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Nobel de la Paz

viernes 11 de diciembre de 2009, 09:16h

En su testamento, Alfred Nobel escribió que una parte de su legado debía destinarse “…a la persona que haya trabajado más o mejor en favor de la fraternidad entre las naciones, la abolición o reducción de los ejércitos existentes y la celebración y promoción de procesos de paz” De acuerdo con la voluntad del inventor de la dinamita pues, se atiene a la letra que el premio que lleva su nombre se le haya concedido a Barack Obama. Como un “proceso” no es algo terminado, como no es un resultado, sin duda el presidente estadounidense está comprometido con la búsqueda de la paz mundial, y eso es suficiente.

En realidad los criterios de los herederos de Nobel a la hora de otorgar este premio valen lo mismo para Obama que para Kissinger o Menchú. Igual explican que se lo concedieran a Arafat y nunca se lo otorgaran a Gandhi. De manera que, por ahí, no hay mucho más que decir: un protagonista más en la lista de grandes fastos que, en la práctica, sirven para bien poco.

Todo el mundo lo destaca: Obama fue a recoger su premio “humilde y agradecido”. Y seguro que es verdad. El presidente se cree lo que dice, de ahí su encanto personal y su innegable capacidad para ejercer el liderazgo. Pero, atrapado por una paradoja tan antigua como el mundo, ha recurrido al viejo dilema moral de la guerra justa. Su antecesor, George Bush lo tenía mucho más claro: como los griegos clásicos se trataba de que la supremacía de un país legitima la intervención sobre los bárbaros inferiores. Es lo que tiene la inteligencia, que a unos les provoca dilemas y a otros no.

Hay una frase del discurso de Obama que me ha llamado la atención: “Un movimiento no violento no hubiera podido frenar al ejército de Hitler” Obvio. Salvo que Hitler fue el resultado de la incompetencia política y de la inoperancia de las potencias de la época, además de algunas connivencias irresponsables. Claro, tras la invasión de Polonia la suerte estaba echada. Pero ¿y antes?

“Si para defenderse se ejerce una violencia mayor que la necesaria, se trataría de una acción ilícita”. Eso lo dijo Tomás de Aquino. Que yo sepa, todavía nadie ha explicado quién determina cuál es el grado lícito de violencia a ejercer. Y ya ha llovido.

El diccionario de la Real Academia dice que justo es “arreglado a justicia y razón”, pero también “que vive según la ley de Dios” ¿No será un mero punto de vista la diferencia entre guerra justa y guerra santa? Pone lo pelos de punta el puñetero dilema.

Cuando se habla de guerra justa se tiende, peligrosamente, a confundir esa idea con la de legítima defensa, que es un concepto jurídico, del derecho positivo, no un precepto moral.

Puede que, a tenor de la naturaleza humana, de la profunda injusticia del reparto de los bienes de la tierra, de la constatación de que, como dijo Obama, “el mal existe” (con sus causas, por cierto) y de la necesidad intelectual de no abordar este asunto con cinismo (eso también lo dijo Obama) quepa hablar de guerras inevitables y hasta necesarias. Pero ¿justas?

Y no, no se trata de una cuestión semántica. ¿Qué tal si el “humilde y agradecido” presidente hubiera renunciado al premio y recomendado a sus promotores que nunca lo entregaran a alguien capaz de poner al género humano ante el espejo para ver lo que no nos gusta ver? Joder qué dolor de cabeza.
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