Barack Obama ya es presidente; deja, pues, de ser una esperanza. Ni
Kennedy, ni
Clinton, nadie antes que él había despertado tanta expectación y tanto fervor dentro y fuera de los Estados Unidos. Lo tiene todo para ser un presidente honrado, pero está por ver que pueda llegar a ser un buen presidente. La herencia política que le deja
Georges Bush es calamitosa: el país está empantanado en dos guerras que se libran a miles de kilómetros de la metrópoli y sufre la peor crisis económica desde el "crack" del 29; el paro alcanza cifras desconocidas hasta ahora, la justicia no sabe qué hacer con el centro de torturas de Guantánamo y en Nueva Orleáns todavía no han reconstruido lo que se llevó el huracán "Katrina".
Por no hablar de problemas que aún no siendo específicamente norteamericanos llaman con fuerza a la puerta de la Casa Blanca. Me refiero a la situación de Gaza y la guerra abierta entre Israel y los palestinos de "Hamas"; pienso, también, en el programa nuclear iraní, en la acelerada desestabilización política de Pakistán o la amenaza directa que represente el terrorismo islamista. Sí al cerro de problemas con el que va a topar, le añadimos la guerra que emprenderán contra él las compañías aseguradoras -y la poderosísima industria farmacéutica- así que quiera implantar una sanidad pública a la manera como funciona en los países de la Unión Europea rica, concluiremos que le aguarda una tarea titánica. Por el bien de América -y por el de todos, en general-, hay que desearle acierto. Que acierte y que la suerte y la prudencia le acompañen.
Si (
No(
