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Washington se blinda con el mayor dispositivo de seguridad desde la investidura de Obama

lunes 12 de abril de 2010, 06:13h

Washington ultima los preparativos para blindarse por tierra, mar y aire y recibir a casi 50 jefes de Estado y de Gobierno que asistirán el lunes y martes a la cumbre sobre seguridad nuclear organizada por la Casa Blanca.

EE.UU. considera que el terrorismo nuclear es la gran amenaza de la actualidad y por ello quiere conseguir en esta reunión un compromiso concreto que garantice la seguridad de todos los materiales atómicos en un plazo de cuatro años para evitar que puedan caer en manos de grupos terroristas o de regímenes hostiles.

Los dirigentes comenzarán a llegar el domingo, cuando se pondrá en marcha en la capital estadounidense el mayor dispositivo de seguridad desde la investidura de Barack Obama, el 20 de enero de 2009.

El lunes, la mayor parte de la jornada se dedicará a reuniones bilaterales, antes de concluir con una cena de trabajo, y el martes los gobernantes celebrarán dos sesiones plenarias que concluirán con una rueda de prensa y una declaración final.

Los residentes de Washington, acostumbrados ya a la presencia habitual de mandatarios, deberán reforzar su paciencia para enfrentarse a una ciudad tomada por el servicio secreto, la policía metropolitana y la guardia costera.

La cumbre ha sido declarada por el director del Servicio Secreto, Mark Sullivan, un "evento especial para la seguridad nacional", es decir, un acontecimiento de la categoría de una investidura presidencial.
Por ello, será el Servicio Secreto quien esté al cargo de la seguridad.

Aunque las autoridades no han desvelado el número de agentes asignados a este operativo, la cifra superará la de septiembre de 2009, cuando unos 6.000 policías y soldados de la Guardia Nacional se encargaron de la seguridad de los mandatarios del G20 en Pittsburg (EEUU).

Mucho mayor fue el despliegue en la investidura de Obama, en enero de 2009, cuando fueron unos 42.000 agentes, entre ellos 7.500 soldados, 10.000 efectivos de la Guardia Nacional y cerca de 25.000 policías locales y federales garantizaron la seguridad dirigidos por el Servicio Secreto.

La cumbre sobre seguridad nuclear será una pesadilla para los habitantes Washington, que sufrirán atascos de tráfico, interrupciones en el transporte público, calles cortadas, registros personales y la presencia masiva de policías en el corazón de la ciudad.

Aparcar estará estrictamente prohibido en una veintena de calles y tampoco será fácil caminar por los parques y plazas de Washington, que será el centro político del mundo durante dos días.

Los peatones deberán estar dispuestos a mostrar su identidad en todo momento y tampoco podrán oponerse a ser cacheados.

A algunas zonas específicas sólo podrán entrar los residentes que previamente hayan registrado su identidad, y los habitantes del complejo de apartamentos ubicado junto al Centro de Convenciones tendrán que someterse a un control de seguridad similar al de los aeropuertos para acceder a sus casas.

Las papeleras y las máquinas de vender periódicos que forman parte del paisaje de las ciudades desaparecerán del mapa estos días en los que los policías y sus perros serán los grandes protagonistas de las calles washingtonianas.

La parada del metro más cercana al Centro de Convenciones permanecerá cerrada y todo el sistema incrementará sus medidas de seguridad, ya reforzadas tras los recientes atentados en Moscú.

En las zonas costeras, los controles se reforzarán con más patrullas en las aguas de los ríos Potomac y Anacostia que circundan por el sur la capital estadounidense.

La seguridad en el aire será también férrea y, de entrada, ya se ha advertido a los pilotos de que deberán comprobar en repetidas ocasiones las directrices de sus operaciones ante posibles cambios debidos a la cumbre.

Se controlarán especialmente todas las entradas al aeropuerto National Ronald Reagan, el más cercano a la capital, y se cerrarán algunos pequeños aeropuertos privados en zonas cercanas a la capital.

No en vano esta será, según el portavoz del departamento de Transporte, John Lisle, "una de las mayores reuniones de jefes de Estado que ha habido en Washington".

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