Una de las consecuencias más comprobadas de la globalización, en lo que hace a interconexión y comunicaciones, es que las calles y, en general, todos los espacios públicos, incluso de lugares muy alejados, pueden hacerse visibles para el mundo de manera casi inmediata, como lo han vuelto a mostrar las escenas de Sankajahuira, difundidas a través del planeta, mostrándonos a un numeroso grupo de personas hostigando, golpeando, humillando, aterrorizando a una madre y sus adolescentes hija e hijo.
Una cámara, quizás doméstica, o tal vez un celular, fue suficiente para poner en evidencia la saña y la crueldad actuando con entusiasmo, con comodidad, con la arrogancia, propia de los que se saben o se creen inmunes e impunes. Pero, ocurre que esas imágenes podrían desportillar esa seguridad, como pasó cuando fotos o grabaciones de video han mostrado, en otros lugares y circunstancias, golpizas de la brutalidad policial, accionar de patotas, ejecuciones, linchamientos, han llegado al conocimiento del público y ayudado a desmontar coartadas y mentiras.
Una de esas mistificaciones que han colapsado con la grabación del asalto a la casa del ex vicepresidente Víctor Hugo Cárdenas es que los acontecimientos pudiesen ser resultado de una súbita explosión emocional. Las imágenes muestran a varias personas actuando con premeditación y, algunas de ellas, gozando el momento, saboreándolo. Están, además, los testimonios de algunos de los participantes, quienes afirman que las víctimas recibieron intensas amenazas, varios días antes de emboscarlas.
La respuesta del Estado ante la agresión ha sido contradictoria, lerda y negligente. Inicialmente algunos funcionarios, incluso de muy alto rango, comenzaron por culpabilizar y tachar a las víctimas, tratando de sugerir que estaríamos frente a un autoatentado de intención electoral. Como esa explicación resulta tan evidentemente tosca y lejos de achicar la indignación y condena que el asalto ha levantado, las han extendido; el discurso ha ido virando hacia una condena formal y hueca, porque entre dientes todavía se insiste en fabricar justificaciones. Si no se produce un radical e inmediato viraje, el daño causado por el inaceptable despliegue de violencia de los que asaltaron, intimidaron y martirizaron será irreparable y bien puede compararse con el que han producido los escándalos de corrupción.
Este daño es más corrosivo y profundo que el de un bache político, porque afecta a la construcción de un nuevo Estado, tanto como al anhelo de edificar una mejor sociedad y lesiona directamente a lo que se suele llamar la sociedad civil y en especial a lo que se conoce o autodenomina como organizaciones o movimientos sociales, porque su nombre ha sido esgrimido en alguna de las enredadas explicaciones que se han ensayado para oscurecer los hechos. Se necesita que esas organizaciones, movimientos y cualquier tipo de expresión que reclame o asuma representatividad social definan públicamente una posición que no deje lugar a dudas.
Pasan pocos meses desde que en la misma zona se linchó a dos personas y se torturó a varias otras con la excusa de que se trataba de supuestos o probados ladrones. El asunto quedó en materia de discusión y opiniones, porque aparentemente la amenaza contra jueces, fiscales o cualquier otro que intente esclarecer las cosas ha funcionado sin falla. Si seguimos agregando silencio y omisiones, la intolerancia y el abuso harán que el daño infligido sea tan grande que iremos perdiendo la capacidad de siquiera reconocerlo.
* Profesor universitario
hebdicom@yahoo.com