Otra vez se perciben movimientos sísmicos en las alturas del PP, y ya no tanto por las distancias más o menos de coyuntura entre
Esperanza Aguirre y Mariano Rajoy, ni siquiera por la confrontación por tierra, mar y aire entre la combativa presidenta madrileña y el incansable activista
Alberto Ruiz-Gallardón, ni porque
José María Aznar repita la poco críptica advertencia de que
“en política no se está para heredar, se está para ganar”. No, todo lo anterior forma ya parte del paisaje habitual del partido de la oposición, y son pequeños temblores que alcanzan números significativos en la escala sísmica. Pero sí lo alcanza, indudablemente, el creciente rumor, que
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no pocos dan ya por noticia cierta, de que
“Rodrigo Rato quiere volver”.
Rodrigo Rato es un peso pesado del partido y una especie de
“gran esperanza blanca” para el creciente ámbito de asustados por la manifiesta incompetencia del gobierno de
Rodríguez Zapatero, primero, para diseñar una política con visos eficaces frente a la tremenda crisis económica y financiera, y en segundo lugar, para consensuar un respaldo político y social en torno a esa política.
Las muy serias diferencias aireadas estos días en torno a la crisis y a las circunstancias de la economía española entre un gran “peso pesado” del PSOE,
Joaquín Almunia, ahora en su privilegiada atalaya de la Comisión Europea, y el apacible
Pedro Solbes, cada día más instalados en un raro papel de “verlas venir”, han sido la guinda de un indigesto pastel.
Al otro lado del espacio político, en el centroderecha, crece el malestar por la aparente incapacidad o renuencia de la actual dirección del PP a ofrecer una alternativa de política económica que pudiera suavizar un poco la creciente angustia de ciudadanos, familias y empresas ante un horizonte que nos aparece devastado por el paro, la restricción del crédito y la expansión de las insolvencias, en un círculo diabólico que alimenta la espiral recesiva.
Nadie discute a Mariano Rajoy altas dosis de inteligencia, preparación, equilibrio y honradez. Probablemente sea de los pocos políticos que seguirán “siendo algo” fuera de la política, en su caso, por lo menos, registrador de la propiedad que no es poca cosa. Pero ahí está un abogadillo provinciano de tercera, sin méritos académicos ni profesionales conocidos, ganador por dos veces de las elecciones generales, lo que debe mover a reflexión, salvo que se opte por la pasiva aceptación
¿Qué puede suceder si el PP, como empieza a parecer probable, no tiene el éxito deseado en las elecciones gallegas, sigue en fuera de juego en las vascas y pierde las elecciones europeas? Desde luego que tal acumulación de desdichas parece demasiado, pero puede suceder, a juzgar por las encuestas que se vienen publicando. Es verdad que
Núñez Feijoo esta a uno o dos escaños de la mayoría de gobierno, pero esos escaños se muestran esquivos, aunque aún hay tiempo. Lo del País Vasco, como nadie sensato puede esperar milagros, sería quizá más superable. Sorprende más la decisión de mantener la candidatura de Mayor Oreja para las europeas, que dificulta el éxito deseado, que sería posible con no pocos otros candidatos.
De producirse tres malos resultados, el movimiento interno dentro del PP sería difícilmente controlable, pero nada en absoluto si además hubiera la esperanza del retorno de un
“candidato ganador”, que es la imagen que a todas luces proyectaría Rodrigo Rato, precisamente en plena crisis económica. Son muchos los que piensan y dicen, sobre todo en los altos círculos financieros y empresariales, pero también en las bases electorales del centroderecha, que sólo Rodrigo Rato sería capaz de poner al escurridizo Rodríguez Zapatero entre la pared de la crisis y la espada de las elecciones anticipadas.
Sucede además que, llegada esa coyuntura, Rodrigo Rato no tendría que postularse él mismo, porque habría una auténtica carrera de
“barones” del PP por hacerse visibles en promover esa postulación. Claro que Mariano Rajoy es gallego, no conviene olvidarlo, y viejo y sincero amigo de Rodrigo Rato, con lo que no hay que dar por imposible que, llegada esa circunstancia, se pusiera a la cabeza de la manifestación.