mi pariente político, cosa rara en él, estaba de buen humor, incluso como fondo de oía la cacofonía de una variada selección de marchas militares europeas. Algo así como un popurrí de “Ganando barlovento” (España), “Sidi bel Abbes” (Francia) “The Campbells are coming” (Reino Unido) y “Il Piave” (Italia). Al preguntarle yo por semejante marcialidad sonora, el interrogado dijo que estaba celebrando la llegada de los libertadores a Sevilla. Vamos, que nunca en su cortijo del Aljarafe se había sentido tanta alegría (si exceptuamos el 18 de julio de 1936, cuando se paró a abrevar un tabor de Regulares de Ceuta, a las órdenes de Queipo de Llano, como aclaró en aras de la memoria histórica) como en el día de hoy.
Sí, amadísimos, globalizados, megaletileonorizados y otaneados niños y niñas que me leéis, la cosa se veía venir. Mañana, en Sevilla (donde la lluvia es una pura maravilla) celebra su encuentro (akelarre como dirían el malvado del Vilariño y otros izquierdosos de su cuerda) la OTAN (la Organización del Tratado del Atlántico Norte) que viene a ser como el Primo de Zumosol frente al terrorismo islamista que amenaza con socavar los cimientos de Occidente.
Allí, a la orillita del Guadalquivir, bajo la protectora sombra de la Giralda, todos los ministros de Defensa de los países miembros de la organización, se reúnen para hablar de sus cosas. Lo que, por lo visto, ha puesto muy contento a tío Manolo, porque ha dicho que, por su parte, él está dispuesto a contribuir al éxito de la reunión prestando sus tierras para unas maniobras conjuntas de las tropas otánicas. Y que ya era hora que se acordasen de luchar contra la subversión comunista, que no todo tiene que ser ir a defender la democracia en Afganistán, a tiro limpio si se tercia. Que a él a occidental y atlantista no le gana nadie. Y que, si bien es cierto que la URSS se fue a tomar por retambufa (mi pariente utilizó un término digamos que más castizo y sonoro) el comunismo no ha desaparecido. Que tiene él en toda Andalucía una lista larguísima de comunistas soviéticos. Empezando por Sánchez Gordillo, el alcalde de Marinaleda, líder del SOC (Sindicato de Obreros del Campo) que, no sólo hace subir el precio de los jornales a la hora de negociar con los honrados y paternales empresarios agrarios como él, sino que pretende ocupar tierras dejadas en barbecho o para uso cinegético.
O sea, pequeñines/as míos/as, que para el marido de tía Ágata, la Asamblea de la OTAN le ha servido para renovar su ardor guerrero, hasta el punto de que –según me ha confesado—se ha puesto su uniforme de alférez de Infantería, de cuando hizo las Milicias Universitarias, y ha militarizado a todo el personal fijo de su cortijo, para ir a prestar servicio en Sevilla, al objeto de que todos los subversivos pacifistas, antimilitaristas y antiglobalizadores no logren boicotear la reunión defensiva.
Menos mal que, con mi talento habitual, he conseguido disuadirle de tal cosa, porque su finca –le he dicho—es un enclave estratégico de primer orden en el sistema defensivo occidental, dado que por un rincón de ella pasa la línea eléctrica que abastece en exclusiva a la Base Aérea de Morón.
Convencido mi pariente de su importancia, yo he respirado aliviado. Tío Manolo, de alférez y con su mesnada de peones agrícolas militarizados y armados con mosquetones y un naranjero (insegura metralleta de los años 40), deambulando en formación por Sevilla podrían ocasionarle más de un sofoco a Alfredo Sánchez Monteiserín, alcalde hispalense. Un sociata que, curándose en salud, ha dicho que la capital andaluza acoge por igual, y con los brazos abiertos, a los ministros de Defensa de la OTAN, y a las gentes, supuestamente pacíficas, que vienen a liarla en nombre de la Paz Universal. O sea, que mientras mañana se celebra la reunión defensiva, allá en el Aljarafe, en su cortijo, transformado en base militar, tío Manolo estará, cual nuevo centinela de Occidente, ocupando su puesto al aire libre, arma al brazo y, en lo alto, las estrellas. Por suerte, claro.