Me cuentan que uno de los lemas que presidirá las concentraciones contra la nueva (nonnata) regulación del aborto que prepara el gobierno será “
con el aborto libre, el número de niños muertos se duplicará”. Esa frase estará incluida, aseguran, en el manifiesto que se leerá este domingo en medio centenar de ciudades españolas. Teníamos pocos problemas y ahora abrimos, entre todos (mejor dicho, reabrimos otra vez), un nuevo tema candente susceptible de dividir a los españoles.
Pienso que la cuestión del aborto, como el de la eutanasia, o las clonaciones terapéuticas, por poner tres ejemplos de debates científico-sociales, hay que plantearlo de una vez al margen de connotaciones religiosas que quizá estén, en algún supuesto, ancladas en una tradición que nada tiene que ver con los usos que la sociedad moderna impone. Pero igualmente son asuntos que deberían tratarse al margen de falsos progresismos que tampoco tienen que ver con el respeto a la libertad de la persona.
Quiero decir con ello que no estoy a favor ni de campañas demasiado polémicas, como la que asegura que los linces están mejor protegidos que el ‘nasciturus’, ni tampoco saldré a manifestarme contra el gobierno el domingo por este tema. Menos aún me ha gustado la iniciativa, en retroceso, de convertir las procesiones de semana santa en manifestaciones contra el proyecto de ley gubernamental, que por cierto, aún ni siquiera se conoce, porque no está elaborado.
Pero tampoco me gustan, ni puedo apoyarlos, leyes y planes apresurados que quieren facilitar al extremo el aborto de las adolescentes desde los dieciséis años, como nos ha sugerido la ministra
Aído. Creo, por no hurtarme de entrar en el fondo del asunto, que el aborto es un mal que quien lo sufre considera como algo inevitable. Desde mi punto de vista, es una tragedia íntima, que la mujer ha de resolver, si puede, con su pareja y, en el caso de las menores de edad, con el consejo de sus familiares más allegados. Estoy seguro, en todo caso, de que no es verdad que con la nueva ley, por muy permisiva que acabe siendo, “
se duplique el número de niños muertos”: hay demasiada clandestinidad hipócrita en este apartado y quien lanza el eslogan lo sabe bien.
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Combatir contra esta desgracia –porque está claro que nadie aborta porque sí, y que a nadie le gusta abortar—exige, creo, no mezclar planteamientos religiosos incomprensivos con truculencias más que discutibles, al tiempo que convendría hacer campañas de publicidad en positivo. Por ejemplo: tener un hijo es algo bueno, que aumentará la felicidad de la madre aunque a corto plazo pueda parecer un impedimento contra esta felicidad. Y, en último caso, es mucha la gente deseosa de adoptar un niño, gente que tiene capacidad y posibilidades de rodear de cariño y cuidados a los niños no deseados por sus madres biológicas.
Seguramente, fomentando –desde el propio gobierno, que por cierto no lo hace—estos mensajes positivos, y ayudando a las madres sin posibilidades, se haga mucho más para evitar los abortos clandestinos y, en última instancia, para ayudar a que más niños vengan al mundo, que con leyes casi incumplibles a las que, desde el otro lado, se combate con manifestaciones y acciones no pocas veces demasiado gritonas y con tintes acaso algo trabucaires.
Me preocupa que una mujer se sienta obligada a abortar. Pero aún me preocupa más que eso se utilice para desgastar a un gobierno...o para lograr nuevos votantes para un gobierno. Y, en todo caso, para cavar una nueva zanja en los ánimos, ya suficientemente encrespados, de los españoles.
Im-presentable: Lección obligatoria en clase: el Gobierno es 'abortista'