Agonía en el Teatro
domingo 02 de agosto de 2009, 12:24h
Este verano han muerto algunos de los grandes actores de los últimos cincuenta años. Y otros que, sin tener tanta popularidad, trabajaron toda su vida sobre los escenarios. Fernando Delgado, Manuel Collado, Elvira Travesi, Maruja Boldova, Manuel Luque y, la última, Mary Carrillo han hecho el mutis definitivo. El Teatro Español del siglo XX se extingue por la inexorable ley de la muerte. Los últimos cien años han sido tan ricos en transformaciones e inventos que casi todas las profesiones han tenido que modificar sus hábitos y herramientas. Los actores, también.
Dos revoluciones
Los actores sufrieron en su profesión dos auténticas revoluciones durante el siglo XX: el cine y la televisión. El primero se afianzó en las dos primeras décadas. La segunda a partir de los años sesenta. Si, desde los griegos, las plazas, los teatros abiertos, los corrales y, finalmente, los teatros habían sido sus lugares de trabajo, los actores del XX debieron aprender a desenvolverse en los platós y en los escenarios naturales. Fueron más perjudicados los viejos intérpretes que trabajaron a caballo entre el siglo XIX y el XX. La magistral secuencia de “El viaje a ninguna parte” en la que Fernán Gómez intenta rodar una escena para el cine sin conseguirlo, es un documento audiovisual impagable. Cuando llegó la televisión los intérpretes ya compaginaban cine y teatro sin problemas. El nuevo invento les dio otra proyección. Quienes intervenían en grabaciones de teatro, novelas o series para la pequeña pantalla se convirtieron de pronto en seres familiares para todos. Sus trabajos y, muchas veces, sus vidas se incorporaron a las de su público. Hoy los jóvenes aspirantes a actores piensan primero en la televisión y el cine antes que en el teatro. Quizá les deslumbra la fama y les asusta el rigor de la actuación en directo.
Relevos generacionales
¿Alguien se acuerda de Emilio Mario, Paco Morano, Enrique Borrás, Ernesto Vilches, los Mesejo, Matilde Rodríguez, Leocadia Alba, Elvira Noriega, Irene López Heredia o Társila Criado? Fueron los dueños de la escena en distintas etapas del siglo pasado. No quiero remontarme más atrás. Tras su muerte les llegó el olvido. Sólo viven algunos, los menos, en los libros de historia teatral. El público encuentra recambio pronto. Quienes han hecho cine o televisión aparecen alguna vez, cual fantasmas del Tenorio, en las revisiones de sus películas. Pero de muchos ya no sabemos ni el nombre, por mucha fama y prestigio que tuvieran. La Real Academia de Historia ha acometido el enorme proyecto de hacer el Diccionario de Españoles del Siglo XX. Con excelente criterio incluyó decenas de nombres de actores, directores, dramaturgos o escenógrafos, cuyas biografías hemos redactado algunos de los que, regularmente escribimos sobre teatro. Por lo menos ellos entrarán en la historia de las enciclopedias. Desde aquí, mi homenaje a los que nunca tendrán ya otra referencia que su esquela en un periódico, si alguien de su entorno tiene la decencia de publicarla.
Las escuelas
En la primera mitad del siglo XIX algunos de los grandes actores lucharon denodadamente para dignificar su profesión. Y para que ésta pudiera estudiarse. Fruto de su empeño –el de Máiquez por ejemplo- nació el Real Conservatorio de Música y Declamación el año 1831. Ese fue el origen de la actual RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático). Las academias y escuelas privadas han proliferado en los últimos treinta años. Pero desapareció el “meritoriaje”, la formación de actor desde dentro de una compañía. No cobraban los meritorios, pero aprendían a pie de obra. Gran parte de la actual generación de actores veinteañeros está aprendiendo en los platós de televisión. Algunos, pocos, son conscientes de que estos primeros éxitos pueden ser efímeros y, tras intervenir en series, optan por adquirir una formación más sólida y completa que les permita seguir trabajando en cualquier medio durante toda su vida. Aunque eso, como el talento, no les garantizará la subsistencia material. Pero sin eso, menos.
Un teatro nuevo
Sobreviven –malviven algunos- unos pocos grandes actores de esa generación que agoniza. Pocos de ellos tienen las facultades para trabajar aunque sea esporádicamente. Y menos de los que aún pueden hacerlo, son contratados. Los muchos años asustan a directores y productores. Ejemplos como el de Aurora Redondo, que trabajó regularmente hasta los 95 años, escasean. Son más los que pasan directamente al olvido estando todavía vivos. ¡Cómo me sigue sorprendiendo que alguien quiera todavía ser actor!
Cuando estos testigos de una época que se fue desaparezcan, el teatro será distinto. No sé si mejor o peor. Distinto. Ya estamos viendo cómo se reduce el número de funciones semanales, cómo desaparecen teatros, cómo algunos actores reclaman micrófono para subirse a un escenario... El teatro, desde luego, no morirá, como lo haremos también los actuales espectadores. Simplemente se transformará, como ente vivo que es desde hace 2500 años, para adaptarse a los nuevos tiempos. Muchos de nosotros, y de quienes trabajan hoy en él, creo que ya no lo veremos. Ni siquiera se acordarán de nosotros.