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El escepticismo sobre las ciencias

El escepticismo sobre las ciencias

lunes 19 de abril de 2010, 06:01h

Es increíble cómo regresan con fuerza las críticas en contra de la utilidad de la ciencia. El siglo XXI trae una serie de revoluciones, especialmente en el mundo de las telecomunicaciones, la genética humana y todo tipo de innovaciones con inteligencias artificiales, es decir, las maravillas del mundo informático y cibernético; sin embargo, se queda un mal gusto en el aliento de la humanidad. ¿Para qué sirven las ciencias y las revoluciones teóricas, cuando han retornado, al mismo tiempo, diferentes formas de barbarie como múltiples guerras a escala global, junto a la persistente miseria y represión de millones de seres humanos en distintos puntos del planeta?

Estas mismas interrogantes fueron planteadas por la Academia de Dijon en 1750, cuando convocó a un famoso concurso de ensayos con el tema: “si el restablecimiento de las ciencias y las artes ha contribuido a depurar las costumbres”. El ganador fue Jean Jacques Rousseau, quien en su “Discurso sobre las ciencias y las artes” (Buenos Aires: Aguilar, 1980), utiliza un magistral estilo retórico. Para Rousseau, ya desde la Enciclopedia, “(…) nuestras almas se han corrompido a medida que nuestras ciencias y nuestras artes han avanzado hacia la perfección”. Este problema es visto como un martirio estructural que afectaría a toda época pues “los males causados por nuestra curiosidad son tan viejos como el mundo”.

Las críticas demoledoras del clásico pensador político se mantienen hasta hoy. Rousseau tuvo un fuerte sentimiento escéptico sobre la utilidad del conocimiento para cambiar el estado de las cosas; asimismo, expresaba una consternación porque si conocer es sufrir, entonces desembocamos en una actitud socrática donde resultaría mucho mejor admitir nuestra ignorancia, antes que las vanidades de la ciencia, gangrenada al someterse a los poderosos, así como las artes degeneran al subordinarse al lujo.

Para Rousseau, Sócrates despreciaría nuestras vanas ciencias porque sólo contribuyen a incrementar esa serie de libros que inundan arrogancia y contradicciones. Todo el mundo olvidó el cultivo de las virtudes, encerrándose en sus prejuicios, egocentrismos y la estupidez interior de no poder reconciliar el pensamiento con sus consecuencias. El desajuste del gran pensamiento y la gran creatividad, respecto a su incapacidad para alcanzar los ideales de la justicia social, como también lo identificó George Steiner, es simultáneamente una fuente de melancolía.

En opinión de Rousseau, es más saludable dejar discípulos a partir del ejemplo y la memoria de la virtud. ¡Es hermoso enseñar así a los hombres! exige el ciudadano de Ginebra. Estas ideas, actualmente ayudan a discutir el valor de los intelectuales, científicos y artistas, en una era de conflictos violentos y reformas espurias en los sistemas democráticos, obligándonos a tomar posturas claras sobre las funciones que cumplen la ciencia y crítica como instrumentos de intervención en la política y la sociedad, y como recursos para educar las virtudes humanas.

Al preguntarnos si las reflexiones de Rousseau constituyen un factor para el cambio social, estamos obligados a analizar, como él, los espacios donde las hebras del poder han corroído el potencial crítico de los intelectuales o los marcos institucionales que cobijan la ciencia, únicamente para subordinarla a las razones del mercado mundial y el dinero.

Es aleccionador cuando en su Discurso se afirma que “(…) la naturaleza ha querido preservarnos de la ciencia, como una madre arranca una peligrosa arma de manos de su hijo; que todos los secretos que os oculta causan tantos males cuantos quiere evitarlos, y que el trabajo que tenéis para instruiros en ella nos es el menor de sus beneficios. Los hombres son perversos; serían mucho peores si tuvieran la desgracia de nacer sabios”.

Las críticas adquieren un tono más ácido cuando expresa que las ciencias y las artes deben su nacimiento a los vicios humanos y “tendríamos menos dudas de sus ventajas si lo debieran a nuestras virtudes”. El ginebrino reivindicaba una ética intelectual destinada a sacrificar cualquier privilegio para entregarse por completo al cultivo de la verdad y la entereza. Esta es la combinación ideal que contrarrestaría el oprobio y la manipulación que ejercen las ciencias y las artes.

Rousseau previó que los intelectuales, las ciencias y las artes, se transformaron en prácticas estratégicas que ayudan a programar la dominación, funcional por supuesto al capitalismo como sistema-mundo.

Es importante destacar que el compromiso ético del trabajo intelectual reclamado por Rousseau, no debía tener miedo a decir las cosas como son, es decir, denunciar al poder, las arbitrariedades de la dominación, interviniendo en la realidad y cultivando las virtudes como práctica liberadora: “Yo sé de antemano – dice Rousseau – con qué palabras se me atacará. Ilustración, conocimientos, leyes, moral, razón, bienestar, miramientos, dulzura, amenidad, cortesía, educación… etcétera. A todo esto sólo contestaré con otras dos palabras que suenan aún fuertemente en mis oídos: ¡Virtud y verdad! Diré incesantemente: ¡Verdad y virtud! Si alguien no percibe en eso más que palabras, nada tengo ya que decirle”.

Las ciencias y la artes fueron derrotadas, tanto por la dominación, como por el escepticismo sobre sus posibilidades, siempre limitadas y auto-coartadas por las dudas respecto a su impacto positivo para un mundo más humano.

Franco Gamboa Rocabado, sociólogo político, miembro de Yale World Fellows Program, [email protected]

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