Mientras los consumidores no llenen sus carteras no habrá recuperación posible
Frente al 8% de crecimiento económico proyectado para China en 2009, el 1% de crecimiento estimado para Estados Unidos este año y los siguientes, luce magro. Máxime, cuando de acuerdo a Daniel Gross la economía norteamericana requiere de un crecimiento anual de al menos 1,5%, para que se sienta que las cosas se mantienen en el mismo lugar (Newsweek, 3 agosto, 2009). No obstante, el hecho de que el PIB haya cesado de contraerse y de que evidencie algún tipo de progresión es celebrado por los economistas de ese país como el comienzo del fin de la crisis.
¿Ha salido EEUU de la recesión? Técnicamente sí. El problema es que ello no garantiza que se salga también de la crisis. Según señala Jeffrey Garten en la edición de la revista citada: "El desempleo se acerca al 10% (20 si se contabiliza también a los desesperados empleados a tiempo parcial y a las personas que dejaron de seguir buscando empleo), los cierres de empresa continúan y el comercio sigue contrayéndose".
Para reactivar el empleo, la actividad económica y el comercio, verdaderos indicadores del fin de la crisis, es necesario que reaparezcan el consumo y la confianza. En un país en el que, según Gross, el 70% de la actividad económica radica en los consumidores, sólo un incremento en la demanda de bienes y servicios puede proporcionar respuestas. Ello, a juzgar por los indicadores de consumo dados conocer a finales de la semana pasada, es algo que aún no se ha producido.
La pregunta evidente es qué tan fácil resultará la reactivación del consumo. A juzgar por los 787 millardos de dólares contemplados por la Ley de Recuperación y Reinversión y por la orientación del presupuesto del 2009 preparado por Obama, habrá mucho dinero circulando. El problema, sin embargo, es que gran parte de las prioridades del gobierno van dirigidas a propiciar grandes cambios estructurales y a garantizar la competitividad de la economía norteamericana en el largo plazo.
A diferencia de los masivos planes de emergencia o de los ambiciosos programas de infraestructura, desarrollados por Roosevelt durante la última gran crisis económica, Obama está utilizando esta crisis como un ariete para posibilitar grandes transformaciones. Su determinación en reformar la sanidad pública haciéndola asequible a todos; su énfasis en ampliar y mejorar sustancialmente la educación pública; su propósito en enfrentar el cambio climático; su deseo de expandir la infraestructura informática de banda ancha hacia las zonas rurales, etc.
Cada uno de estos objetivos está llamado a tener un poderoso efecto multiplicador sobre el conjunto de la economía. Ello en sí mismo resultaría perfecto de no ser por el factor tiempo. A diferencia de los ambiciosos planes en materia de infraestructura de transporte que persigue Obama, y que podrán traducirse pronto en multitud de nuevos empleos, sus proyectos de cambio estructural tardarán en materializarse. Máxime, cuando sus proyectos de ley en materia de reforma de la salud y de cambio climático enfrentan feroz resistencia en el Congreso por parte de los republicanos y de los demócratas fiscalmente conservadores. Mientras los consumidores no llenen sus carteras no habrá recuperación posible.
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