Y usted, ¿qué hubiese hecho?
jueves 01 de marzo de 2007, 12:53h
Quizá algo por la puerta de atrás -aunque bien es cierto que no del todo: podría haber habido nocturnidad junto a la alevosía-, el Gobierno ha decidido sacar del hospital de Madrid, o sea de la cárcel, al etarra De Juana Chaos, que pasa al País Vasco y, en definitiva, a la antesala de su casa. A mí, el anuncio, hecho en la mañana de este jueves, mientras el portavoz gubernamental, en desayuno multitudinario, decía que “la decisión aún no está tomada”, me provoca una reacción variada: un porcentaje de escándalo, unos gramos de irritación, algo de estupefacción y también un poco -un poco solamente- de comprensión ante el pie forzado con el que el Ejecutivo de Zapatero ha tenido que actuar.
Lo del escándalo y la irritación seguro que ustedes lo comprenden: De Juana Chaos, un tipo responsable de haber matado a veinticinco personas, que no parece haberse arrepentido de ello, va a estar ya prácticamente en la calle, de donde han tardado demasiado poco tiempo en borrarse los rastros de sangre derramada por sus crímenes. Ha ganado el pulso al Estado; su estrategia frente a todos nosotros ha dado resultado.
Lo de la comprensión resulta más complicado de explicar. Incluso a mí mismo me cuesta explicármelo. Pero la verdad es que el paso dado es legal. Se ajusta a la ley y al reglamento penitenciario que tan mal, por cierto, administra la directora general Mercedes Gallizo. Y, si me coloco en el papel del Gobierno -vade retro-, hasta me pone los pelos de punta el dilema: ¿qué hubiese hecho yo ante el riesgo cierto de que el asesino, convertido en héroe por los irracionales, muriese? ¿Se puede exponer a la población al peligro de una reacción loca de la banda asesina? ¿Merece este personaje deleznable que se frene un posible proceso de paz por su empeño en morir? Y, sobre todo: ¿no es la grandeza del Estado de derecho la que nos impone precisamente este sacrificio?
Ya sé, ya sé que muchos de ustedes se rasgarán las vestiduras ante esta cesión al más descarado chantaje procedente de un tipo que no merece sino nuestro desprecio. Ya sé, ya sé que algunos de quienes me están leyendo dirán que de qué sirven las manifestaciones, las protestas. Yo mismo estoy a punto de unirme al grito de los escandalizados, de quienes temen que De Juana sirva como ejemplo para que otros presos etarras hagan lo mismo. Pero, en este momento, al menos en este momento, quisiera refrenar la ira y preguntarme: ¿qué hubiera hecho yo en estas circunstancias? Sinceramente, no estoy seguro.