domingo 06 de junio de 2010, 16:50h
Aproximadamente uno de cada quinientos españoles vive de la política. Entre alcaldes (8,112), concejales (65.896), diputados autonómicos (1.206), diputados y senadores (650), diputados provinciales (1.031) y responsables de cabildos suman unas ochenta mil personas. Si a ellos les añadimos los asesores, los directivos de empresas públicas y los liberados de partidos y sindicatos, esta cifra superará sin animo de exagerar los cien mil. Dicho así, sin compararlo con otros paìses, uno no sabe si son muchos o pocos, pero mucho me temo que tal y como están las cosas con la crisis, España no se puede permitir el lujo de pagar a tan extensa casta que nos cuesta cada año millones de euros. Y es que nos pongamos como nos pongamos, aquí la estructura del Estado ha ido engordando de forma progresiva en las últimas décadas llegando a convertirse en una especie de monstruo capaz de devorar nuestra cada día más débil economía.
Sé que poner este asunto sobre el tapete de la piel de toro es políticamente incorrecto. No quisiera poner en entredicho el modelo de Estado pero ahora que se habla de redefinir el sistema capitalista, de buscar nuevas fórmulas que eviten craks como el que agobia a madia humanidad, cabría también preguntarse si no es hora de sentarse a pensar si es o no conveniente revisar el modelo de democracia que nos hemos dado y, al menos, tratar de abaratar los excesivos costes que conlleva. El ejemplo español de Estado autonómico es paradigmático. Congreso, Senado y Gobierno central con quince o más ministerios; diecisiete gobierno autonómicos con sus correspondientes consejerías y diecisiete parlamentos autonómicos, con todo lo que ello conlleva en edificios, servicios, funcionarios y gastos de representación. No me nieguen que es algo excesivo. Alguien debería un día echarle números para ver cuanto nos cuesta a los españoles este despilfarro de poderes que muchas veces se solapan unos a otros. Que conste que yo fui uno de los grandes defensores del Estado de las Autonomías cuando Suárez lo puso en marcha y defendí en la calle y en los medios de comunicación el derecho de cada comunidad a tener su Gobierno y su Parlamento, aquel "café para todos" que propugnaba el profesor Clavero. Pensaba que las autonomías servirían para acercar el poder al ciudadano e, incauto de mí, para abaratarle costes y gastos innecesarios. He de reconocer que, con el paso del tiempo, el Estado de las Autonomías se ha desmadrado y sólo ha servido para multiplicar por diecisiete los defectos del Estado centralista sin aprovechar casi ninguna de sus virtudes. Porque, pongamos como ejemplo, ¿qué más le da a un ciudadano de Jaén o Almería que las decisiones sobre sus problemas las adopten en Madrid que en Sevilla? ¿qué más le da que sea el diputado andaluz o el nacional que representa a su provincia el que exponga las cuestiones que le atañen? Al fin y al cabo, él eligió sus representanets tanto para el Congreso y el Senado como para el Parlamento andaluz, y lo que se decide en uno se podría decidir sin esa duplicidad de cargos. El problema no es tanto el lugar donde se debaten las cuestiones importantes sino que los representantes político las debatan. Porque esa es otra, pese a tener diputados electos en Madrid y en Sevilla ¿cuantos de ellos se limitan a asistir a los plenos del Palacio de las Cortes o del Hospital de las Cinco Llagas, cobrar sus sueldos y sus dietas sin preocuparse lo más mínimo de los intereses de quienes les han votado?
Permítanme que encare este final de trimestre con un deje de pesimismo, pero el panorama que descubro en cada rincón de España no me deja lugar para ser optimista...Y los líderes políticos que representan a los grandes partidos aún menos. Así que espero que Zapatero y Rajoy, Griñán y Arenas y todos los que dependen de ellos hagan lo posible para ganarse su sueldo e insuflarnos a los ciudadanos una mayor dosis de esperanza y confianza en sus escasas posibilidades de buscar soluciones...O eso, o esperar que nos toque un euromillón e irnos a las Sheichelles para olvidarnos de una vez por todas de este país tan sumiso que se traga todas las piedras de molino con las que los politicos, esa casta intocable, nos hace comulgar todos los días.