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Enrique Szewach

Davos

Davos

viernes 13 de febrero de 2009, 00:03h

Enrique Szewach

 

Davos

 

10-02-2009  Desde que el World Economic Forum se reúne en la aldea suiza de Davos, a principios de los 90, el PBI mundial ha crecido un 170%. El de los países del G7 un 114%; el de las economías industrializadas de Asia un 230%. El de las economías del Asia en desarrollo un 412%; el del Africa Sub Sahara  un 156% y el de América Latina un 143%.

 

  En términos per cápita,  el crecimiento más espectacular correspondió al Asia incorporada al capitalismo y la globalización, 305%, mientras que en las regiones menos globalizadas y con más estatismo, como América Latina, el PBI per cápita creció, apenas, un 87%. Todos estos números, obviamente, en moneda constante y comparable. (Paridad de poder adquisitivo).

 

   Cualquier extraterrestre, que supiera algo de estadísticas y de economía, confrontado con estos datos, no podría entender porqué, con una perfomance semejante de la globalización, la innovación financiera, la apertura comercial y el predominio de los incentivos de mercado, los asistentes a esta edición del Foro, no dejan de maldecir e insultar en todos los idiomas que representan, y no dejan de lamentar los efectos perversos del capitalismo salvaje. Es más, no paran de hablar, sin saber muy bien a qué se refieren, de la necesidad de refundar el capitalismo.

 

  Mucho menos entendería como el fracaso más grande del siglo XX, en materia política, social y económica, el estatismo centralizado y dirigista de derechas e izquierdas, es hoy añorado y hasta sugerido como la solución del siglo XXI. Y tampoco entendería que hayan sido Vladimir Puttin y Toni Blair, en sus intervenciones quienes defendieran con más énfasis, al capitalismo y al mercado, frente a los cantos de sirena de los detractores del período de progreso más importante en mucho tiempo y el más equitativo, en términos regionales, dado que crecieron, relativamente, mucho más los países globalizados más pobres, que los países desarrollados.

 

 Pero hoy las burbujas de los precios de los activos inmobiliarios, financieros, de los commodities han explotado, y muchos de los admirados héroes de la economía de estos años, se han transformado, a la velocidad de Internet, en villanos despreciables y en chivos expiatorios de la codicia de los ahorristas y del despilfarro de los políticos, que soñaban con un mundo feliz en dónde los precios de los activos siempre suben,  en dónde uno se puede endeudar y gastar sin medida. Y en dónde no hay límites al gasto.

 

Obviamente, lo antedicho no implica desconocer que estamos ante la crisis global más grave desde los años 30 del siglo pasado, ni que serán necesarias reformas de fondo en el sistema financiero internacional.

 

Que estamos ante el fin de una era y que  muchos “vivillos de la abundancia” deberían recibir su castigo. Pero, insisto, revisando los datos, queda claro que no nos encontramos, precisamente, ante el fracaso del capitalismo y el mercado, sino, de alguna manera, ante el fracaso de la “fantasía de mercado” antes descripta y de las políticas y los liderazgos construidos en torno a esa utopía. Y que no es moviendo el péndulo hacia el estatismo, el exceso de regulaciones y controles, el gasto público y un nuevo despilfarro de recursos, que solucionaremos los problemas. La utopía de mercado, no se soluciona reponiendo la utopía del Estado.

 

  Churchill decía que los generales iban a la nueva guerra con las tácticas y estrategias que corregían los errores de la guerra anterior.

 

Después de la necesaria catarsis, los gritos y los lamentos de la reunión de Davos, quizás lo que queda más explícito es este problema. Los gobiernos, los economistas, los analistas, estamos proponiendo, como solución a esta crisis modelo siglo XXI, los instrumentos que corrigen los errores cometidos en el intento por solucionar la crisis del 30 o la crisis japonesa de los 90. ¿Pero servirán estos instrumentos, o estamos frente al mismo tipo de error que mencionaba Sir Winston?.

 

Y si estas soluciones no tienen el rápido efecto esperado,  lo que el mundo va a necesitar en los próximos meses, (¿Años?), más que refundar el capitalismo, es refundar liderazgos capaces de encarrilar a las sociedades dentro del capitalismo “real”. Capaces de separar la paja del trigo de los problemas. Capaces de evitar la tentación de las soluciones fáciles de corto plazo, a riesgo de comprometer seriamente la perspectiva de largo. Capaces de rescatar todo lo bueno de la globalización y la apertura comercial. Capaces de ceñirse a un plan de acción coherente, de bancarse los costos y de corregir sobre la marcha los errores.

 

Capaces, en síntesis, de evitar el “mal de los liderazgos argentinos” de las últimas décadas.

 

Allí estará la clave de la solución para esta crisis.

 

Lograr este tipo de liderazgos fundacionales es posible, pero el riesgo de no conseguirlos no es menor.

 

En el próximo Davos, empezaremos a comprobarlo.

 

 

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