¿La estrategia es desconocer la trascendencia del 10 de Agosto de 1809 para reducir el papel histórico relevante de Quito en la historia continental?
¿Hay un cuidadoso plan para minimizar la importancia del Libertador Simón Bolívar?
El libro ‘Historia de Guayaquil’, escrito por Melvin Hoyos y Efrén Avilés y publicado por el Cabildo, cuyo objetivo es llegar a miles de estudiantes, provoca muchas preguntas y ha recibido innumerables cuestionamientos, pero también aplausos de quienes lo han leído. Según dónde. Según por qué. Según quién.
La pugna conceptual ha llegado hasta el Presidente Rafael Correa, quien en sus recientes cadenas sabatinas ha fustigado la descalificación que el libro hace de Bolívar:
“De manera artera, Bolívar ocupó y tomó por la fuerza la ciudad capital de la Provincia Libre de Guayaquil (…) poniendo fin a un año y 9 meses en los que Guayaquil había permanecido libre e independiente…”. (P. 47).
Para el libro, Simón Bolívar “perpetró el abuso” y fue un “usurpador”.
Sí, Señor Presidente. Pero, ¿y el 10 de Agosto de 1809?
El libro, que dedica al menos unas 40 páginas de un total de 150 a relievar la obra de los alcaldes León Febres Cordero y Jaime Nebot (y que incluye un prólogo de este) apenas se refiere en media página a la fecha clave de la historia latinoamericana, que sintetiza el proceso de permanente lucha por la independencia que forjó Quito desde la Colonia y que tuvo su momento decisivo hace 200 años cuando se instauró en Carondelet el primer gobierno criollo en América Latina.
Reducir la gesta al “fidelismo con la corona española” es ocultar los ideales revolucionarios de la época. Por esa insurrección, cientos de quiteños ofrendaron su vida un año después, el 2 de agosto.
Subestimado Bolívar y minimizado el 10 de Agosto a una “simple revuelta por lealtad al Rey”, la pregunta es inevitable: ¿hay intenciones ocultas en el texto?
El investigador quiteño Juan Paz y Miño responde: “… cualquier interpretación de la historia local o nacional no puede caer en el riesgo de hacer el ridículo (…). Los ecuatorianos esperamos que sean los mismos guayaquileños (…) los que levanten su crítica, su voz libertaria, demócrata y autonomista, para incluir la denuncia de las manipulaciones y de los engaños que pueden hacerse a nombre de su propia historia”.
En una carta, Hoyos y Avilés responden a Paz y Miño: “Podríamos seguir rebatiendo con profusa bibliografía y documentación (…), pero sería perder el tiempo, porque es obvio que su crítica tiene un tinte eminentemente regionalista y político, y lo único que intenta es hacer daño gratuitamente a los autores y a Guayaquil”.
¿Cabe degradar a unos para elevar a otros? ¿Cuán ético es ignorar un hecho fundamental para destacar otro? Ese es el debate que aún está pendiente, porque la apasionada polémica ideológica y regional no justifica el olvido.
Yo me quedo con esta definición que hace el investigador Pedro Pérez en su libro ‘1809, el País: “El 10 de Agosto de 1809, fecha memorable en la historia de toda América (…), constituye el primer acto real y consciente, planificado brillantemente para deponer a las autoridades españolas, y es esa la fecha que consta en nuestra partida de nacimiento como país”.
Como para que ninguna pasión ideológica coyuntural lo olvide.