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...y aquí, como si fuera una fiesta

...y aquí, como si fuera una fiesta

martes 17 de noviembre de 2009, 12:28h
 Siempre he dicho que este nuestro, aun sintiéndose en tantas ocasiones desgraciado, parecería a un observador casual un país feliz. Porque feliz es la nación que hace todo un acontecimiento de que su selección nacional pueda, al fin, jugar en una parte del territorio nacional (el País Vasco), nublando la discusión acerca de si la marcha del estado autonómico es (o no) la correcta. Dichoso el Reino que se permite centrar el gran debate político en el hecho de que uno de sus presidentes autonómicos, acompañado de una alcaldesa emblemática, pueda lucir palmito paseando o no en un Ferrari junto al campeón del mundo de la cosa.

Creo que los españoles nos centramos en la controversia menor (Frascuelo o El Gallo, José Tomás o El Juli) porque nos dan pereza los argumentos de fondo de los debates verdaderamente importantes. Ahí es nada decantarse por algunas de las soluciones de fraude de ley que se apuntan para que nuestros marineros puedan regresar una vez que logremos deshacernos, con algún enjuague que tenga aspecto de solución jurídica, de los dos piratas que nunca nos debimos haber traído. Claro, esa controversia es demasiado complicada y mejor será mirar hacia la fecha histórica en la que otro Parlamento autonómico, el catalán, lidiará con la prohibición (o no) de las corridas de toros en aquellos territorios, que, insisto, forman parte de la gran nación España...

Así, ocurre que la imagen del señor Camps en el Ferrari oculta la de su jefe político proponiendo un gran pacto contra la corrupción en España. La fotografía lamentable de la señora Munar en Mallorca centra la controversia sobre la chulería de la presidenta del Parlamento balear y no sobre sus presuntos desmanes urbanísticos y cuántos de estos desmanes, suyos y de otros, han arruinado extensos parajes de las costas españolas. 

El gran Adolfo Suárez, perdida ya la presidencia y recién formado su desafortunado partido, el CDS, me comentaba alguna vez que es fácil gobernar a los españoles. Si lo sabría él. Basta con saber que los motines los hacemos cuando el esquilache de turno ordena que se afeiten las barbas y se recorten las capas, y que nunca avanzamos al unísono tras las verdaderas soluciones a nuestros verdaderos problemas. Eso nos mantiene desunidos y, por tanto, manejables. Al menos, mientras haya más bares que en toda Europa junta, pan, toros, circo y algún que otro político haciendo cabriolas que nos distraigan. Lo dicho: un Reino feliz.

 

fjauregui@diariocritico.com
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