Hace algunos años, un ‘informe confidencial’ del entonces CESID, los servicios secretos del Estado, que cayó en mis manos, reproducía la conversación que una colega periodista y yo habíamos mantenido durante un almuerzo con el que era ministro del Interior,
Toni Asunción. Luego me enteré de que los espías españoles habían mantenido durante un tiempo una llamada ‘operación tenedor’, consistente en vigilar –y grabar—las mesas de algunos restaurantes muy concurridos por la tropa política y periodística.
Siempre me pareció esta del espionaje gastronómico una forma peculiar, y no demasiado santa, de hacer periodismo o información ‘reservada’, vamos a llamarlo así. Al ministro
Bermejo le dispararon desde la oposición por haber mantenido una cena y una cacería con el juez
Garzón, y se vio obligado a dimitir. Creo, la verdad, que la dimisión debería haberse producido mucho más por el hecho de que la pedían unánimemente las asociaciones judiciales que por haberse encontrado con el juez ‘estrella’ o por matado un jabalí, o dos ciervos, que para el caso tanto da, sin la licencia correspondiente.
España es el país de la transigencia ante los pecados capitales y el rigor extremo ante los veniales. Porque la coincidencia en un almuerzo puede ser inoportuno, aventurada o estúpida, pero rara vez ilegal. Lo digo porque de nuevo he sentido en el cogote el aliento próximo de algo semejante a una nueva ‘operación tenedor’. Contaba este jueves un diario generalmente considerado próximo al gobierno de
Zapatero una historia a toda portada de la que algo sabía yo personalmente: que el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Madrid,
Francisco Javier Vieira, almorzó el lunes pasado “
en secreto” y en “
un reservado” de un céntrico restaurante madrileño con el consejero de Justicia de Madrid,
Francisco Granados.
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Casualmente, yo almorzaba ese día en la mesa contigua a la que ocupaban el ‘número tres’ de la Comunidad de Madrid y el magistrado que presumiblemente habrá de ocuparse del ‘caso Gürtel’ de presunta corrupción en la CAM. No era, por tanto, en un reservado, sino en el salón principal del restaurante en cuestión -muy frecuentado por la clase judicial-, donde se produjo el encuentro gastronómico entre consejero y magistrado. Tampoco fue demasiado secreto, puesto que el propio Granados –cuya política he criticado más de una vez, especialmente en lo referente a la fallida ‘comisión de investigación’ del espionaje en Madrid-- me presentó al magistrado, a quien yo ni conocía ni reconocía. Esa es la verdad y así debo contarla.
Cierto: resulta cuando menos imprudente que el consejero de Presidencia Justicia e Interior de la Comunidad de Madrid almuerce públicamente –ya digo que ni en reservado ni en secreto- con el magistrado que se va a ocupar de un caso que afecta a personas que ejercieron relevantes responsabilidades en esta Comunidad -Granados no está entre ellas, aunque de la presentación del reportaje algún malévolo pudiese deducir otra cosa--. Pero no menos cierto es que, como dijo este jueves al respecto el nuevo ministro de Justicia, Francisco Caamaño, “
no es bueno formular conjeturas que no tienen por qué darse” y que “v
erter sospechas sobre personas que ejercen cargos públicos es aventurarse en exceso”.
Pienso que los periodistas no podemos hacer ‘política de restaurantes’, imaginando lo que hablan los comensales fisgados; dejemos eso para los mortadelos y filemones que andan todo el día espiándose unos a otros. Y creo que tampoco es delito, aunque ya digo que puede no ser estéticamente conveniente, que un consejero de Justicia almuerce con un magistrado, vaya o no a ser ese magistrado quien lleve un caso que afecta a compañeros de partido de ese consejero. Una vez más, en la pretendida lucha contra la corrupción, quizá algunos hayamos ido demasiado lejos en el disparo y nos hayamos entremezclado en la contienda política, que me parece que es lo que el periodismo debe a toda costa evitar.