No hace falta ser un especialista en análisis político para deducir que cuando un gobierno adelanta elecciones es porque considera que tiene más chances de ganarlas que en la fecha original. Como reconoció el ex Presidente Kirchner la semana pasada en Catamarca “Los que adelantan las elecciones es porque tienen miedo de perderlas”.
Ahora bien, que el oficialismo considere que tiene una mayor probabilidad de tener un mejor resultado electoral en junio que en octubre puede deberse a cuestiones meramente políticas –poco tiempo para la organización de la oposición, o para hacer campaña, o para reclutar fiscales, etc.- o puede deberse a razones económicas. Dejo, ahora sí, a los analistas políticos la tarea de especular en torno a los elementos políticos que pudieron haber llevado al gobierno a tomar esta decisión y me concentro, en las líneas que siguen, en las cuestiones económicas.
Volviendo al razonamiento del principio, si el oficialismo propone adelantar la fecha de las elecciones es porque considera que la economía va a estar mejor en junio que en octubre. ¿Tiene razón? Sólo lo sabremos en octubre, pero si se proyecta la situación fiscal y la necesidad de recuperar competitividad cambiaria en un escenario internacional que mantiene a nuestros precios de exportación bajos, al dólar fuerte y a la demanda de commodities industriales planchada, es probable que la respuesta –para usar un lenguaje cobista- sea no negativa.
Puesto de otra manera, en un escenario internacional adverso como el actual, al oficialismo le será cada vez más difícil evitar la recesión, el aumento del desempleo, financiar el gasto público nacional y provincial y controlar el tipo de cambio a lo largo del 2009.
Exploremos la dinámica de esta proyección.
Como comentaba la semana pasada, un escenario de expectativas de devaluación del peso, en la Argentina es, por definición, un escenario recesivo. (La gente retira pesos de la demanda para comprar dólares y “sacarlos” de la economía). Un escenario recesivo implica menor nivel de actividad, menor nivel de empleo, menor recaudación impositiva, menor capacidad de expandir el gasto público. En ese sentido, con las elecciones en octubre, la trayectoria y los dilemas de política económica se volvían más complicados.
Por ejemplo, cualquier intento de acelerar la devaluación del peso, para alejar las expectativas de dólar barato y frenar la demanda de dólares podría tener efectos perversos, incentivar aún más la demanda de dólares y la recesión. Una devaluación brusca y violenta pondría freno a este drenaje, solo si fuera percibida como “la última devaluación” pero, de no ser así, podría llevar a un descontrol similar, salvando las distancias, al vivido a principios del 2002, cuando el dólar de 1,40 no fue considerado como el “dólar de equilibrio” y la estampida no paró hasta los 4 pesos. Es cierto que el escenario actual es claramente distinto del de aquél entonces (pesificación y achicamiento del sistema financiero mediante), pero no es menos cierto que devaluar bruscamente es un riesgo que ningún gobierno quiere correr antes de una elección.
Por el lado fiscal, los ingresos, dada la recesión y la menor recaudación proveniente del comercio exterior, crecen a tasas muy bajas, mientras que la demanda por mayores gastos, en especial salariales, y en especial en provincias, debido al contexto de alta inflación pasada, resultan crecientes. Por lo tanto, avanzado el año, las provincias podrían estar al borde de la necesidad de emitir cuasimonedas para pagar salarios y volver a los dramas fiscales de finales de siglo pasado.
Con ese panorama, adelantar las elecciones evitaría, en principio, que se vote con un deterioro de la situación económica mayor y, a la vez, le deja las manos libres al gobierno nacional y provincial para actuar después de junio. Mejora la situación relativa de los Gobernadores, y evita que tengan que “pasarse a la oposición” antes de tiempo. También le baja el “precio” a las presiones de sindicalistas, industriales, y productores agropecuarios, que ahora tienen menos capacidad de pujar por una porción mayor de una torta más chica, bajo la amenaza de hacerle perder votos al oficialismo, la respuesta puede ser “aguanten hasta julio”.
Por otra parte, si el adelantamiento mejora las probabilidades de un triunfo, o de una derrota más ajustada para el oficialismo, la posición de negociación del gobierno, frente a los grupos de presión mejora, puesto que le tendrán más “respeto”.
El adelantamiento de las elecciones aumenta el conjunto de instrumentos disponibles para atacar estos problemas, pero no los soluciona mágicamente. Al contrario, y paradójicamente, la incertidumbre es mayor. Antes, por aquello de lo que los gobiernos no son capaces de hacer previamente a una elección: devaluar fuerte, default de la deuda, déficit fiscal descontrolado, etc., el escenario más probable era un escenario “conservador”, incluyendo el recurrir al FMI, y tener una posición más amistosa con el mundo y los acreedores.
Ahora, en dónde sólo “hay que pasar el otoño”, se abre un mundo nuevo para el análisis. El escenario “conservador” no queda descartado, pero es necesario sumarle la alternativa, para después de junio, de un escenario más “revolucionario”, en especial, si el gobierno mantiene el control del Congreso (y si lo pierde, igual tiene seis meses, hasta diciembre, de “manos libres”).
Pero si los mercados se anticipan y el escenario “revolucionario” ahora no puede ser descartado, puede pasar que lo que los K. querían evitar que pasara cerca de octubre, ahora pase cerca de junio. Todo esto si se aprueba la ley de adelantamiento. ¿Y si no se aprueba?. Otra variante más para incluir en el escenario.
En síntesis, desde el punto de vista económico, el adelantamiento electoral incorpora nuevas incertidumbres al ya de por sí complejo escenario argentino. La pregunta clave es ¿Por qué, como dijo la Presidenta al anunciar el proyecto de adelantamiento del cronograma electoral, las elecciones son un “escollo” para solucionar la crisis?. Porque después de las elecciones habrá un giro “ortodoxo”. O porque después de las elecciones habrá una profundización heterodoxa para no abdicar de las “convicciones juveniles”, como también manifestó Cristina en otro de los discursos de la semana.
¿Qué es un giro ortodoxo?. Acuerdo con el FMI, devaluación más acelerada, blanqueo del INDEC, arreglo con los acreedores, etc.
¿Y una profundización de la heterodoxia?. Más controles cuantitativos a las importaciones. Doble mercado cambiario. Nacionalización del comercio exterior. Crédito más dirigido, tasas de interés reguladas, más controles de precios. Intervención en las empresas privadas de cuyo capital se posee una parte importante a través del ANSES, etc. (Si el mundo lo hace, por qué no nosotros, será el argumento). Canje forzado de los vencimientos de deuda pública –una parte importante del pago de este año, más de 2300 millones de dólares es en agosto. Eso era “antes de las elecciones”. Pero ahora es “después”. El riesgo de default aumenta-.
Nunca se aplicó mejor una vieja maldición china “Ojalá te toque vivir en épocas interesantes”. Se vienen épocas interesantes.