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Alcanzar y rebasar a Estados Unidos

lunes 19 de abril de 2010, 05:01h

Tal fue la meta que Nikita Jrushchov les fijó a los soviéticos en 1960. No lo lograron. Nosotros sí, lo estamos logrando, en la competencia mundial de obesidad. No sé si pueda ser un motivo de orgullo, pero tampoco hay que desesperar, el fenómeno es mundial. Se trata de una epidemia, es más, de una pandemia. Cuando yo era chico, hace muchos años, en un salón escolar de 30, 40 muchachos, nunca faltaba EL gordo; digo “el” porque era el único. Todos los demás éramos flacos, puesto que no había llegado ni la sociedad de abundancia, ni la de consumo y los dulces se daban solamente en días de fiesta.

Según las Naciones Unidas, en 2005 nuestra tierra cargaba con 1.2 billones de personas con sobrepeso, de los cuales 500 millones de obesos. Las proyecciones dan 900 millones de obesos para el año 2020. En Estados Unidos, campeón de la comida rápida y de los alimentos chatarra, el porcentaje de obesos duplicó en los últimos 20 años, al grado de que la tercera parte de los adultos entran en esa categoría. Por ahí vamos, si no es que ya llegamos. En mi Francia natal, supuestamente bien preparada para resistir al contagio, si el fenómeno es reciente, no deja de preocupar a los responsables de la salud nacional: 5% de obesos en 1992, o sea la proporción de mi salón de clase de los años 1948-1958, pero 12% en 2006 y ¡¡¡15% en 2010!!!

En México, estamos tomando conciencia del problema y de sus consecuencias sobre la salud de la nación y también sobre el sistema de salubridad, por lo tanto sobre las finanzas públicas. La prensa, de manera muy responsable, intenta sensibilizar al público, multiplicando reportajes y editoriales; los diputados federales acaban de votar en el pleno reformas a la Ley General de Salud que pretenden prevenir, desde el primer año escolar, el sobrepeso y los padecimientos que lo acompañan. Se intentará prohibir la comida chatarra en las tienditas escolares (tengo mis dudas), promover de manera pedagógica una dieta sana (habría que educar a las familias también), desarrollar el deporte… Buenas intenciones para que la obesidad infantil, que rebasa ya el 30% de la población, deje de crecer, pero es de todos bien sabido que es muy difícil salir del reino de las buenas intenciones para entrar al campo árido de la realidad.

La denuncia es fácil, porque las causas son bien conocidas, pero no basta con denunciar las grandes compañías de alimentos y bebidas, la publicidad, el cambio de costumbres en las comidas inducido por la vida en las grandes ciudades, la sedentarización generalizada y la disminución de duros trabajos físicos: cuando 80% de la población vivía en el campo, de la agricultura y de la ganadería, no había gordos, pero nadie resiente nostalgia por una época y una sociedad que pedía a Dios: “del hambre, de la peste y de la guerra, líbranos Señor”.

Además hay un fenómeno muy serio y que no será nada fácil de reducir:

El sobrepeso y la obesidad evolucionan de manera inversa al ingreso de las familias, de modo que, si hasta 1940-1960 la gordura era un privilegio de los ricos, hoy es el triste atributo de los pobres. No digo que el sobrepeso no afecte las clases medias y superiores, pero no tan masivamente. Lo que nos lleva a las críticas contra esa gente que no sabe alimentarse (críticas que podemos calificar de derecha), o que no puede alimentarse bien porque la sociedad es injusta y las compañías capitalistas sin alma (críticas que podemos atribuir a la izquierda).

Es cierto que su dieta es problemática, tanto en sus excesos como en sus deficiencias, lo que nos lleva a reflexionar sobre la calidad de los productos, la transparencia en su composición, el control del mercado, puesto que se trata de un problema de salud nacional. Sobrepeso y obesidad han dejado de ser un problema personal, privado de estética, para entrar en la categoría histórica de “Los grandes problemas nacionales”. Es tristemente fascinante ver en la pantalla televisiva los anuncios que promueven para las mujeres (jóvenes y guapas siempre) productos que garantizan la delgadez. Recuerdo que en los años 1960, en el camión que me llevaba de Coyoacán a la colonia Roma, había anuncios para ganar peso, anuncios para las mujeres. ¡Cuántos cambios! Digo tristemente fascinante porque vivimos una verdadera esquizofrenia al toparnos de manera constante, visual y auditiva con el mensaje de la exigencia de la delgada hermosura, cuando el número de los obesos crece cada día. Ahora que la denuncia del sobrepeso y de la obesidad se está volviendo “políticamente correcta”, ¿cómo van a vivir, sicológicamente, los que, económicamente, no se pueden dar el lujo de alimentarse “bien”?


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Profesor investigador del CIDE

Opinión extraída del Periódico El Universal 18/04/10

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