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Sol invictus: dorado sabor con aromas de victoria

Sol invictus: dorado sabor con aromas de victoria

martes 12 de enero de 2010, 00:20h

Fuera de casa, el crepúsculo hacía gala de su encanto e indescriptible belleza, asomaban los primeros rayos de un veraniego domingo de diciembre, jornada festiva que para este individuo sería muy particular. Aún me encontraba sumergido en la indefensión del sueño, de repente el silencio de mis aposentos fue interrumpido por el redoblar marcial de tambores que eran reproducidos por mi impertinente aparato celular; todavía mi mente se encontraba aturdida y con poca o nula capacidad para razonar. Sin embargo, comprendí que había llegado el día del gran desafío y ése era el llamado marcial que me convocaba a movilizarme; de un solo zapatazo me expulsé de la cama en pie de guerra.
Como si se tratase de un ritual celebrado para rendir culto pagano a algún dios de la antigüedad, me preparé un desayuno compuesto por una serie de desagradables brebajes y pucheros que oscilaban entre mito, alquimia, metafísica popular, instinto animal, la broma pesada de un amigo y, tal vez, algo de ciencia o nutrición. Total, en ese momento lo que verdaderamente me importaba era alimentar mi espíritu guerrero para forjarme una fuerza de voluntad inquebrantable, ya que el adversario que debía derrotar era yo mismo.
Aún con las ganas de vomitar, debido al retrogusto medio amargo y medio salado que las sales minerales consumidas me dejaron en la boca, me paré desafiante frente al alba y me dirigí a ella replicando en apología a los extintos gladiadores del imperio romano: “Deus sol invictus, éste va a correr… te saluda” (el invicto dios Sol era la divinidad que protegía al ejército imperial de Roma). Unos minutos después, sofocado por la ardiente mirada del Sol, me encontraba sumergido en mi cruzada personal mientras marchaba a paso de trote rumbo al santuario de la mamita de Cotoca.
Durante aquel trayecto de dos horas y diez minutos, elaboré mil veces esta columna, construí, dilucidé y destruí varias veces mi teoría sobre el origen del universo, dialogué con mis filósofos preferidos; en fin, mantuve el ritmo distrayendo mi mente con temas de fondo y otros triviales, tratando de que ésta no se percatara del malogrado estado físico de mi cuerpo, provocado por el natural desgaste del cansancio y la insolación.
A pesar de que muy pocas personas tenemos las condiciones de practicar profesionalmente el ‘fondismo’, el esfuerzo es disfrutado a plenitud por la mayoría de mis colegas, ya que tienes el honor de derrotarte a ti mismo mientras deliberadamente haces caso omiso de las cientos de señales y órdenes que emiten tu organismo y tu instinto para que te detengas. Poco importa que termines el recorrido último, igual te invade una sensación de autoorgullo.
Una vez en la meta y rehidratados, luego de haber padecido calor, fatiga y sed, a falta de medallas y reconocimientos para algunos de los míos, no puede faltar el tradicional ritual de celebración, que es justamente donde nos deleitamos disfrutando del aroma y el sabor de la más “valiosa presea dorada que puede ostentar un fondista aficionado”: vasos llenos de cerveza rubia bien fría, para brindar al ritmo de cantos y estribillos por la nueva hazaña. Salud, Sol invictus…

* Politólogo y fondista aficionado

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