Así que estos dos Leo de libro, uno en la cima de la popularidad, el otro agobiado por no poder disfrutar tan tranquilamente de esa cima, se van a encontrar en el despacho oval, y todos los focos –en España, claro; en Estados Unidos ni se van a enterar—van a estar pendientes de lo que allí ocurra entre el hombre que más manda en Norteamérica, o sea, en el mundo, y el que más manda en los españoles. Olvídese de los flecos del ‘caso Gürtel’ y de que el PP valenciano va a echar a Ricardo Costa, porque ese es ya un asunto menor, y que ya habrá ocasión de abordar, porque aún queda cuerda para rato: lo que va a apasionarnos este martes va a ser la fotografía de esos dos hombres todavía jóvenes para la responsabilidad que cae sobre sus hombros, dos personajes atractivos, con carisma –uno más que otro, claro—y que me parece que comparten bastantes ideales.
No crea el lector que estoy estableciendo más paralelismos de los que ya existen entre Obama y Zapatero, ni que estoy poniendo en la balanza a uno y otro: conozco y aprecio bien la distancia entre ambos. Zapatero quisiera ser un Obama ‘a la leonesa’ y la cosa se queda ahí. Obama quiere cambiar el mundo y Zapatero simplemente sobrevivir al tsunami doméstico, espero que usted me entienda. Lo único que digo es que hay características, ideales y circunstancias en ambos mandatarios que los acercan, incluyendo, dicen, la similar deficiencia en el sentido del humor –del que me parece que, en todo caso, Obama tiene más que su futuro contertulio en el despacho oval--. Y sospecho que para los españoles es bueno que ambos se entiendan, como pudo ser beneficiosa la buena sintonía de Bush con Aznar. Aquella, sin embargo, era una relación de vasallaje: un Aznar achicado hacía lo que el amo del Imperio dictaba, y lo que dictaba el amo era más bien demencial.
.png)
Lo importante, a la vista de este encuentro, es que Zapatero recuerde que España tiene que mantener su dignidad como potencia independiente y como aliado. Dudo que Obama se comporte con el actual jefe del Gobierno español como lo hizo Bush, primero poniendo la mano paternalista en el hombro de Aznar, después ninguneando a un Zapatero que sin duda cometió no pocos errores en sus relaciones con EE.UU. Las cosas, ahora, tienen que discurrir de modo diferente, y los españoles tenemos que pedir a nuestro representante que mantenga el pabellón alto, sin altanerías ni afanes nacionalistas, pero sin agachar la cabeza en un asentimiento permanente. De nuevo, ahora, hay que decirle, sin permitirnos por ello expectativas excesivas y olvidando lo de ‘Bienvenido, míster Marshall’: “no nos falles, Zapatero”. Al menos, en esto.
[email protected]
blog: http://diariocritico.com/blogs/politica/