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¿Al paciente? Que le vayan dando

¿Al paciente? Que le vayan dando

miércoles 11 de noviembre de 2009, 18:28h
Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda, Madrid
Caso uno: venerable octogenario que sufre un dolor insoportable. Ingresa en urgencias a las 17,30 horas: “sólo el paciente; a ustedes ya les avisaremos” Sin noticias tres horas después, la familia se interesa por la suerte del abuelo abducido. Una señorita de chaqueta verde informa con cara de palo: “aún no le ha atendido el médico”. ¿Cómo? ¿qué? : preguntas retóricas que no son si no el preludio de una catarata de improperios de los deudos para hacer ver a la impertérrita moza de la casaca que se trata de un abuelo y no de una vaca. Las estancias secretas vedadas a los sanos se abren ahora para dos familiares dos: el vetusto ciudadano acaba de levantar su pobre culo de la insufrible bancada de rejilla metálica y ya está en consulta. La monumental bronca dio resultado. Por ahora. Pasan las horas y nada sucede. A las 21 horas devuelven al abuelo a la sala de espera con un calmante enchufado a la vena y con la promesa de un informe médico.

A las 12 de la noche sigue goteando el calmante. Para entonces la corte de los milagros que es aquella sala empieza a parecerse al motín del Caine: una señora estalla en risas espasmódicas porque lleva desde las 16 horas esperando una radiografía; una joven que aguarda una eco dice que se pira a otro hospital; un señor trata de razonar con una enfermera, otro le asegura al vigilante jurado que o se larga o se come la porra. Y el abuelo que, pese a estar quebrantado, fue voluntario de la División Azul, explota y grita que o le quitan la puta mierda del gotero o se lo quita él y se va a armar la de Dios; cuando sale por la puerta del hospital arrastrando su dolor, se le oye decir algo sobre un tal Güemes.

Caso dos: Joseph K tiene cita para que le miren la cosa de la próstata a las 14,20 horas. A las 11,30 suena el teléfono de su casa. Es del hospital y le piden por favor si puede ir ya a consulta que la cosa va adelantada. Joder qué bien, que amabilidad, que eficacia…¿cómo puede ser esto si no es la sanidad privada ni nada?, se pregunta alborozado K.

Llega y se identifica. Nadie sabe nada. Se explica, se justifica, se cabrea como una mona. Derrama alguna lágrima. Le recibe el médico más o menos a la hora que tenía cita previa: visto y no visto, unas pastillas y un par de pruebas: a la cola de pedir segunda cita con el médico; a la cola de citarse para una prueba; a la cola –en otra planta-de citarse para la otra prueba. ¡Hay un error en el mandato del doctor! El operario citador no traga: sólo el facultativo puede subsanarlo y si no, no hay cita que valga. Vuelta a la planta de arriba. A recorrer a toda leche los pulidos suelos del larguísimo corredor con estos zapatos de suela recién estrenados que aquí son como minas antipersona. ¡¡Dios, que no se haya ido el jodido doctor como coño se llame!!

Ya se ha ido. La enfermera le ofrece un nuevo encuentro con el médico en cuestión para dentro de un mes. Y K esboza una sonrisa triste y masculla algo sobre un tal Güemes.

A lo mejor cuando toda la tecnología hospitalaria de última generación y todos los procedimientos administrativos, burocráticos, protocolarios, etc estén ajustados, afinados, pulidos…se podrá comenzar a atender como es debido a esa cosa tan molesta que se llama paciente.
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