La vida es corta y dura. Esta expresión que podría resultar humorística muchas veces en la convivencia entre los chilenos, cuando uno se halla estacionado en tierras judías alcanza ribetes dramáticos.
Es que los judíos viven en estado de alerta las 24 horas del día. Me encuentro con unos soldados del ejército israelí en un paseo céntrico de Tel Aviv. Son dos muchachos y una joven. Visten uniforme de combate y mientras con un vaso en la mano se refrescan al ritmo de la música que surge en un bar que da a la calle, en la diestra empuñan un fusil. Les pregunto por qué visten traje de campaña y empuñan una metralleta. La respuesta me deja atónito: “Nunca abandonamos el arma, aunque estemos de franco o vayamos a una fiesta”.
Es que han vivido experiencias trágicas, de atentados suicidas donde mueren inocentes, que carecen de responsabilidad en la guerra que sostienen judíos y palestinos.
Mucho se podrá hablar de la situación atroz por la que atraviesan los palestinos. La miseria, la desocupación y muchas veces la humillación, pero la muerte de inocentes indefensos, causa muchísima indignación y desata un clima de venganza en una espiral que nadie sabe cuándo se detendrá.
Pararse en el Medio Oriente, requiere de cierta irresponsabilidad. La muerte está a la vuelta de la esquina.
Cuento esto porque me tocó la oportunidad de observar muy de cerca el ambiente festivo de los israelitas y la intensidad de sus celebraciones. Desde las religiosas, hasta los matrimonios, cumpleaños o aniversarios.
Le pregunté a uno de mis acompañantes cómo se puede entender tanto jolgorio cuando la incertidumbre está presente en cada minuto de la existencia de los 6 millones de habitantes, que se mueven en 20 mil kilómetros cuadrados, un poco menos de la superficie que tiene la Región Metropolitana.
Me miró con sorpresa frente a la pregunta y no duda al responder: aquí el pasado es historia, ahí está. Es inmodificable. El futuro siempre será incierto, no sabemos hasta cuándo. Lo único seguro es el presente y por eso “hay que vivirlo a concho”.
De vuelta a Chile recorriendo 13 mil kilómetros, me queda dando vueltas esa reflexión y pienso que acaso sería bueno que autoflagelantes y eufóricos hicieran un congreso en el Medio Oriente.
El único problema sería cómo trasladar a 16 millones de chilenos a esa zona del mundo, tan cargada de historia y de tragedia.
Sergio Campos es periodista y profesor universitario. Conductor de El Diario de Cooperativa.