Al ya ex alcalde de la población madrileña de Boadilla del Monte,
Arturo González Panero, imputado en el “
caso Correa” su partido, el Partido Popular, le ha obligado a dimitir. Pero el tipo pone como condición que no sea alcaldesa la segunda de la lista del PP,
María Jesús Díaz, que fue en su día teniente de alcalde antes de que el propio González Panero la enviara al ostracismo por desavenencias que no son del caso. El primer edil se queda de edil raso, o sea, mantiene su acta de concejal, como si no fuera el de concejal un cargo público tanto como el de alcalde. Este sujeto, que como tantos tiene un concepto patrimonialista de la política (por decir algo fino), no entiende que lo que ha defraudado –presuntamente como es natural- es la confianza de los ciudadanos y por eso debe quedar fuera de las instituciones. Y ello sin que deba negársele la presunción de inocencia. Ha chantajeado a su partido con el asunto de la concejal
María Jesús Díaz y su partido lo ha consentido; item más: Génova ha puesto una especie de “
vigilante” al Gobierno local, el alcalde de Alcalá de Henares,
Bartolomé González: parecerá una medida garantista, pero habrá quien crea que eso de vigilar al objeto de la voluntad popular es una cosa bastante fea.
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Claro que más feo es lo de la segunda ciudad de la Comunidad de Madrid, Móstoles: la portavoz del Grupo Socialista en el Ayuntamiento,
Paz Martín, le dice en su cara al alcalde,
Esteban Parro (PP), que éste trama un “
pelotazo” urbanístico. El regidor se enfada, coge una grabadora y trata de recoger lo que la concejal está diciendo. A ella le parece que el gesto debe ser imortalizado y saca el móvil para hacer una foto. El alcalde la llama “chavala” y le da un manotazo y rompe el móvil y, de paso, la mano de la susodicha. La agredida, que lo fue, y su partido llaman a Parro maltratador, y el PP local, a través de la concejal de Sanidad e Igualdad de oportunidades, Paloma Tejero, en lugar de atenderle la mano o afear una conducta que no se hubiera producido si Martín fuera un hombre (como corresponde a su ramo) asegura que la concejal socialista sufre una disfunción psicológica que le hace aborrecer a los hombres.
A mí me da igual que los protagonistas de estas historias sean del PP, del PSOE o de cualquier otro partido. Lo que me asombra es el grado de desvergüenza, cuando no de estupidez, al que está llegando esta especie de circo en el que se está convirtiendo la política de este país de nuestras miserias.