Atender al ausente
viernes 16 de febrero de 2007, 11:58h
Los representantes de los distintos partidos que, de una u otra manera, han participado en la campaña previa al referéndum andaluz han reconocido que la escasa participación de los votantes en esta cita para refrendar el nuevo Estatuto de Autonomía debería hacer reflexionar a la clase política, y a la ciudadanía, sobre esta “realidad nacional”, consistente en dar la espalda a algo tan importante para los que lo proponen que los afectados ni se enteran.
La democracia sin participación es otra cosa distinta aunque formalmente se siga denominando de la misma manera. Hasta la fecha, en todos los comicios siempre se había contado al menos con la mitad de los convocados a elegir diputados nacionales, regionales o europeos, o concejales de cualquier pueblo de España.
Conseguir una participación superior al 65% era considerado algo normal y llegar al 75% suponía que los electores estaban muy interesados en que su opinión se tuviese en cuenta, ya que estaban hasta el gorro del que mandaba y querían tachar su nombre de la papeleta de voto o sencillamente deseaban aupar a uno de los participantes por alguna de sus características o carisma. Llevamos una época en la que parece que se visualiza con mayor intensidad la desgana y lejanía de los pobladores de este país con respecto a su clase política.
Todo empezó con el referéndum sobre la nueva Constitución Europea. Algunos se alarmaron pero la clase política y sus coros mediáticos no dieron importancia al paulatino incremento de la abstención, alegando que la democracia también provoca cansancio y no siempre se tiene ganas de ir a votar. Luego se produjo la votación para aprobar el nuevo Estatut de Catalunya y resultó que menos del 50% de los convocados participaron.
Algunos se alarmaron, pero la clase política siguió con la cabeza debajo del ala y soltando parrafadas sobre la legalidad y legitimidad de una votación en la que la mitad más uno responde con una pedorreta a la llamada a las urnas. Llegó el otro referéndum y los que representan al 100% de los andaluces (PP-PSOE, IU y PA) pidieron unos el sí y otros el no al nuevo Estatuto de Andalucía y llamaron al pueblo para que decidiese. Sólo el 36,2% se pasó por algún colegio electoral.
Ahora, cuando sólo un tercio de los llamados acude a votar, todos en general dicen que hay que reflexionar. ¿Para qué? ¿Si en todos los sitios existen normas que regulan la participación por qué no a la hora de convocar consultas populares?
En otros países como Italia o Portugal hay que alcanzar un mínimo de participación para dar validez a un referéndum, y en empresas, parlamentos y ayuntamientos es necesario un quórum determinado para aprobar una actuación.
La escasa participación se debe a muchas causas, pero seguro que entre ellas está la falta de sintonía entre lo que hacen y lo que se les demanda. Si de nuestra complicidad dependiera la buena marcha de sus actuaciones y responsabilidades (cargos), seguro que intentaban acercarse a los demás para atender en directo las demandas de los vecinos, muchos de ellos en pleno trance después de escuchar sin entender a nuestra clase política en una frecuencia ininteligible a los que no están al tanto de los argumentarios que elaboran cada día los ideólogos de los partidos políticos. Si intentamos atender entre todos a los ausentes, a aquellos que se abstienen, quizá encontremos alguna fórmula para fomentar el interés ciudadano por lo público.